miércoles, 28 de junio de 2017

IDENTIDAD Y DOCUMENTO; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ


Diario de Cádiz
El marqués de Tamarón ha escrito libros extraordinarios. Yo aconsejo vivamente la novela Rompimiento de gloria y el ensayo El siglo XX y otras calamidades, pero entre sus mejores páginas se contarán también otras que no ha escrito, sino viviendo. Qué libro será su biografía, cuajado de anécdotas categóricas. Con el incendio de Moguer, resulta preceptivo recordar su defensa incansable de los montes y su odio eterno a los pirómanos, para los que lleva décadas exigiendo penas más duras y políticas eficientes. Sin embargo, hoy quiero recordar aquella batalla judicial que emprendió para que en su documento nacional de identidad constase su condición de marqués de Tamarón.
La disputa judicial llegó hasta el Tribunal Supremo, nada menos, que el 13 de junio de 1998 falló en su contra. Eso para él sería lo de menos, porque las batallas más importantes basta con darlas. Preocuparse demasiado del resultado es sólo vanidad y nada más que vanidad. Por otra parte, no esperaría demasiado del documento nacional de identidad, puro expediente estatalista. Un título y un DNI son como el agua y el aceite, pero hizo bien el marqués en arremeter contra ese molino de triturar tradiciones, porque alguien tenía que hacer constar que hay identidades que se resisten a dejarse estabular del todo por el número del CIF.
Me he acordado de esta vieja historia porque ahora en el DNI uno puede escogerse el sexo que le parezca a bien tener, con total autonomía del código genético. Resulta curioso ver cómo argumentos que justifican una actuación (con el aplauso mediático general) no sirven para amparar otra. Todos somos iguales, pero unos muchísimo más iguales que otros, como salta a la vista. Si hablamos de respetar el sentimiento de cada cual acerca de su propia identidad, nadie podría discutir que Santiago de Mora-Figueroa se siente profundamente marqués de Tamarón. También lo es, pero eso ya parece secundario.
Muchos argumentos de la modernidad podrían refutarse mediante una reductio ad absurdum, aunque con el peligro de herir alguna sensibilidad, y aquí no queremos molestar a nadie. Un método más generoso es la "expansión a la generalidad", esto es, aplicar exactamente los mismos argumentos y justificaciones para intereses diversos, más clásicos, tradicionales o incluso reaccionarios. Y entonces se nos ponen muy estrictos, y nos los niegan en redondo. Dejan de servir sus propios silogismos.

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