Pocas cosas me emocionan más que la bonhomía. Pensar bien de los demás es pensar bien. Del libro González Byass. Historia de una bodega escrito por Paula Fernández de Bobadilla e ilustrado por Ximena Maier, me ha encantado esta anécdota de Londres tras el Blitz. "Cuando terminó la guerra, todos los papeles se habían perdido. Así que a la bodega no le quedó otra que colgar un anuncio en un periódico que decía más o menos así: 'Al que le debamos algo, que nos avise; el que nos deba algo, por favor que nos pague'. Se cuenta que la respuesta fue tan generosa que llegó más dinero del que correspondía". Cuando confías en los demás, te devuelven la fe con intereses. "Tratad a la gente mejor de lo que es porque si no la haremos peor de lo que es", proponía Goethe. Juan Ramón Jiménez contaba que había puesto poesía donde no se hallaba y le habían devuelto más poesía.
El párrafo anterior es pura "excusatio non petita, accusatio manifiesta", porque, a pesar de mis maestros, voy a reconocer un prejuicio o dos. Ahora que Pedro Sánchez se ha hecho un lío con su reconocimiento de la plurinacionalidad y parece dispuesto de nuevo a pactar con los nacionalismos y que Miguel Lupiáñez, el alcalde socialista de Blanes, se ha soltado la melena del racismo independentista aunque nació en Andalucía, confesaré mi desconfianza hacia el PSOE en la cuestión nacional. Un partido cuyos miembros padecen alergia a la palabra "España" y prefieren usar "este país", y que mantiene una relación tortuosa con la bandera, demuestra, a pesar de la E mayúscula en su nombre, cierta inconsciente desafección, que termina dando la cara. Hay notables excepciones (a Susana Díaz hay que reconocerle su desacomplejado patriotismo) que no parecen suficientes para vencer, en mi maleada opinión y según vimos en primarias, tan poderosa pulsión subconsciente.
En mi rincón de malpensar guardo cierta equidad oscura. Reconozco un prejuicio paralelo contra el PP: la poca seriedad con que se toma los principios éticos, empezando por los más importantes, como la defensa de la vida, de la familia y de la propiedad privada, y que luego genera -naturalmente- la corrupción descarnada de algunos casos.
Ojalá guardase con más pulcritud la presunción de inocencia, incluso para con los partidos, y me aplicase a rajatabla la máxima voluntariosa de Pemán: "Prefiero pensar bien, aunque me equivoque". Pero lo intento, y no me sale.
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