Gonzalo Altozano
Solo hay algo más ingenuo que pensar que todo lo que pasa, absolutamente todo, forma parte de una conspiración: pensar que las conspiraciones no existen. De hecho, la historia que sigue es la historia de una conspiración. No arranca en un exclusivo resort suizo, rodeado de montañas y fuertes medidas de seguridad, y al que solo puede accederse en helicóptero, circunstancias de modo y lugar con las que el imaginario popular se representa las reuniones anuales del Club Bilderberg, el club de los ricos y poderosos del mundo, el club, en fin, que al resto -ay- nunca nos admitirá como socios.
Hoja de ruta
Por el contrario, el arranque de la historia que sigue tiene por escenario uno más modesto, el Instituto de Enseñanza Secundaria Ángel Saavedra, de la barriada de Valdeolleros, en la ciudad de Córdoba, el 26 de marzo de 2014. Que aquella no se trataba de una jornada cualquiera de clase lo pone de manifiesto que ni las dos personas que ocupaban la tarima del profesor ni el medio centenar que hacía lo propio con las sillas de los alumnos tenían plaza ni de profesores ni de alumnos en el centro. Tampoco se trataba de una mera reunión informativa con padres del instituto. Era, ni más ni menos, que la explicación de una hoja de ruta que, de transcurrir todo según lo planeado, daría lugar a la expropiación de la catedral de Córdoba a su legítima titular, la Iglesia Católica.
Un infiltrado en la reunión
Que uno de los puntos de la agenda fuese lograr un ruido mediático lo más formidable y duradero posible alrededor de la polémica no significa que la entidad organizadora del encuentro en el IES Ángel Saavedra tuviera especial interés en publicitar el acto. De hecho, los detalles del mismo (por ejemplo, la asistencia de unos hombres de raza árabe que permanecieron observantes, sin relacionarse con el resto) trascendieron no por la vía de la nota de prensa, sino de la filtración; el típico testigo presencial que contó lo que allí vio y oyó, en este caso, a un diario de tirada nacional, La Razón. Fuera de este prurito no logrado de discreción, uno de los propósitos de la campaña allí presentada era que, a partir de entonces, y hasta lograr arrebatar a la Iglesia la titularidad del más emblemático templo de la ciudad de Córdoba, cada acción encaminada a tal fin tuviera su correspondiente reflejo en los periódicos y en los telediarios. O eso confesaron aquella tarde ante su auditorio Miguel Santiago Losada y Antonio Manuel Rodríguez, portavoces de la Plataforma Mezquita Catedral de Córdoba, la entidad organizadora de la cosa.
En los márgenes
Si en lugar de un texto, esto fuera una pieza audiovisual, el presente párrafo sería un plano figurando una ficha personal, con un recuadro para la foto carnet, y caracteres mecanografiados rellenando las correspondientes casillas a ritmo de teclado y con música de fondo como las de las películas de 007.
Miguel Santiago Losada, un habitual en todas las causas de la izquierda radical.
Así, de Miguel Santiago Losada se destacaría que nació en Córdoba, en 1955, que es biólogo de formación, profesor de instituto de profesión y veterano militante, de cuarenta años acá, en todas las causas enarboladas por esa izquierda callejera, internacionalista y no pocas veces ignorante de que el Muro de Berlín fue derribado. De perderse algún día, a Miguel Santiago Losada habría que buscarle en los márgenes de la política y de la sociedad, y aquella tarde de marzo de 2014 en un instituto de barriada cordobés, donde compartió cartel con Antonio Manuel Rodríguez.
Webislam
Antonio Manuel Rodríguez. Ábrase plano con ficha, rellénense los datos personales, suenen los teclados y una musiquilla libre de derechos como de reportaje de investigación. De Rodríguez podría subrayarse que nació en 1968, en la localidad cordobesa de Almodóvar del Río, que es profesor de Derecho Civil en la Universidad de Córdoba, músico, conferenciante, bloguero y colaborador habitual de prensa, entre otros medios, en webislam, principal órgano de expresión de la comunidad musulmana en España.
La voz de los moriscos
No en vano, Antonio Manuel Rodríguez podría dar el perfil de lo que durante los siglos de dominación árabe en España, por recurrir a un periodo de la historia que sin duda le será grato, se conocía como muladíes, esto es, los cristianos conversos al Islam.
Antonio Manuel Rodríguez, colaborador de Webislam, página de referencia para los musulmanes en España.
Si bien él donde de verdad se siente a gusto es en la piel de los moriscos, los musulmanes que se quedaron en España al término de la Reconquista, y de manera especial, de aquellos a los que expulsó Felipe III. De hecho, una de las campañas con las que más ruido ha hecho Antonio Manuel Rodríguez, aparte de la todavía en curso para arrebatar la titularidad de la Catedral de Córdoba a su legítima propietaria, la Iglesia católica, ha sido la equiparación jurídica -“y sentimental”, signifique la cursilada lo que signifique- de los descendientes de aquellos moriscos con los de los también expulsados, siglos ha, sefardíes.
Una colaboración feroz y feraz
A nadie debería extrañar ver a un veterano de la izquierda protestona -Miguel Santiago Losada- compartiendo pancarta con un nostálgico de la Córdoba de los Omeyas, Antonio Manuel Rodríguez; al fin y al cabo, la política hace extraños compañeros de cama y los enemigos de mis enemigos -en el caso concreto, la Iglesia Católica y, por derivación, la civilización occidental- son mis amigos. A este respecto, es abundante la casuística que pone de relieve la feroz y feraz colaboración entre izquierda e Islam, siendo la colaboración entre ambos personajes un botón de muestra más.
Cristianos de base
Un botón, por cierto, de muy lógico encaje. Porque durante años, Miguel Santiago Losada engrosó las filas de esos que han dado en llamarse a sí mismos cristianos de base, y cuya única misión era -y es- la de enmendar la plana a la Iglesia católica, dijera esta lo que dijera, y antes incluso de lo que lo dijera.
Lo que va de Nicea a hoy
El éxito de los cristianos de base en su labor de abrir boquetes en la nave de Pedro ha sido tan escaso que ha generado en ellos una enorme frustración. Cosa distinta son los resultados de esa misma labor de zapa atribuibles a otros colectivos, ciertamente exitosos. Pero por volver a los cristianos de base y a sus frustraciones, cabe recordar que cuando esta última no se gestiona bien suele derivar en resentimiento. ¿Se insinúa acaso que la cruzada de Miguel Santiago Losada, en comandita con el Islam y contra el cabildo de la Catedral de Córdoba, se debe al hecho de que, siglos después de Nicea, los artículos del Credo sigan siendo los que son? Sentimos no responder, pero no es este el diván de un psicoanalista. Por otro lado, Antonio Manuel Rodríguez, la conexión islámica de este curioso ticket, es frecuentador desde hace años los círculos políticos de la izquierda, primero los del andalucismo, donde no logró ni una humilde acta de concejal, y recientemente los de Podemos, donde tampoco es que haya hecho carrera.
La industria de la subvención
Quiérese decir con lo anterior que son muchos los círculos de confluencia donde Miguel Santiago Losada y Antonio Manuel Rodríguez pudieron trabar conocimiento. Quedan descartadas, por razones obvias, alguna de las cofradías y hermandades de Semana Santa con parada penitencial en el interior de la Catedral. No así los pasillos y despachos oficiales de la industria de la subvención, léase la Administración, ya sea la estatal, la autonómica o la local. Porque si es cierto que ambos personajes han promovido mil y una iniciativas de tipo social o político, es cierto también que no pocas veces lo han hecho a cargo del honrado y sufrido contribuyente español. Pero no convirtamos la crónica esta en un paper del Instituto Juan de Mariana y retomemos el hilo de la narración donde lo habíamos dejado: en el IES Ángel Saavedra de Córdoba, la tarde del 26 de marzo de 2014.
Un manifestante en su habitación
No fue aquella, sin embargo, la fecha de puesta de largo de la Plataforma Mezquita Catedral de Córdoba, sino que la presentación en sociedad de la misma había tenido lugar apenas un mes atrás, el 11 de febrero. El escenario elegido no fue una plaza pública, sino change.org, un portal de movilización ciudadana que pone al alcance de cualquiera la posibilidad de montar sus propias campañas, no importa lo peregrinas que estas sean, y todo sin salir de casa. Únicamente se precisa de la ayuda de un ordenador con buena conexión a Internet. Y todo con el atractivo añadido de que si el destinatario de tu indignación no te hace ni caso pero son muchos los firmantes de tu petición, bueno, siempre podéis reventarle su bandeja de correo.
Donald Trump y Beyoncé
Dejando a un lado el pequeño detalle de que los filtros para la verificación de las firmas establecidos por change.org no lo son precisamente a prueba de hackers (cualquiera puede proteger su anonimato empleando nombres de uso tan corriente como, qué sé yo, Donald Trump o Beyoncé, basta con dar una dirección de correo electrónico), dejando a un lado esto, en fin, la petición lanzada por la Plataforma Mezquita Catedral de Córdoba supuso una exhibición de musculatura, con doscientas mil firmas al poco de iniciarse la campaña. La pregunta es qué firmaban los que firmaban.
Con copia a la Unesco y a la Junta de Andalucía
Pues cuatro peticiones, cuatro. A saber: el reconocimiento de la titularidad pública del templo; la implementación de una gestión pública y transparente; la redacción de un código de buenas prácticas; y, last but non least, que se dejara de emplear para referirse al templo, con carácter institucional, el término catedral. La primera petición era presupuesto de las otras tres; la segunda y la tercera introducían la sombra de la sospecha en el Cabildo, el órgano de gobierno de la catedral, y cuya gestión a lo largo de los años no se ha caracterizado, precisamente, por los escándalos; la última petición, la del cambio de denominación institucional, podía interpretarse más allá de lo estrictamente nominal. Cuestión en absoluto menor eran los destinatarios de la campaña. Por un lado, la Unesco, el organismo de Naciones Unidas que en 1984 declaró Patrimonio de la Humanidad la catedral de Córdoba. Por el otro, la Junta de Andalucía. Empecemos primero por la última.
Esposados por la Guardia Civil
Corría, cabe recordar, 2014. Hace ya tiempo que el caso de los ERE y el de los cursos de formación se han incorporado al imaginario del español consumidor de noticias como dos de los mayores episodios de corrupción de la España reciente, y no solo por su cuantía, que también, sino por el tiempo que estuvieron los golfos apandadores robando a sin ser descubiertos. El epicentro del latrocinio -porque se trata de un latrocinio- es la ciudad de Sevilla, no como homenaje a Rinconete y Cortadillo, sino porque es allí donde tiene su sede la Junta de Andalucía. Que a la Junta el caso le ha salpicado de la cabeza a los pies lo prueba el número de mangantes mil, vividores todos del esfuerzo de los andaluces, que cada día desfilan caminito a los juzgados, de donde no pocas veces salen esposados por la Guardia Civil. Pero no solo eso. El proceso se ha llevado por delante, políticamente hablando, a dos antiguos inquilinos del Palacio de San Telmo, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, los cuales tienen que estar agradecidos de no jugar la partida cada tarde en la prisión de Soto del Real. Pues bien. Siendo estos los antecedentes de hecho y de Derecho, lo lógico sería pensar que lo último para lo que estaba la Junta de Susana Díaz era para atender una petición que bien podía firmar el Ratón Mickey. Y sin embargo…
Una segunda puerta en la catedral
Sin embargo, a los pocos días de lanzarse la campaña, la Junta anunció que estudiaría el asunto por la vía del informe jurídico. Podía pensarse que al tratarse de uno de los emblemas más reconocibles de Andalucía, con un promedio de millón y medio de visitantes al año, la Junta actuaba de oficio, como movida por un resorte, cada vez que de la Mezquita Catedral se trataba. Pero qué va. Así, cuando en 2008 la Agrupación de Hermandades y Cofradías solicitaron permiso para practicar en el templo una segunda puerta, aparte de la del Arco de Bendiciones, para que todos los pasos de Semana Santa de la ciudad pudieran cumplir su estación de penitencia, la Junta se negó. De nada sirvió que las distintas propuestas vinieran firmadas por los arquitectos encargados de la conservación del templo, ni que una aplastante mayoría de cofradías y hermandades avalaran el proyecto, ni los motivos de seguridad aducidos; al fin y al cabo, en el interior de la catedral han llegado a congregarse 6.000 fieles, con una sola puerta en caso de emergencia. Pero, insistimos, nada sirvió de nada. Quién sabe, quizás si las cofradías y hermandades hubieran lanzado una petición a través de change.org…
El César en los terrenos de Dios
Son varias las posibles respuestas a la pregunta de qué llevó a la Junta de Andalucía a formar con la izquierda marginal y con los nostálgicos de la dominación musulmana de la península una entente nada cordial contra la Iglesia católica. Una primera respuesta, de corte histórico político, sería la tentación multisecular del poder, del César, por acampar en los terrenos de Dios. Otra, más pegada a la actualidad, es la necesidad del PSOE de adoptar unos modos y maneras más radicales para así frenar el paso por la izquierda a otras formaciones políticas en irresistible avance -al menos en 2014- como Podemos. Una tercera razón, esta de tipo humorístico (¡o no!), era el horizonte de botín que podían suponer los tesoros de la catedral, incluidas las limosnas de los cepillos, una vez exprimidos hasta la última gota los ERE y los cursos de formación. Lo que cabe descartar con toda seguridad es que la Junta acudiera al rescate de la Catedral, como si esta estuviera en peligro, tal como sugería el título de la alerta de change.org: Salvemos la Mezquita de Córdoba.
Uno de cada diez euros
En primer lugar, quien haya visitado alguna vez el templo habrá podido comprobar que el mismo no amenaza ruina. Ni en sentido arquitectónico ni en sentido financiero. A este respecto, cabe destacar que en los últimos veinte años, para gastos de conservación y restauración se han destinado 20 millones de euros, de los cuales un 73% lo ha desembolsado el obispado de Córdoba, un 14.8% el Gobierno y solo 3.3 millones la Junta. Es decir, que por cada 10 euros, 7 los ponía la Iglesia y 1 la Junta de Andalucía.
El 73% de las cantidades invertidas en los últimos veinte años en la conservación de la catedral de Córdoba los ha puesto la diócesis.
El puro de Hannibal Smith
Más plausible resulta la hipótesis -sin descartar otras- de que la Junta de Andalucía viera en la polémica una oportunidad no ya de lavar su imagen, manchada por mil y un episodios de corrupción, pero sí al menos de distraer la atención de la opinión pública, mediante la aplicación del viejo truco de la cortina de humo. Porque lo cierto es que la campaña alrededor de la mezquita catedral hizo desde el minuto cero un estruendoso ruido mediático. Por supuesto, de la misma se hicieron eco los medios locales, pero también los nacionales y, amplificando la repercusión, los internacionales, como la BBC inglesa, la RAI italiana, la ORF austriaca y, de manera acrítica, haciendo suyo entero el argumentarlo de la Plataforma Mezquita-Catedral de Córdoba, la catarí Al Jazeera. Pocas semanas después, en el instituto Ángel Saavedra, Miguel Santiago Losada y Antonio Manuel Rodríguez, los principales promotores de toda esta historia, sacaban músculo y sonreían satisfechos, suponemos, encantados de que los planes estuvieran saliendo tan bien. Solo les faltaba encenderse un puro, como Hannibal Smith, el jefazo del Equipo A.
Movilización ciudadana e internacionalización del conflicto
Razones para la enhorabuena les sobraban, pues que su reivindicación fuese noticia, cabe recordar, era uno de los puntos de la hoja de ruta desgranada la tarde del 26 de marzo de 2014 en aquel instituto de Córdoba. Ser noticia aquí en España, pero también en el extranjero, en una estrategia de doble dirección -de dentro afuera y de fuera adentro- diseñada para favorecer la movilización callejera y la internacionalización del conflicto, por usar dos términos muy del gusto de la izquierda abertzale, entramado este que pinta más en todo esto de lo que parece, como se verá. Que de lo que se trataba, en fin, era de ser noticia, hubiera motivo o no, lo prueba la acción anunciada aquella misma tarde en el instituto Ángel Saavedra, y que se materializaría pocos días después: una marcha reclamando la titularidad pública del templo, y en la que los participantes sellarían su compromiso con la causa con un beso y un abrazo cada uno al monumento. Charlotadas aparte, el punto fuerte de la campaña ideada por Miguel Santiago Losada y Antonio Manuel Rodríguez no era este, el del beso y el abrazo, sino la denuncia de la inmatriculación del inmueble por parte de la Iglesia.
La sombra de la sospecha
Por contarlo de forma resumida, la inmatriculación es un procedimiento especial habilitado por la legislación hipotecaria que ha permitido a la Iglesia expedir certificaciones sobre inmuebles que le pertenecían desde tiempo inmemorial, pero de los que no poseía título de propiedad, por los motivos que fueran, sobre todo de tipo histórico. Dicha certificación facultaba a la Iglesia para acudir al registro e inscribir allí el bien que fuese. No se trataba, por más que algunos se empeñen, de un privilegio que el ordenamiento jurídico otorgaba a la Iglesia, sino en todo caso de una medida de igualdad. Porque el resto de confesiones religiosas sí que podía inscribir en el registro sus templos, gozando así de las múltiples ventajas que de la inscripción se derivaban. La Iglesia Católica, en cambio, no. Y lo mismo, ojo, determinados poderes públicos. No por nada, sino porque al tratarse de bienes de uso común, su titularidad se daba por supuesta. Así de sencillo; tanto, que a algunos les convenía envolverlo todo en un manto de sospecha.
Una mentira mil veces repetida
Tal fue el caso de Miguel Santiago Losada y de Antonio Manuel Rodríguez cuando en la tarde del 26 de marzo de 2014 despidieron a su auditorio del instituto Ángel Saavedra de Córdoba encomendándoles la misión, no ya de hacer pedagogía jurídica por los caminos y las plazas de la ciudad, sino de repetir, machaconamente, hasta hacer de la mentira verdad, a quien quisiera escucharles y a quien no también, la consigna de que la Iglesia Católica se había quedado de manera ilegal con la catedral de Córdoba.
Agitación y propaganda
Recuérdese, a este respecto, que Antonio Manuel Rodríguez era -y es- profesor de Derecho Civil, rama de la carrera donde se estudia todo lo relativo a la cosa hipotecaria. O sea, que motivos hay para pensar, y para pensar mal, que tan extravagante profesor andaba -y anda- más preocupado por la formación de sus alumnos en los trucos de la agitación y la propaganda que en el razonamiento jurídico, desapasionado por definición.
Inasequibles al desaliento, al argumento y al documento
En cualquier caso, a los promotores de la Plataforma Mezquita Catedral de Córdoba no les faltaba razón cuando, la tarde de autos, desaconsejaron la vía judicial, calificándola de “riesgo”. Que una cosa es ser inasequible al desaliento, al argumento y al documento, como Miguel Santiago Losada y Antonio Manuel Rodríguez, y otra muy distinta ser tonto, colectivo en el que ni el uno ni el otro parecen contarse. Porque el ordenamiento jurídico habilitante del procedimiento de la inmatriculación -esto es, el ordenamiento jurídico español-, es el mismo ordenamiento que deja abierta la puerta del litigio a cualquiera que acredite un título de propiedad mejor.
La crónica latina de los reyes de Castilla
En el supuesto de la catedral de Córdoba, ¿quién osaría disputarle a la Iglesia católica la titularidad del templo? ¿La Junta de Andalucía? ¿Acaso el Estatuto de Autonomía de 1981 puede competir en antigüedad con la crónica latina de los reyes de Castilla, de 1236, donde, refiriéndose al templo que nos ocupa, se relata con detalle “lo que era necesario para que de mezquita se hiciera iglesia”? ¿O tal vez el Ayuntamiento de Córdoba? ¿Podría el Ayuntamiento de Córdoba echarle un pulso, con visos de éxito, al Cabildo de la Catedral? Pero si han sido sus propios servicios jurídicos, los del Ayuntamiento, los que ha dictaminado que el templo nunca fue de titularidad municipal; en línea con el Ministerio de Justicia y la Dirección General de Patrimonio, organismos que han reconocido que la mezquita catedral jamás figuró en el inventario de bienes del Estado; en línea, a su vez, con el juzgado de instrucción número 6 de Córdoba, que archivó la denuncia presentada por tres ex alcaldes de la ciudad que consideraban ilegal la inmatriculación, dejando claro en el auto que el templo fue adquirido por la Iglesia por donación del rey Fernando III en 1236, poseyéndola desde entonces “de manera pública, pacífica y no interrumpida en concepto de dueño”.
Construyendo mayorías
Cerrada, a lo que parecía, la puerta de los juzgados, tocaba jugar entonces la carta política. En primer lugar, creando artificialmente una polémica -la de la titularidad del templo- para luego mantenerla viva a cualquier precio, durante más tiempo mejor, y así en el proceso ir construyendo mayorías de opinión, tan importantes en estos tiempos en los que hay incluso quienes propugnan que los jueces han de vibrar más con el sentir del pueblo (así, en abstracto) y preocuparse menos de si sus decisiones se ajustan a Derecho o no. Y una vez lograda una corriente mayoritaria favorable, o en paralelo a la construcción de la misma, salir a torear, de la mano de un buen apoderado (la Junta de Andalucía, por ejemplo), a una de las plazas más politizadas del país, fiel reflejo de sus banderías partidistas. ¿El Parlamento? No. El Tribunal Constitucional.
Promotores manos a la obra
Con otras palabras, las suyas, esto fue lo que expusieron Miguel Santiago Losada y Manuel Antonio Rodríguez la tarde del 26 de marzo de 2014, en el instituto de enseñanza secundaria Ángel Saavedra, de la barriada de Valdeolleros, en la ciudad de Córdoba. O sea, la conveniencia de que fuese la Junta de Andalucía la que, por estar legitimada para ello, elevase al Tribunal Constitucional, para que se pronunciara en contra, la inmatriculación de la catedral de Córdoba, llevada a cabo por la Iglesia en 2006. De momento, Susana Díaz no ha dado el paso, empeñada como parece en conducir a su partido al cero demoscópico, en reñida competición con Pedro Sánchez. Lo que no quita para que los promotores de la campaña del templo hayan permanecido todo este tiempo cruzados de brazos.
Asesinos en serie y compañeros de viaje
Así, la Plataforma Mezquita Catedral de Córdoba pasó a integrarse en una suerte de federación, la Coordinadora Estatal para la Recuperación de los Bienes Inmatriculados por la Iglesia Católica, también denominada Recuperando, quien sabe si para facilitar las cosas a aquellos de sus miembros con dificultades de lectura o respiratorias. El líder de la iniciativa, por cierto, no es otro que Antonio Manuel Rodríguez, quien busca implantar a nivel nacional (perdón, estatal) las tácticas y la estrategia seguidas todos estos años en Córdoba.
Entre los compañeros de viaje de Rodríguez y su plataforma, se encuentran, por un lado, Pedro Leoz Cabodevilla, octogenario cura en permanente lucha contra su país -España-, su Iglesia -la católica- y los fotógrafos que osen pedirle que
sonría al objetivo; por el otro lado, José María Esparza, editor de Txalaparta, sello responsable de las obras de reputados asesinos en serie como Iñaki de Juana Chaos.
José María Esparza editó en 2000 la autobiografía del etarra José Ignacio de Juana Chaos, condenado por 25 asesinatos.
Leoz y Esparza pertenecen a la Plataforma de la Defensa del Patrimonio Navarro, defensa y patrimonio del que quedan fuera, cabe suponer, las cadenas y la corona del escudo de Navarra, no así la ikurriña. Pero esta es otra historia.
Los airados hijos del Corán
Por lo que respecta a esta, ponerle punto final aquí, significaría encuadrarla, única y exclusivamente, en un marco de laicismo militante y feroz, como el que desde hace unos años se da en España. Pero eso sería contar la historia a medias, obviando la clave islámica del asunto, sin la cual nada tiene sentido. Al fin y al cabo, la mezquita de Córdoba es, junto la Alhambra de Granada, el símbolo de los nostálgicos de Al Andalus, la España sometida al Islam, y aquí coinciden, les guste o no, los que piensan que aquello fue una balsa de aceite, oasis de las tres culturas, con los fanáticos del Estado Islámico, los airados hijos del Corán. También coinciden, más cercanos a los segundos que a los primeros, el centenar de musulmanes con pasaporte austriaco que, perfectamente coordinados, y en abierta provocación, se pusieron a rezar a la Meca en el interior de la catedral el Miércoles Santo de 2010. Las hemerotecas hablan de insultos y agresiones a los servicios de vigilancia del recinto, desacatos a la autoridad, detenciones policiales y la incautación de, al menos, un cuchillo. Pero lo sustancioso no está en las crónicas de sucesos, sino en el comunicado que al hilo de lo ocurrido emitió la Junta Islámica, uno de los principales interlocutores de los musulmanes en España con los poderes públicos.
Un “incidente”
Tres años, tres, desde 2007, llevaba Isabel Romero, presidenta de la Junta Islámica, tratando de desmarcarse de una de las más queridas reivindicaciones de su predecesor en el cargo, el muy carismático y ya fallecido Mansur Escudero: que la mezquita catedral de Córdoba fuera un espacio de culto compartido entre cristianos y musulmanes.
Mansur Escudero (1947-2010), rezando ante la catedral de Córdoba para reclamar su utilización como mezquita.
Tres años, tres, decimos, tratando de rebajar el tono y va Romero y se descuelga con un comunicado en el que, en primer lugar, califica el violento episodio del Miércoles Santo de “incidente”, para enseguida señalar que nada de aquello hubiera sucedido de ser la mezquita catedral un lugar de culto compartido, tal y como llevaba la Junta Islámica años reclamando a los obispos de la diócesis, a la Conferencia Episcopal, al nuncio de Su Santidad y al mismísimo Papa de Roma.
La Meca de Occidente
Pasado el calentón, eso sí, Romero se distanció de nuevo de los que pedían la titularidad pública del templo y el culto compartido, contentándose, decía, con que la Iglesia no borrara la huella islámica del monumento.
Isabel Romero sucedió a Mansur Escudero al frente de la Junta Islámica en España, con la misma pretensión de que el templo católico fuese utilizado como mezquita por los mahometanos.
Queda, sin embargo, la curiosa coincidencia de que, al poco de desatarse la campaña por la expropiación, la Comisión Islámica de España nombrara a Romero responsable para la recuperación del patrimonio musulmán en nuestro país. Queda también su fluida relación, más allá de ser naturales los dos de Almodóvar del Río, con Antonio Manuel Rodríguez, impulsor de la Plataforma Mezquita Catedral de Córdoba. Y queda, sobre todo, la duda de hasta qué punto una y otro no han hecho suyo el sueño de un tercer vecino de Almodóvar, alguien que hizo del pueblito su pequeño califato afortunado, un tipo ciertamente importante en las vidas de los dos y de tantos otros, Mansur Escudero, el hombre que suspiraba por que Córdoba fuese La Meca de Occidente.
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