Para vencer al terrorismo hay que conocerlo. Estudiarlo con métodos científicos. El navarro Javier Lesaca, investigador de la Universidad de Georgetown, ha analizado la propaganda del Daesh desde 2014. Y su conclusión es que este grupo tiene «muy poco de religioso» y mucho, en cambio, de «nihilismo puro y duro». Para llevar a cabo sus objetivos el Estado Islámico recluta a jóvenes hartos de vivir bajo el yugo de regímenes corruptos en Sira o en Irak… y a millennials de todo el mundo desencantados con el sistema por tantas expectativas incumplidas. Acompañado del director del Centro Nacional de Inteligencia, Félix Sanz Roldán, que prologa su libro, Javier Lesaca presentó la pasada semana en la Casa Árabe de Madrid Armas de seducción masiva (Península)
Las imágenes están filmadas desde el aire por drones. La estética es la de un videojuego. Coches suicidas, con la bandera negra del Daesh sobreimpresionada, circulan a toda velocidad por las calles de Mosul a la caza de unidades del Ejército iraquí, marcadas en color rojo, mientras esquivan los disparos de los soldados. Por fin alcanzan el objetivo. A cámara lenta, se ve como va creciendo una gran bola de fuego, que engulle a los combatientes enemigos, una imagen que atrapa la atención del espectador.
Para el Daesh, «la comunicación no es un soporte de la estrategia, sino una parte central de la estrategia en sí», asegura Javier Lesaca en entrevista con Alfa y Omega. El gran artífice fue, hasta su muerte, en 2016, el número dos de la organización, Abu Muhammad al-Adnani al-Shami, que se rodeó de un equipo de jóvenes universitarios sirios e iraquíes «de perfil no especialmente religioso», sino más bien técnico, y sobre todo, con la sensibilidad necesaria para dirigirse a los jóvenes en sus propios códigos culturales.
Al-Adnani fue, simultáneamente, responsable de las operaciones exteriores del Daesh y de su aparato de comunicación. «Cuando en una mesa un equipo prepara los atentados de París o de Bruselas –ilustra el investigador de Georgetown–, simultáneamente otro está grabando un vídeo para lanzarlo inmediatamente después. Tras los primeros disparos, se activaron cuentas falsas de Twitter que se dedicaron a enviar miles de mensajes» sembrando más caos y terror. «Todo, perfectamente orquestado».
El terrorismo como espectáculo
«El terrorismo moderno y la propaganda han ido históricamente de la mano», resalta Lesaca. «Los primeros atentados consistían en cartuchos de dinamita y, cuando explotaban, los autores lanzaban pasquines para que la gente los leyese». El terrorismo irá creciendo en sofisticación, adaptándose a los avances tecnológicos para perfeccionar sus métodos y marcar la agenda mediática. Así, con la llegada de la televisión por satélite se popularizan los secuestros de aviones, retransmitidos en directo a todo el mundo.
Con los atentados del 11S –«un gran espectáculo audiovisual», reconoce Javier Lesaca–, Al Qaeda da un paso de gigante, pero el nivel es todavía muy desigual. Las grabaciones se realizan habitualmente a cámara fija y sin un análisis previo sobre los efectos que van a provocar en la audiencia. A modo de ejemplo, Lesaca recoge cómo Aymán al-Zawahirí, el sucesor de Bin Laden, amonesta al responsable de una operación terrorista por mostrar en YouTube decapitaciones de forma demasiado explícita, lo que las hace en extremo desagradables.
«Eso cambia con el Daesh», explica. «Las imágenes del Estado Islámico van dirigidas a audiencias acostumbradas a jugar y a comer palomitas viendo ese tipo de productos. De este modo el cerebro compara lo que está viendo con imágenes de ficción, y no percibe que está asistiendo a un asesinato de verdad». «Por primera vez en la historia el terrorismo se ha convertido en un producto de comunicación popular. No solo se busca atemorizar, sino también seducir».
Esta es la razón que explica que, en tres años, 35.000 jóvenes de todo el mundo, muchos procedentes de países occidentales, hayan viajado a Irak o a Siria para cometer atentados. Estos mismos jóvenes serán también los portavoces del Daesh, que curiosamente solo ha mostrado su líder, Abu Bakr al-Baghdadi, en una ocasión, sencillamente porque sus predicaciones no interesan.
«El Daesh se dirige a los millennials, una generación hija de la posmodernidad que se siente frustrada por sus expectativas de vida incumplidas. Es una generación que no siente compromiso hacia sus instituciones públicas ni hacia sus estados». Se trata de jóvenes de Siria e Irak, pero también «franceses de familias asentadas en Francia desde hace muchas generaciones y surferos de Australia con ojos azules y pelo rubio hastiados de todo». «Lo que se les ofrece son aventuras, emoción, experiencias al límite…». Apenas hay contenido religioso en los mensajes, porque «el Daesh sabe perfectamente que la generación de la posmodernidad no está interesada en la religión, sino en un conjunto de vivencias, en algún sentimiento intenso por el que merezca la pena morir y matar. En cierta manera, el tipo de terrorista del Daesh es el menos ideológico de toda la historia. El perfil del terrorista de Orlando está mucho más cerca del de Bowling for Columbine que el de los autores del 11S». Solo hay «nihilismo puro y duro».
Por ello –prosigue Lesaca–, aunque el Daesh se autoproclama un movimiento islamista, el análisis de sus mensajes nos demuestra que tiene muy poco de religioso». Y cita al islamista francés Oliver Roy, para quien el Daesh no representa «la radicalización del islam», sino «la islamización de la radicalidad». Una cara más del nihilismo contemporáneo.
Ricardo Benjumea
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