Después del parón de la semana pasada por mi viaje a Madrid y las pruebas médicas que allí me practicaron vuelvo a retomar esta serie de artículos que en su día se publicaron en "Raíces de Grazalema".
Hoy traigo uno firmado por nuestro querido y siempre recordado Diego Martínez Salas y que está dedicado a la Hermandad del Santísimo Sacramento y Corpus Christi de Grazalema.
Me alegra muy de veras el retomar esta serie de publicaciones de todos los miércoles porque es una forma que honrar la memoria y todo cuanto hizo nuestro siempre querido y añorado Diego junto al equipo de colaboradores.
Con mi cariño para su viuda, hijos, madre, familia, amigos así como al pueblo Grazalema y todos los grazalemeños.
Recibid todos un abrazo con sabor a eternidad,
Jesús Rodriguez Arias
raicesdegrazalema.wordpress.com
Publicado por Grazalema
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Diego Martínez Salas
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La Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es sin duda la más antigua de las fiestas que se celebran en Grazalema. Ya en 1.634, los legajos de la Catedral de Málaga, dan fe de la existencia de la Hermandad del Santísimo Sacramento; congregación que tenía en esos años, una vida lo suficientemente pujante como para verse obligada a tributar por el impuesto del Real Subsidio. (1)
Desde el inicio del Cristianismo, y dado que sólo se celebraba misa los domingos, se introdujo la costumbre de conservar en un arca, parte de las formas consagradas para administrarla a los enfermos que se encontraban en peligro de muerte.
Precisamente la Hermandad tenía como uno de sus fines primordiales, facilitar a los hermanos la confesión y la recepción del viático o comunión como ayuda para bien morir y celebrar la Pascua definitiva, y los funerales y sufragios por sus almas.
Numerosas fueron las dotaciones que para estos fines realizaron los hermanos de la cofradía. Como ejemplo citaremos el patronato fundado el 17 de marzo de 1703, por el presbítero don Juan Rodríguez Carrero, con el que pretendió garantizar la administración del viático a los enfermos, que de conformidad con la mentalidad protocolaria de la época; debía de llevarse a los moribundos bajo palio llevado por seis sacerdotes con sobrepellices, y alumbrado con doce hachas de cera.
Al cumplimiento de este fin, se adscribieron las rentas de una haza de tierra de 18 fanegas en peña Rolla, así como las que generara la casa llamada del Santísimo Sacramento, señalada con el numero uno de la Calle Las Piedras, y que milagrosamente ha sobrevivido al paso de los años. (2)
Esta casa aun conserva su nombre y permite ver en su portada del S. XVII, la figura de un Copón, en recuerdo de su pertenencia a la citada Hermandad.
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La piedad de los hermanos y las mandas y legados de sus testamentos, convirtieron a esta congregación en una entidad muy saneada económicamente. La radiografía de sus ingresos nos la muestra la declaración que con fecha 26 de noviembre de 1812 y para el pago del impuesto del Real Subsidió presentó “… el licenciado Thomas Pérez Mayordomo de la Cofradía y Hermandad del Santísimo Sacramento, de esa Parroquial de Grazalema, del producto de las fincas y cargas que posee esta cofradía y que recibe anualmente” , y que consistían en la percepción de hasta diecisiete censos que gravaban a los propietarios de otras tantas casas, como las existentes en la Calle Ronda, Haza de Fonda y Corrales, o la propiedad de algunas viviendas como la que poseía en el camino de la ermita.
A estos ingresos que sumaban 1633 reales anuales se añadían los generados por las luminarias o cuotas de hermanos, que se recogían en los “libros de Calle”, llamados así en Grazalema por irse anotando en ellos los pagos que se recogían casa por casa y los que se percibían por las limosnas y memorias de misas y sufragios como la que ordenó doña Teresa Matheos, por importe de cien reales anuales. (3)
Muchas fueron las realizaciones que pudieron acometer sus hermanos con una economía tan saneada, como la propia capilla del Santísimo.
Hasta el Siglo XVI era costumbre reservar el Santísimo en un arca en las sacristías. Sin embargo, a partir de esa centuria se adoptó la costumbre de dedicarle una capilla expresamente para favorecer la piedad católica, mediante la oración intima y personal en su presencia: razón por la que desde entonces las iglesias han de permanecer abiertas algunas horas todos los días.
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La gran reforma de la Iglesia de la Encarnación (1625-1631), se adaptó a esta nueva corriente, edificando la capilla del Sagrario, que fue progresivamente enriquecida por los hermanos, dotándola de una elegante cúpula gallonada, durante el S. XVIII, y posteriormente reconstruyendo la capilla destruida durante la invasión francesa para lo que se labró en ella:
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“Un retablo de madera pintado y dorado, con una hornacina con Nuestra Sra. del Rosario, imagen de vestir con un niño Jesús en sus brazos tallado en madera. Un sagrario de madera dorada y pintado portátil. Una baranda de hierro para el comulgatorio y una mesita credencia de pino, con unas colgaduras de damasco encarnado para las paredes de la capilla”. (4)
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Durante el mismo siglo XVI se popularizó la contemplación directa y visual del Santísimo durante la oración, mediante su exposición en un ostensorio o custodia. A este culto se destinaron varias piezas de orfebrería y ricos ornamentas bordados entre ellos una extraordinaria carroza de plata para el corpus y una custodia grande de plata y pedrería que conocemos gracias un testimonio fotográfico de 1907. (5)
Las rentas e ingresos de la Hermandad, no solo sirvieron para garantizar los fines propios de la corporación, sino que permitieron la propia supervivencia de la Iglesia de la Encarnación, cuando fue saqueada e incendiada por los franceses el 3 de mayo de 1810.
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El 10 de agosto de 1810, ante la situación en la que se encontraba la techumbre y ante el peligro que corría el templo de cara al invierno que se aproximaba, se reunió el cabildo de la Iglesia Parroquial para tratar, utilizando sus propias palabras, el asunto de la financiación de las obras de restauración del techo o media naranja de la Iglesia de la Encarnación que había quedado reducido a cenizas por la crueldad y perfidia de los franceses como resultado de la obstinada resistencia que aquellos vecinos le pusieron el día 3 de mayo. Igualmente se pretendía comprar cuatro cálices, patenas, cucharitas y un copón para beneficio y alivio de aquellas almas. Dicho cabildo estaba compuesto por los curas beneficiados, alcaldes ordinarios y los mayordomos de las hermandades que existían en esa fecha en Grazalema, entre ellos el Dr. Tomás Pérez, Mayordomo de la Hermandad del Santísimo que junto a los de las Cofradías de las Ánimas, Rosario, Soledad, Aurora, Veracruz y Ángeles, decidieron que serían las Hermandades grazalemeñas las que con sus propios fondos llevarían a cabo la restauración para que no se arruinara su suntuosa fábrica valorada en cuarenta mil pesos, poniendo en común sus fondos así como el valor de la plata que todavía poseían y que habían logrado salvaguardar de la rapiña napoleónica. (6 y 7)
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Sin embargo, las propiedades, censos y rentas de la Hermandad, que salvaron la crítica situación generada por la guerra, serán la causa de su ruina, cuando durante el segundo tercio del siglo XIX, el estado confisque y amortice estos derechos como forma de allegarse unos cuantiosos ingresos con los que reducir la desorbitada deuda pública del estado.
Los procesos desamortizadores de 1835 y 1855, provocaron el abandono de estas tradicionales formas de financiación de las Hermandades, y la progresiva desconfianza de los devotos a conservar las formas asociativas, como reacción al control que el estado liberal mantenía constantemente sobre ellas para apropiarse de sus recursos.
Las Hermandades van desapareciendo unas, (Ánimas, y Rosario), mientras que otras restringieron su actividad (Aurora, Veracruz y Soledad) o se convierten en meras agrupaciones informales de fieles. Algunas de las cuales han mantenido dicho esquema informal de funcionamiento hasta fecha reciente. caso de la Hermandad de los Ángeles. En todo caso gran parte de los cultos, procesiones y devociones se mantendrán sin apenas cambios hasta los años cincuenta del Siglo XX.
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La Procesión del Corpus Christi
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Pero será el día del Corpus Christi, (sesenta días después del Domingo de Resurrección), la festividad que la Iglesia señalará específicamente para celebrar la Eucaristía, desde que en 1264 fuese instituida por el Papa Urbano IV.
Esta celebración, tomará especial impulso a partir del S. XVII, que es el del desarrollo de Grazalema en todos los ámbitos. Si en el plano religioso la procesión suponía una forma de reafirmar la fe en la presencia del Señor en el Santísimo frente al error protestante condenado en Trento en 1654 que negaba cualquier tipo de presencia de Cristo en la hostia consagrada una vez terminado el acto de la Misa; la procesión cívica suponía un acto de adhesión a los principios de la monarquía hispánica, defensora de dichos principios en Europa, y en la que cada estamento, profesión y oficio de la sociedad encontraba su exacto lugar en el cortejo procesional, como forma de reafirmación y adhesión al sistema político y estamental propio del antiguo régimen.
Grazalema no fue una excepción. Los Alcaldes ordinarios, Regidores, justicias, y el resto del Cabildo secular y eclesiástico, los veinticuatro miembros de la Junta de la Real Fábrica de Paños, los representantes de la Mesta, y de los Gremios, y restantes hermandades, participaban en la procesión, ocupando cada uno el lugar que el riguroso protocolo del antiguo régimen les señalaba, como signo de su lugar en la sociedad.
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El carácter cívico de la procesión, justificaba que el Ayuntamiento asumiese parte de los gastos de la misma, como refleja el Catastro de Ensenada que en 1752 indica que se gastaron 703 reales en la fiesta del Corpus Cristi y 919 reales en la Fiesta del Desagravio de Jesús Sacramentado.
La procesión se realizaba colocando el Santísimo en la magnifica custodia a la que hicimos referencia que era portada sobre:
“Unas andas de plata para la procesión del Santísimo, con cuatro faroles de metal dorado con sus soportes para el paso”. Y que era cubierto por… ” Una caída blanca ranurada en oro para el paso”. (8)
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La carroza era a su vez escoltada por 36 faroles a juego con los de la carroza, encabezados por el guión de la Hermandad en el que figuraba una custodia de plata sobre un lienzo de damasco blanco y por otro guión de igual tejido y color en el que se representaba un cordero de plata.
Presidiendo el cortejo se encontraba el clero y acolitado revestido con un lujoso terno de seda blanca y bordado con ramos de oro, y que constaba de capa, casulla, dos dalmáticas, un paño de hombros, manga para la cruz parroquial, y palio, que acompañaba a la carroza.
Aunque todo esto desapareció en 1.936, el resto de los elementos de la procesión se mantuvieron prácticamente inalterados hasta los años cincuenta del Siglo XX.
Las calles se cubrían de juncias y otras plantas, que se recogían durante la tarde anterior o la misma mañana de los campos cercanos, bien por los dueños de las casas por donde había de pasar la procesión, bien por personas a las que éstos pagaban un jornal para que las recogiesen.
Esa misma mañana algunos niños (mi madre Isabel Salas, recuerda como lo hizo durante varios años) acudían a los cortijos de las afueras del pueblo a recoger los racimos de uvas y las espigas con los que se adornaría la custodia, mientras que las dueñas de las casas por donde pasaría la procesión se afanaban en engalanar sus balcones con sus mejores colchas y mantones.
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El alfombrado de las calles con las juncias frescas, daba lugar a la tradicional realización de los “Zurriagos”, que son una especie de látigos, con forma de trenza acabada en una “porra” y que se hacían por los hombres del pueblo, para divertir a los niños que de esta forma espantaban al demonio con su ruido antes del paso de la procesión.
La Misa se celebraba a las diez de la mañana, tras lo cual salía la procesión que discurría hasta tomar la Calle Arcos, hasta doblar por la Pontezuela, y bajar por calle las Piedras (la procesión no llegaba en esos años al barrio de San José) y desembocar en la Alameda.
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El cortejo paraba en distintos altares que se montaban durante el recorrido, para realizar distintos actos de adoración entonando los canticos del Tantum Ergo que Santo Tomás de Aquino compuso expresamente para esta festividad por encargo del Papa Urbano IV.
Se erigían altares con lo mejor de cada casa (alfombras, cojines, candelabros, imágenes religiosas etc.) ante las puertas de las casas de doña Amidea junto a la Iglesia, Teresa Vázquez, (ya en la Calle Arcos), casa de Salvador y Sagrario, casa de los Valdespino o Pomar, y ya en la Calle las Piedras, en las casas de Blas Gutiérrez, Sebastián Vázquez, Pensión y finalmente el que montaba el Ayuntamiento dentro de la Alameda, y desde el que se retornaba a la Iglesia, poniendo fin a una procesión solemne, durante la que no habían dejado de redoblar, con su elegante tañido, todas las campanas de la Encarnación.
Tras la procesión, la chiquillería llenaba los zaguanes de las casas con las juncias de las calles, aprovechando el resto del día para “revolcarse” en ellas, y para jugar y hacer zurriagos de distintos tamaños, en los que ponían en práctica, lo que habían visto a hacer horas antes a sus mayores.
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La Octava del Corpus y El Corazón de Jesús
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Pero no acababan aquí las festividades del Corpus. Hasta 1960, año en el que desapareció la Octava del Corpus, se prolongaba esta festividad durante los días, sucesivos en los que había exposición y bendición solemne del Santísimo, culminado el octavo día en el llamado Corpus Chico, en cuya tarde volvía a salir la procesión bajo palio.
La procesión esta vez tenía un recorrido mucho menor, tomando la carretera donde se volvía a instalar el altar de doña Amidea y la parte baja de la calle Arcos donde María Teresa Vázquez, hacía lo propio, para continuar por la Iglesia de San Juan y la antigua calle Hospital, donde Faustina Navarro, y su madre instalaban un nuevo altar. La procesión llegaba así a la Alameda donde se encontraba el último de los altares, que instalaba también el Ayuntamiento.
El día siguiente tenía lugar la fiesta del Corazón de Jesús, cuya devoción ha existido desde los primeros tiempos de la Iglesia, en los que ya se meditaba en el costado y el Corazón abierto de Jesús, de donde salió sangre y agua, como símbolo del nacimiento de la Iglesia y los Sacramentos y el que se abrieron las puertas del Cielo. Esta devoción alcanzó alcanzó una gran difusión como consecuencia de las apariciones que tuvo santa Margarita de Alacoque en 1674.
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En Grazalema la devoción fue promovida por la Hermandad de los Sagrados Corazones de Jesús y María, que todavía existía en 1819 (9), y que tenía dos altares en la Iglesia de la Encarnación, ”… de estilo gótico, dorados y celeste en los cuales tras un cristal se encontraban las imágenes del Sagrado Corazón de Jesús y del Sagrado Corazón de María, ambos con las manos en el pecho”, que desaparecerán igualmente durante 1936.
Esta hermandad celebraba una misa todos los primeros viernes de cada mes, para fomentar la comunión frecuente, así como un sermón preparatorio a su festividad durante todos los días de la Octava del Corpus. (10)
El día de su festividad, que se conocía también como fiesta del Desagravio del Santísimo Sacramento; salía la imagen en solemne procesión, acompañada por los niños de Grazalema que había hecho la primera comunión el día del Corpus Chico y que alfombraban de pétalos de flores el paso del Corazón de Jesús, cuya imagen pretendía recordar la idea de que Dios nos ama con todo su Corazón y todo lo que nosotros, por tanto, le debemos amar. Nos recuerda pues que Jesús tiene un Corazón que ama sin medida. Y tanto nos ama, que sufre cuando su inmenso amor no es correspondido.
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Esta procesión que era otra de las fiestas oficiales del Cabildo y a cuyos gatos contribuía, según consta en el catastro de 1752, tuvo una gran raigambre en Grazalema durante el Siglo XIX, y primera mitad del S. XX, y es el origen de la construcción del monumento al Corazón de Jesús que desde 1964 preside desde las cercanías del Calvario, el caserío de Grazalema, protegiendo con sus brazos extendidos a todos sus habitantes.
Este pequeño recorrido por los antecedentes del Corpus en Grazalema, es un pequeño homenaje a quienes nos precedieron y nos permite recordar como generación a generación se ha conservado la esencia de una fiesta cuya pervivencia ahora nos corresponde.
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