Cuando todo parece andar fuera de sitio se necesitan quicios a los que agarrarse. A veces no somos conscientes de su existencia, pero están ahí, convirtiendo siempre el pasado en un presente continuo. Los auténticos seres necesarios suelen ser invisibles. Conmueve pensar en la presencia silenciosa y efectiva para la Iglesia de Benedicto XVI, desgranando a diario las cuentas de su rosario. Un rosario como herramienta para apuntalar la fe de hombres que la historia puso un día en sus manos. De hombres que corren. Y preguntan. Y dudan. En estos días, el Papa emérito celebrará desde su retiro en los jardines vaticanos dos importantes aniversarios: ayer 27 de junio, el de su creación como cardenal, y el 29 de junio, el 66 aniversario de su ordenación sacerdotal.
Dos jornadas en las que, con toda seguridad, sentirá la cercanía, el cariño y el agradecimiento del Papa Francisco. Durante la presentación en el Parlamento italiano del libro sobre Benedicto XVI, Imágenes de una vida, su secretario personal, monseñor Georg Gänswein, una de las pocas personas que reside junto a él, aseguraba que el Papa emérito mantiene una rutina diaria hecha de oración, estudio y breves paseos: «Reza y se prepara para la muerte, como ha repetido en distintas ocasiones. Vive en paz consigo mismo y sobre todo con el Señor. Está sereno, no ha perdido su sentido del humor. Ve cada día como un regalo. Recibe muchas cartas, lee, estudia, y da un paseo a las siete de la tarde a la gruta de Lourdes de los jardines vaticanos. Cena a las siete y media y ve las noticias por televisión. Y termina el día tranquilo». Si pudiéramos ampliar esta fotografía para detenernos en sus ojos, notaríamos esa expresión suya, tan intensa, de quien ha visto las grietas, pero también ha puesto escaleras para salir de ellas. Las miradas poderosas siempre dicen más de lo que muestran. Son como palabras que estallan después de explotarnos por dentro. La Iglesia necesita esta presencia silenciosa y eficaz de Benedicto XVI. Necesitamos de este hombre bueno y sabio que remata nuestras costuras a golpe de rosarios.
Eva Fernández
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