Ya lo advirtió varias veces Alberto García Reyes en los días previos: su Pregón sería de vivencias cotidianas. Quería que cualquier sevillano se viera reflejado en su anuncio de la Semana Santa. Y eso mismo fue justo lo que ofreció ayer en el Teatro de la Maestranza. El periodista pregonó la Semana Santa que cada uno lleva en su interior. En este caso, él habló de la suya, la que va del Tiro de Línea a San Vicente; o de la calle Adriano al Arco de la Macarena; pero quién no ha visto desde una calleja al Gran Poder pasar de una sola zancada, ha acudido en la mañana de cualquier día de la Semana Santa a su cofradía a reencontrarse con sus raíces o ha sentido cómo se detiene el tiempo cuando contempla el manto de la Virgen de la Esperanza. El de García Reyes fue un Pregón con un marcado compás, de pies toreros clavados en el albero de la Maestranza, de cantaor con la camisa rasgada, en el que el pregonero hasta recitó unos preciosos versos por soleares mientras sonaba la guitarra de Paco Jarana. No faltó el sentido homenaje a su familia del Tiro de Línea, con la abuela Angelita en el recuerdo; y a su herencia, con sus dos hijos en las Siete Palabras. Hubo momentos cumbres, de desmonterarse, como el pasaje dedicado a la Piedad del Baratillo, “la Virgen Niña más Madre”, en la que rindió tributo a todas la madres en un bello romance trufado de muletazos taurinos. Y deleitó al respetable con unos versos dedicados a la ciudad. “Mis dos palabras postreras serán Sevilla y amén”. Así terminó el pregón.
Pero la crónica del Pregón de Alberto García Reyes no puede empezar sin un reconocimiento al compositor Manuel Marvizón por la preciosa marcha, Esperanza de vida, dedicada a los donantes de órganos que ha sido compuesta ex profeso para el Pregón. También hubo una novedad en el escenario, pues por primera vez un ministro del Interior, el ex alcalde Juan Ignacio Zoido, estaba presente en el acto. Ello motivó que el delegado del Gobierno, Antonio Sanz, tuviera que seguir el Pregón desde el patio de butacas. La presencia del ministro generó, además, ciertas tensiones con el protocolo.
Tras la interpretación de la marcha Amarguras, García Reyes se encaminó hacia el atril serio y responsabilizado. Una hora y media estuvo anunciando la Semana Santa. Lo hizo en verso y en prosa. Mediante un texto muy bien escrito y medido que fue recitando con soltura y, en muchos momentos, de memoria. De inicio, ya nombró de una tacada a prácticamente todas las hermandades en un larguísimo romance, divido en tramos, que llamó De la cruz de guía al preste. Fue una especie de venia que recordó al ¿Estáis puestos? del Pregón de Antonio Burgos, de quien García Reyes se declara un claro discípulo.Tras los saludos protocolarios a las autoridades, recitó una destacada alabanza a Dios (Dios ama a Sevilla) en la que, como periodista, tituló su Pregón: “Cristo vive y nos Ama”. Directamente al Tiro de Línea se fue el pregonero a buscar a su Dios de la infancia, al familiar e íntimo: el Cautivo. “Mi verdad comienza en el Tiro de Línea”. García Reyes recordó los inicios de la hermandad y a las personas que la levantaron de la anda, como Paz Vélez, el padre González Abato, el padre Botella o Angelita, abuela de Rocío, su mujer, una de esas vecinas en la que se forjó la devoción inquebrantable hacia el Cautivo. Acordándose de ella proclamó “la trascendencia de la familia”, e hizo una llamada a ser “cristianos activos y sin complejos”.
Del Tiro de Línea se marchó a San Vicente. A la sangre de su sangre. A las Siete Palabras, la hermandad de sus hijos. Un testamento legado en forma de bola de cera. Herencia de la Semana Santa que se transmite de padres de hijos y de generación en generación y que “simboliza el tiempo mejor que ningún reloj”.De San Vicente se marchó el pregonero hasta la calle Adriano para homenajear a las madres, “la Virgen Niña más madre”, dijo de la Piedad del Baratillo. Éste fue uno de los momentos cumbres del Pregón. Se abrió de capa García Reyes en un largo romance en cuyos versos mezcló el Baratillo y el mundo del toro.La lucha entre la vida y la muerte, recogida en el Cachorro, y la gran novedad del Pregón. García Reyes por soleares. El pregonero se detuvo en una de sus grandes pasiones, el flamenco, y se ayudó de la guitarra de Paco Jarana para encadenar una soleá tras otra a los sones de Soléa dame la mano o Virgen del Valle. La Esperanza de Triana y la Amargura fueron el contrapunto a estas soleares. El pregonero entrelazó las dos advocaciones en otro aplaudido romance: “La Esperanza es el anzuelo que pesca nuestra amargura”.
Una llamada a la medida, “cuidado con los excesos que en las cofradías también se dan”, y sendos pasajes dedicados a los Gitanos y a la Cruz, condujeron al tramo final del Pregón. Primero con el Gran Poder en uno de los relatos más íntimos de toda la mañana. El pregonero contó dos historias personales. La primera con su amigo Manolo Lara, con una enfermedad genética que hace que apenas vea. Él le enseñó a ver al Señor de Sevilla con su fe y con sus oídos: “Aprendí que el Señor jamás es un visto y no visto. Se ve con el alma”. Y otra con el aguador de la Virgen de la Esperanza que le pidió en la Madrugada que fuera a buscar al Señor para pedirle por él.
Y de ahí al apoteósico final: Y Sevilla es la Esperanza. Entregado por completo, García Reyes relató su experiencia de la última Semana Santa y leyó un eterno romance en el que repasó la historia misma de la ciudad en macareno. Tras una larga ovación, el pregonero pronunció los últimos versos de su protestación de fe a Sevilla con el Pregón bajo el brazo: “Mis dos palabras postreras serán Sevilla y amén”.
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