Las estentóreas amenazas de Lluis Llach a los funcionarios que no se plieguen a la desconexión en Cataluña demuestran la verdadera cara del nacionalismo, explican. O explicaban ayer, porque hoy la verdadera cara del nacionalismo la demuestra el apoyo del tirano Maduro. Mañana será otra cosa. La verdadera cara del nacionalismo, a estas alturas, quien no la tenga vista de sobra, en España y en Europa, es que no tiene ojos en la cara. Y ya no la verá ni aunque resucite un muerto.
Lo que sí demuestran las amenazas de Llach es la inseguridad del nacionalismo. Amenaza quien no puede hacer otra cosa. Esta amenaza, en concreto, nos hace el favor de señalarnos el eslabón más débil de la cadena de cualquier revolución. Shakespeare lo vio en vivo y en directo con el Cisma, y se le convirtió en obsesión: ¿en nombre de qué va el capitán rebelde a exigir una obediencia que él no rinde? La Generalidad de Cataluña quiere desobedecer las leyes pero que las suyas las cumplan a rajatabla los funcionarios. Esa falta de lógica la quieren salvar con amenazas.
Lo que nos descubre la razón de ser del funcionariado. La estabilidad en el puesto de trabajo ha sido, sin duda, motivo de algunos abusos y, por tanto, de envidias y, en consecuencia, de críticas y de chistes. Pero no se la pensó, como es lógico, para el sosiego del funcionario, sino para el del administrado, como está quedando ahora mismo claro.
Lluis Llach no necesita amenazar al personal laboral porque ya lo escogieron ellos, sin un sistema de acceso como las oposiciones, que, con todos sus fallos, es público, transparente y meritorio. Y, sobre todo, porque la posibilidad de despedir al personal laboral, si se resiste mínimamente a las órdenes incluso implícitas, es evidente y fulminante. La existencia misma de esa posibilidad, sin decir ni mu, funciona como una coacción más poderosa que cualquier amenaza histérica.
El funcionariado tiene su puesto fijo para que no le pueden remover la silla salvo en los casos en que él no cumple la ley estrictamente. La actividad política, por fortuna, está fuera de esos casos. Es un sistema de seguridad muy elemental pero muy eficaz del Estado de Derecho.
Como todo auténtico privilegio, la seguridad laboral del funcionario es, en realidad, una exigencia. La de resistirse a las órdenes espurias y la de servir -ignorando las presiones y las bravatas- al ciudadano, a las leyes y a la justicia.
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