Cuánto habría gustado esta paradoja a Chesterton: una de las últimas noticias de rabiosa actualidad es un récord de longevidad. Se trata de Ana Vela, la mujer más anciana de Europa, española, nacida en Puente Genil, Córdoba, el 29 de octubre de 1901, aunque residente -desde hace un siglo como quien dice- en Barcelona. Teniendo en cuenta lo que se celebra, el hecho positivo en que consiste la noticia (lo otro ha sido sólo un no ir muriéndose) ocurrió a principios del siglo XX.
Eso es más sustancial que el simple dato. Cuando Leonor Acevedo murió con noventa y nueve años, alguien se aproximó a su afligido hijo Jorge Luis a darle el pésame: "¡Qué lástima, con lo poco que le faltaba para cumplir los cien!" Borges observó: "Me parece que exagera usted el encanto del sistema decimal". Tampoco deberíamos nosotros exagerar las virtudes de los recuentos, de la estadística comparada ni de los números redondos. Sería más grosero aún si pareciese que nos alegramos de la noticia porque la longevidad de Ana nos asegura la nuestra, como si se tratase de una vacuna implícita.
Tampoco el patriotismo debería apuntarse el tanto demasiado rápido. España encabeza los ránkings de esperanza de vida, sí, pero no olvidemos que Japón, líder absoluto, descubrió hace poco que muchos de sus presuntos centenarios llevaban largos años criando malvas en el jardín de atrás de sus casas. Los vivos, ésos sí vivos, de los hijos pretendían seguir cobrando la pensión de sus ancestros, que coleaban, apenas, a efectos administrativos. De rebote, ponían al país del sol naciente en el cénit de la longevidad mundial.
Dejémonos, pues, de récords, y concentrémonos en lo concreto. Lo mejor de la noticia es lo de Chesterton. Algo maravilloso, que pasó el día de san Miguel de 1901, cuando una nueva niña le había nacido al mundo en Puente Genil, ha terminado siendo noticia mundial en marzo de 2017, porque las cosas importantes llevan su tiempo y el reconocimiento público es muy avaro, circunstancial y fortuito. Además, es lo de menos.
Ana Vela, según su hija, no ha hecho nada especial para alcanzar su edad. Todos los días toma una copa de vino y hasta hace poco leía el periódico. Dos cosas muy sensatas, que, si no alargan la vida, la ensanchan. Ana ya no lee la prensa y así se ahorrará la extravagancia de ver que el mundo entero celebra por primera vez lo que ella llevaba 116 años celebrando: su nacimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario