Junto con sus últimas voluntades, Laura Antonelli dejó escrito en un papel que en caso de muerte querría tener a su lado sólo a cuatro personas: su hermano Claudio, que vive en Canadá; el actor Lino Banfi, compañero de tantas batallas en la época dorada de ambos delante de las cámaras; Claudia Koll, mito erótico como ella aunque veinte años después y, como ella, también vuelta a una vida cristiana; y Don Alberto Mazzola, su párroco en Ladispoli (la localidad cercana a Roma donde vivía) y vicario general de la diócesis suburbicaria de Porto-Santa Rufina.
Con Lino Banfi, compañero y amigo de los tiempos de éxito.
Devota, religiosa y retraída
No pudo ser, porque Laura murió sola y de noche el pasado lunes a los 73 años de edad a consecuencia de un infarto, y fue su asistenta quien la encontró. Apenas mantenía relación con nadie, como consecuencia de un carácter que siempre fue tímido. Se acentuó pasados sus años de gloria cinematográfica: cuando, tras ser detenida por posesión de drogas en 1991, sufrir una fallida operación de cirugía estética, padecer problemas de obesidad y verse internada por un tiempo con problemas psiquiátricos, rompió casi todos sus vínculos con el mundo.
"¡Olvidadme!", pedía: "La vida terrenal ya no me interesa". En sus últimos años se limitaba a estar en su casa, salir a hacer la compra y acudir a la iglesia, últimamente ya ni eso. No era sólo una cuestión temperamental, también la torturaban los dolores de espalda.
En su parroquia de Santa María del Rosario, en Ladispoli, se celebrará este viernes el funeral, y lo oficiará su último amigo, Don Alberto. "Era una persona frágil pero muy religiosa y devota", explica el sacerdote: "Hace años que no acudía con regularidad a la iglesia. Hasta entonces venía con frecuencia, a veces incluso pasaba también por la tarde aunque fuese para charlar un poco. Era una persona particularmente esquiva e introvertida".
La amistad de Claudia Koll
Los vecinos la veían recluida en su casa, sin televisión ni libros, sólo escuchando programas religiosos de radio. Lo confirma la actriz erótica de los 90 Claudia Koll, una de las pocas personas que se ganó su reciente amistad.
"Fui a encontrarme con ella en 2011 porque sabía que estaba mal", recuerda: "Laura me acogió bien y nos hicimos amigas. Quería llevarle mi afecto y la fuerza de Cristo, porquesentí que teníamos mucho en común: ambas antiguas actrices y hermosas, en un cierto periodo de nuestra vida habíamos encontrado a Dios, la fe. Yo sabía que también ella había encontrado la fe, que rezaba todo el día sintonizando Radio María. Le regalé un cuadro que tenía en casa y al que yo le tenía mucho cariño, porque quería transmitirle la fuerza de la vida; era un rostro de Cristo de la Sábana Santa".
Claudia se interesó mucho por sus cosas y hasta la convenció de disponer una cama adecuada a sus dolencias de espalda: "Un día me llamó diciéndome que había concedido una pequeña entrevista, y me hizo feliz. Era poco, pero un progreso. Podía comprenderla, la quería mucho y no la olvidaré en mis oraciones".
Una dura caída
El recorrido de la cima al abismo había sido muy duro para Laura. Era croata de la vecina e italianizada Istria (su nombre real era Laura Antonaz). Tuvo una infancia que ella misma calificó de "dispersa e infeliz", con muchos cambios de residencia en Italia. Todo empezó a sonreírle a partir de 1965 cuando hizo su primera película, y en particular a partir de los años 70 y primeros 80. Entonces se convirtió en reina indiscutible de un cierto tipo de cine erótico que, con guiones de alguna entidad (ya fuese en forma de comedia o de dramas artificiosos), intentaba dignificar un género hasta entonces considerado sórdido que había salido a la superficie a lomos de la revolución sesentayochista.
No sólo lucía belleza: demostraba talento, y fue dirigida por maestros como Luchino Visconti o Jean-Paul Rappenau. Mantuvo con Jean-Paul Belmondo una relación entre 1972 y 1980 que catapultó su fama aún más fuera de Italia. En la segunda mitad de los ochenta aún protagonizó algunas películas de éxito.
Con Belmondo, en una imagen de 1974.
Todo se fue viniendo abajo después como un castillo de naipes, hasta acabar sola, enferma y con escasos recursos materiales. Su arresto por drogas supuso un calvario judicial (ella alegaba que eran para su consumo personal, no para traficar), y tras diez años de recursos ganó el juicio y tuvo que ser indemnizada.
En marzo de 2000, tras casi una década de juicios, Laura fue definitivamente absuelta de tráfico de drogas.
Premio en el cielo
En ese proceso, sin embargo, su vida había dado el vuelco definitivo hacia Cristo. La mayor parte de los ciento cincuenta mil euros de indemnización recibidos fueron destinados aobras de caridad, informa el abogado que la representó, Lorenzo Contrada.
Él mismo, que mantuvo un trato habitual con ella aunque confiesa que hace meses que no la llamaba, evoca los sentimientos con los que afrontó la etapa final de su existencia: "Tenía una grandísima dignidad y un orgullo muy fuerte. Creía que su vida debía ser la de estos últimos años: vivir con poco en un apartamento, con dignidad y como una persona que está en casa, sale a hacer la compra, va a la iglesia y no ve a nadie. Quería vivir en la oración. Repetía a menudo que no le interesaba la vida terrenal. Y estaba segura de que sería premiada «después»".
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