El
pasado domingo dio comienzo el verano. Otro veintiuno de junio más que tenemos
la suerte de disfrutar y que cada año, por estas fechas, lo hacemos envuelto en
un ciclo eucarístico que, año tras año, nos regala las procesiones del
Santísimo Sacramento recorriendo las calles de nuestros pueblos y ciudades.
Por
aquello del calendario, este ciclo en torno a Jesús Sacramentado vivió su
broche de oro el pasado fin de semana en mi ciudad de Jerez de la Frontera con
la procesión eucarística de la Parroquia de Santa Ana que, anualmente, organiza
la Hermandad Sacramental de la Candelaria.
Una
bella procesión que recorre, en las primeras horas de la mañana, tras la Misa
Solemne oficiada por el párroco y buen amigo D. Luis Salado de la Riva, las
calles de la feligresía, mostrándonos una de las últimas estampas cofradieras alrededor
del Santísimo del presente curso cofrade.
Habitualmente,
la Hermandad Sacramental de Santiago, a la que tengo el honor de pertenecer,
asiste corporativamente al conocido como ‘Corpus de La Plata’, que da nombre a
la barriada que alberga a la parroquia de Santa Ana. Pero en esta edición, quien
les escribe tenía una cita ineludible a 80 kilómetros de distancia, prácticamente
a la misma hora que la de Santa Ana en Jerez, curiosamente en mi segundo hogar
de la provincia, que contrasta con Jerez al ser el municipio de menos
habitantes y más elevado sobre el nivel del mar.
Y
es que este año iba a disfrutar de un encuentro muy especial con la Divina
Pastora en su tradicional Romería que año tras año celebra Villaluenga del
Rosario, y tocaba, por primera vez en este día, dejar de ser adorador de Cristo
para ser fiel siervo y seguidor de su Madre la Virgen María, a la postre, primer
sagrario que albergó a Dios vivo.
Pero
además, este día me tenía reservado un regalo muy especial ya que tuve el
inmenso privilegio de recibir, por parte del hermano mayor de la cofradía
Antonio Benítez Román, y de la mano de mi hermano en la fe y, desde ayer,
hermano de la Divina Pastora Jesús Rodríguez Arias, la medalla de la
corporación a los pies de la bendita imagen, en el interior de la coqueta
Ermita de San Gregorio que ha sido restaurada para albergar de nuevo, si Dios
quiere, a esta venerada imagen que, en la actualidad, reside en el templo
parroquial de San Miguel.
Fue,
sin lugar a dudas, un emocionante presente que nunca hubiera esperado recibir y
del que les estaré siempre esternamente agradecidos.
Dios
quiso que yo cambiara mi medalla de cordón rojo que alberga la custodia y la
cruz de Santiago, por otra de cordón amarillo y morado que guarda en su
interior la inmensa belleza de la Madre de Dios en su advocación de Divina
Pastora.
Y
comenzó la romería, con una peregrinación hasta la Finca Mata Ruiz, a las
afueras del pueblo, en la que con mucho orgullo porté mi medalla y caminé tras
los pasos de la Virgen mientras unas nubes altas nos reguardaban a todos los
romeros del calor, acompañados además por una ligera brisa que acariciaba el
Caíllo al paso de la carreta.
Unos
momentos bellísimos, arropados por la madre naturaleza, que tuvieron su colofón
cuando la Santísima Virgen pisó la Finca Mata Ruiz, lugar donde cada año se
reúnen los vecinos de Villaluenga para venerar a la Virgen y celebrar, en su
honor, una misa campera en la Catedral de la inmensidad que Dios construyó al
principio de los tiempos.
Una
preciosa eucaristía, en medio del campo, bajo las bóvedas de una encina y sobre
el sobrio altar de una roca donde Dios, en toda su inmensidad, se manifestó
ante su creación en el momento de la consagración. Aquí Cristo también salía a
la calle en toda su majestuosidad, en esta ocasión sin custodia ni paso alguno,
únicamente portado por el viril de las manos de D. Francisco Párraga en un
instante que, por suerte, se repite una vez al año y donde se unen Fe y
Tradición, tal y como nos recordó el sacerdote en su homilía.
Y
allí estaba su madre, vestida de Pastora y cobijada en su carreta, ejerciendo
de portentoso sagrario en una jornada inolvidable para un principiante romero
que fue llamado a acompañar a la Santísima Virgen y poder recibir al fruto de
su vientre hecho vida a través del pan, convirtiéndome por un instante en
sagrario temporal de Su Divina Majestad.
...
Y finalizó una preciosa y multitudinaria Eucaristía, que estuvo acompañada por
las magníficas voces del Coro Rociero ‘Agua Nueva’, para dar comienzo a la
tradicional convivencia en la que todos los vecinos del pueblo disfrutan de un
almuerzo campero, al abrigo de las encinas y en compañía de familiares y
amigos, para así poner el broche de oro a una jornada con mayúsculas en el
calendario religioso-festivo de Villaluenga del Rosario.
Pero
este día me tenía guardada otra grandiosa sorpresa. Y es que, como buen romero,
tuve el inmenso honor de ser bautizado como hermano de la corporación de manos
del hermano mayor, acompañado por mi esposa May, por mi hermano en la fe Jesús
y por su mujer Hetépheres, y en presencia de numerosos vecinos de la Villaluenga,
que me hicieron sentir en ese momento como un payoyo más, de lo que me siento
orgulloso pues así lo experimenta mi corazón.
Y
es que, estas son las cosas de Dios, ya que Él quiso que el pasado domingo
acompañara a Su Madre para, posteriormente, recibir su bendita presencia.
De
Jerez a Villaluenga, así estaba escrito. Un encuentro con Cristo a través de Su
Madre.
Alabado
sea Jesús Sacramentado.
Beltrán Castell López.
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