La muerte nos asusta a todos; vernos indefensos y frágiles nos genera incertidumbre, preguntas, malestar.
Muchas veces, evadiendo el tema, decimos que aún nos falta mucho para ese día, que no nos preocupa y cuando alguien nos toca el tema lo desviamos.
En realidad, lo que estamos llamados a hacer es entender el verdadero sentido de la muerte, y para ello debemos revisar los siguientes aspectos que nos darán una visión cristiana de la misma
1. Recurrir a los sacramentos: Unción de los enfermos, confesión y comunión.
Cuando este momento se acerca se debe procurar dejar este mundo libre de cargas y pecados, recibir la unción de los enfermos, confesarse y comulgar. De esta forma, al llegar la muerte, será el encuentro con Cristo, que como Buen Pastor acompaña a sus ovejas.
Debemos procurar que si un ser querido o vecino se encuentra en esta situación, ayudemos buscando o avisándole a un sacerdote cercano para que vaya a visitar al enfermo y pueda irse en gracia de Dios.
Recordemos personalmente buscar vivir en comunión con el Señor, cumplir sus mandamientos y confesarnos y comulgar con frecuencia por amor a nuestro Dios y considerando que la propia muerte puede sobrevenirnos cuando menos lo esperamos.
2. Comprender que la muerte es un estado liberador.
Cristo quiso liberarnos con amor y entrega. Al resucitar, Él venció a la muerte y nosotros debemos vivirla comprendiendo que un ciclo terreno termina e inicia el tiempo de gracia al lado de Dios y su corte celestial.
Recordemos que la muerte y resurrección de nuestro Señor nos permite que compartamos con Él la vida eterna. Jesús nos dice: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Juan 11, 25-26)
3. Entender que la muerte no es un castigo sino la entrada a la vida eterna.
La muerte entró al mundo para purificar el pecado que heredamos de nuestros primeros padres, todos estamos convocados a ir con el Creador de la vida y entregar cuentas de cómo hemos vivido en esta tierra. No necesariamente la enfrentaremos cuando estemos enfermos o ancianos, será cuando se nos llame al encuentro con Dios Padre, quizás en el momento menos esperado.
Nuestra esperanza y alegría es Cristo quien nos ha redimido: “Porque el salario del pecado es la muerte, mientras que el don gratuito de Dios es la Vida eterna, en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Romanos 6,23)
4. Conservemos con amor el recuerdo de nuestros seres queridos que han partido.
Si bien ya no están físicamente con nosotros, todas sus enseñanzas y los momentos compartidos viven en nuestros corazones, honremos siempre su memoria como un tesoro invaluable que nos acompañará en nuestra vida.
5. Acompañar, aconsejar y ayudar a los familiares de quien ha fallecido.
Cuando se ha perdido a alguien, generalmente nos refugiamos en la soledad, el llanto y el silencio, la depresión, la inapetencia y el estrés.
Nuestra tarea cristiana es acompañar, aconsejar y ayudar a los familiares, recordarle con alegría, procurando que se distraigan y vean en la muerte no un fin, sino un continuar en el amor de Dios, que tiene preparado un lugar para cada uno de nosotros.
6. Evitemos caer en depresiones prolongadas, busquemos ayuda y soporte espiritual.
Aunque nos duele que un ser querido haya partido y sentimos un vacío en ese tiempo y espacio que compartía con nosotros, hay que evitar caer en depresiones prolongadas, primeramente porque sabemos que a quien se ha ido no le hubiese gustado vernos así, y segundo, porque contamos con la esperanza cristiana de que, quien ha creído y vivido en el Señor, tiene vida eterna en Él.
Si nos es difícil levantarnos del duelo, busquemos ayuda en un sacerdote o director espiritual para sobrellevar el dolor, será muy útil.
7. Respetar el luto y evitar hablar de dinero o herencias en los momentos más sensibles
Es posible que la persona fallecida haya dejado algunos bienes que corresponden a los hijos o las personas que comparten un rasgo de consanguinidad.
Todo tiene su tiempo apropiado, y es lamentable ver familias que, aun cuando no ha ocurrido la muerte o está muy reciente, tienen rencillas por temas materiales. La Biblia nos enseña: “Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra” (Colosenses 3,1-2)
8. Es recomendable donar la ropa y cosas usadas por nuestro familiar difunto.
Es una buena obra de caridad donar las prendas que la persona usó a una beneficencia, casa hogar o refugio, de esta forma corresponderemos con la obra de misericordia de vestir al desnudo. Otra razón es que muchas veces estas cosas materiales a las cuales nos apegamos nos hacen mucho daño, no nos permiten superar el dolor que ocasionado por la pérdida y dejar a nuestro familiar descansar en paz.
9. Evitemos caer en prácticas supersticiosas o de Nueva Era para mitigar nuestro dolor.
Algunas empresas en su afán, no de compartir el dolor sino de lucrarse de éste, ofrecen rituales que no son compatibles con la verdadera vida cristiana. Por ejemplo: sembrar un árbol con los restos de nuestro familiar, arrojar las cenizas a un lago para perpetuar su memoria, crear un cementerio virtual para visitarle online, o llamarle a un animalito como el familiar relacionándolo con la reencarnación (la cual es incompatible con nuestra fe), etc. El dolor no puede desviarnos de nuestra fe, nuestra confianza siempre debe estar puesta en Dios y en sus promesas, es su gracia la que nos ayudará a continuar.
10. Orar por el eterno descanso de quienes han partido.
Es esencial y la mayor obra de amor que podemos tener con nuestro ser querido. En muchos de nuestros países de habla hispana se acostumbra, al día siguiente de la cristiana sepultura, reunirse en torno a la oración o “novenario” para ayudar al difuntodurante la purificación que le corresponda en el purgatorio.
Debemos hacerlo con mucha fe, ofreciendo la Eucaristía por su eterno descanso, rezando el Santo Rosario, la Coronilla de la Misericordia, etc. Es nuestro deber cristiano orar los unos por los otros: La Iglesia purgante (los que han fallecido), la Iglesia militante (los que aún tenemos vida terrenal) y la Iglesia triunfante (Los Santos que están con Cristo.)
Nos dice el Catecismo de la Iglesia: “Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46).
Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios.” (numeral 1032)
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