Educación Integral
La preparación para la profesión es muy importante, pero más aún lo es la preparación para la vida.
Por: Ignacio Sánchez Cámara | Fuente: Almundi
Una educación desalmada sólo puede conducir a una sociedad desalmada
Una sociedad que olvida o prescinde del alma es una sociedad desalmada. El centro de la vida de una sociedad es la educación. Una sociedad vale, en gran medida, lo que vale su hombre medio, es decir, su educación.
La educación, al menos desde Platón, consiste en el cuidado del alma. Aquí reside también el ser de Europa, según, entre otros, el filósofo polaco Jan Patôcka. Todo debate sobre la educación es estéril si se omite la referencia al alma y su cuidado.
Ningún problema técnico es relevante −desde la financiación a la calidad, desde la polémica entre la escuela pública o la privada…− si se omite la referencia al alma. Por cierto, en realidad toda educación es pública. Por cierto, lo que es público o privado es la titularidad de los centros.
La etimología nos orienta sobre la pista correcta. Educar es conducir, llevar, forjar… No hay educación sin finalidad, sin teleología, sin la representación de un ideal hacia el que se debe encauzar el camino del alma. Pero no se trata de forzar. Ni siquiera de formularla dogmáticamente. Bien decía Ortega y Gasset que quien pretenda enseñarnos una verdad, que no nos la diga, sino que nos muestre el camino para alcanzarla por nosotros mismos. La verdad nunca es cuestión de fuerza.
En su bello libro La infancia y el filósofo, Jorge Úbeda encuentra en la obra de Platón motivos para pensar de un modo nuevo la finitud y la temporalidad humanas. Y lo hace a través de una personal y pertinente interpretación de los dos diálogos en los que aparecen niños: Lisis y Cármides. La educación platónica consiste en el cuidado del alma. Y el alma es razón que desea y es también amor. La clave se encuentra en ese incesante deseo de amar y ser amado. Si se niega el alma, se niega la condición de la posibilidad de la educación.
La filosofía, según Platón, aspira al conocimiento de lo verdadero. Pero esto no es posible a través de los sentidos. Lo sensible es siempre opinable. Sólo el alma puede captar lo verdadero, pero para ello necesita abandonar la dirección y guía de los sentidos. La verdad es asunto del alma. Por eso la filosofía consiste en la purificación del cuerpo para alcanzar el pensamiento puro. Pero la separación del alma y el cuerpo es la muerte. En este sentido, la filosofía no puede ser sino tendencia hacia la muerte. La filosofía consiste para Platón también en una asimilación a lo divino, en proceso de perfeccionamiento que nos acerque a la Divinidad. Entonces, toda verdadera educación es religiosa.
Y todo pedagogo que niegue el alma o es un ignorante o un impostor.
El cuidado del alma sólo lo puede hacer uno mismo, pero no lo puede hacer solo. Para Platón la amistad deviene condición del propio cuidado del alma. Según Jorge Úbeda, al concebir la razón como deseo, Platón se encuentra con Emmanuel Levinas. Y no cabe sino compartir su afirmación: «A pesar de todo, la noción de alma me sigue pareciendo plenamente inspiradora y patentemente más descriptiva que la mente, el Yo, el Sujeto o el Dasein de los modernos y contemporáneos».
Decía, con verdad, Swift que la educación es la experiencia de la grandeza. De ahí que sus principales enemigos sean el relativismo, el igualitarismo y la politización. Ellos entrañan la destrucción de la educación. Si se niega la posibilidad de la experiencia de la grandeza, se niega la educación. Si se entroniza la mediocridad de la mano de un igualitarismo mal entendido, se destruye la educación. Si el poder asume su control, se destruye la educación. La politización es un grave mal que la convierte de fin en instrumento. Además, la política entraña el imperio del hombre común.
Es muy probable que el éxito educativo de Finlandia (al menos el relativo a los resultados tangibles) se deba a la valoración de la función social del profesor. Y no creo, desde luego, que se deba a la convicción finlandesa de que la educación consista en el cuidado del alma. Pero, al menos, se valora su función. ¿Qué no haría una sociedad convencida de que la educación consiste nada menos que en eso, en el cuidado del alma? Si no me equivoco, todo esto arroja alguna claridad sobre la crisis actual de la educación, generalmente reconocida. Pero lo que nos falta es, con frecuencia, el diagnóstico certero. No es tanto un problema de medios como de fines. Educar consiste en proponer un camino, acompañar, conducir. Eso significa que requiere una idea clara del hombre que hay que forjar. En suma, una idea acerca de la finalidad de la vida. Sin esto, sólo podrá consistir en acarrear técnicas y saberes más o menos prácticos. Pero lo más importante en la educación es siempre algo intensamente inútil. Precisamente porque no es un medio para obtener nada, sino un fin en sí.
La educación es la verdadera política. Platón distinguía entre la política socrática, entendida como pedagogía social, como educación del ciudadano, y la política sofística, que sólo busca halagar a los ciudadanos para obtener el poder. Las sociedades no pueden vivir sin minorías ejemplares que ejerzan la autoridad espiritual. Y estas minorías sólo pueden surgir a través de la educación. Pero resulta extremadamente difícil el imperio de la verdadera política. Para Platón la política democrática se asemeja a la situación de un médico y un pastelero juzgados por un tribunal de niños.
La etapa fundamental es la infancia. Después todo está ya ganado o perdido. Quizá no sea cierto que la infancia sea siempre una edad de oro. Nietzsche decía que debíamos poner en nuestras vidas la seriedad que pone el niño en sus juegos. Lo que da una superioridad al niño sobre el adulto es su manera de manejar el tiempo. El niño juega entregado al instante. Y, como Wittgenstein afirmó, vive eternamente quien vive el presente. La eternidad es el tiempo de la infancia. Sólo se libera del pasado quien vive en el presente. Sólo deja de temer al futuro quien vive en el presente. Pero la infancia también es conciencia de limitación y finitud. El hombre es un ser radicalmente menesteroso y dependiente. Entonces resulta extremadamente paradójico, más aún erróneo, considerar que el ideal y la plenitud humana consistan en bastarse a sí mismo. Ningún hombre se basta a sí mismo. Tampoco debería olvidar esto la educación.
La preparación para la profesión es muy importante, pero más aún lo es la preparación para la vida. Y esta preparación consiste en el cuidado del alma. El olvido del alma es la destrucción de la educación. Una educación desalmada sólo puede conducir a una sociedad desalmada.
Ignacio Sánchez Cámara, catedrático de Filosofía del Derecho.
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