Desde
que pertenezco, por obra y gracia de Dios, a la jerezana Hermandad Sacramental
de Santiago, he tenido la oportunidad de conocer a alguien en toda su magnitud
y expresión. Alguien que siempre está ahí, alguien que para muchos es el centro
de nuestras vidas y que para otros, simplemente, su presencia pasa
desapercibida pese a la cercanía de su majestuosidad.
He
de reconocer que hasta mi ingreso en la mencionada confraternidad sacramental,
ese alguien de quien les hablo no había aterrizado en mi vida con la fuerza con
la que lo ha hecho ahora, sin lugar a dudas por la ignorancia que tantos
creyentes en Cristo hemos tenido sobre la figura de aquél que debiera ser el
epicentro de nuestro ser. Y es que, la figura del Santísimo Sacramento del
Altar es, hoy día, la gran desconocida.
Si
realizáramos una encuesta, de esas que están muy de moda en el mundo de la
política, preguntando a personas creyentes, practicantes o no, sobre la figura
del Santísimo, ¿cuál creen ustedes que sería el resultado de la misma?
Y
añado, ¿por qué a muchas personas que desde su niñez han estado relacionadas
con la iglesia en cuanto a colegios religiosos, hermandades, etcétera, se
refiere, poseen un desconocimiento tan grande de Dios vivo? ¿De quién es la
culpa de esa ignorancia divina?
Un
claro ejemplo lo observamos en cualquier iglesia de nuestra ciudad, de nuestro
pueblo, de nuestro barrio. Muchas de las personas que acceden al templo se
olvidan del morador del mismo, que no es otro que Jesús Sacramentado. Encontramos
a fieles y devotos venerando a una imagen y, sin embargo, la capilla del
sagrario completamente vacía, cuando es Dios vivo al que hay que visitar, que
adorar, siendo compatible en toda su extensión con la veneración de las imágenes,
pero nunca dejando de lado, tal y como sucede en la mayoría de las ocasiones,
la real presencia del Santísimo Sacramento del Altar.
Cristo
se hace presente en la Eucaristía, por medio de la transubstanciación del pan y
el vino en su Cuerpo y en su Sangre. Tal y como sentencia el sacerdote tras la
consagración, ‘...este es el misterio de nuestra fe’, la fe en un Dios vivo
presente en el sagrario.
Es
por ello por lo que la Eucaristía debe ser el centro de la vida de todo
cristiano, el momento sublime en el que Cristo se hace presencia viva entre
nosotros, esa regia existencia a la que debemos adorar, pedir, suplicar,
agradecer, y por supuesto, escuchar, porque al Santísimo también hay que
saberlo escuchar.
Para
finalizar, les invito a que conozcan a Cristo Sacramentado y lo sientan como
algo indispensable en sus vidas, como ese poblador que aguarda nuestra visita
tras los muros de un templo, como ese buen amigo que siempre está ahí para
escucharnos y aconsejarnos en los buenos y malos momentos, como esa luz roja
que avisa de su presencia e ilumina nuestro camino.
En
definitiva, como lo que es: Dios vivo en el Santísimo Sacramento del Altar.
Alabado sea Jesús
Sacramentado...
Beltrán
Castell López.
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