Don Carlos, según sus amigos de Valencia
Un arzobispo en Pans and Company
En sus ratos libres en Valencia, le gustaba pasear hasta la basílica de la Virgen y ponerse a confesar, o acercarse a la zona del río, el gimnasio de los valencianos, para dar una vuelta y charlar con unos y otros. Usa del whatsapp para poder comunicarse mejor con los jóvenes y, si alguien va a verle, es fácil que acabe tomándose una coca cola con él, como si el arzobispo no tuviera prisa, ni ninguna tarea pendiente en la agenda. Dicen quienes conocen a don Carlos que vive para los demás y, por eso, es tan feliz
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Monseñor Osoro sirve horchata con fartons a un grupo de sacerdotes ancianos en la Residencia Betania, de Quart de Poblet, en agosto pasado
En la primera reunión que tuvo con los sacerdotes de la archidiócesis valenciana, poco después de tomar posesión, don Carlos Osoro se despidió diciendo: «Tomad nota de mi número de móvil. Cualquier cosa que queráis de mí, me llamáis». Y no fueron los únicos, porque a los jóvenes con preocupaciones que se acercan a hablar con él, a un anciano necesitado..., a quien sea, don Carlos le canta los nueve números al grito de ¡Y llámame, eh! Y, cuando le llaman, contesta. «Y, si está reunido, te devuelve luego la llamada, o te manda un whatsapp, pero siempre contesta», cuentan a Alfa y Omega quienes han estado más cerca de monseñor Osoro en Valencia.
En realidad, los valencianos no necesitaban tener el móvil del arzobispo para poder acercarse a él. Todos los días, a las 12, don Carlos Osoro bajaba las escaleras que conducen a la entrada del palacio arzobispal y se encontraba allí con la plantilla del Arzobispado y con todos los que hubieran querido compartir el rezo del Ángelus con él ese día. Sin listas de invitados. Sin reserva previa. Y después de rezar, nada más fácil que ir hasta donde estaba él -o guardar la cola, si es que ese día había- y contarle ésta o aquella preocupación. En las plantas superiores habría, probablemente, una reunión detenida y gente esperando, pero no pasaba nada. «Cuando te tocaba esperar sabías que era porque estaba atendiendo a alguien y esa persona era, en ese momento, lo mismo que ibas a ser tú más tarde: lo más importante para don Carlos».
El arzobispo lo dejó claro desde el principio, cuando a la salida de un acto, y mientras estaba saludando a los fieles que se acercaban, los organizadores le recordaron que tenía que continuar con la agenda. «Mientras haya gente que quiera hablar conmigo, me quedo. Lo he hecho siempre así», les dijo. No es de extrañar, claro, que por las calles valencianas le vayan saludando todos, desde políticos hasta personas sin hogar. Y con unos y con otros, sobre todo con los últimos, se detiene a charlar «quince y veinte minutos. Y se sabe sus nombres -explican a este semanario-, es increíble».
Como increíble es su capacidad para exprimir el tiempo, para estar en las cenas de la comunidad católica china en la parroquia de San Valero Obispo -«Ha aprendido a comer con palillos», nos dicen ellos, orgullosos- , o para hacer una llamada que puede poner solución al problema que atraviesa esa anciana que se le acaba de acercar. «Cuando estás con don Carlos, tienes la misma sensación que tenías cuando eras pequeño y hablabas con tu padre», resume uno de sus amigos. Otro, acostumbrado a organizar y participar en actos oficiales, confiesa que el arzobispo es de esas personas que «te apetece que estén». Y añade: «Otras veces, si te dicen que no viene la autoridad, como que te quedas más tranquilo. Con don Carlos, no. Siempre quieres que esté».
Quizá su presencia apetece siempre porque, como dicen los suyos, «don Carlos sabe mirar más allá. Mira a la persona, no con las medidas de los hombres, sino con las medidas de Dios, busca el encuentro, tiene paciencia y siempre sabe atender a quien experimenta una mayor necesidad».
Y siempre, siempre está para los demás. Como el día que alguien le contó que su hijo hacía la Comunión y se presentó en la parroquia, sin avisar y con un regalito para cada uno de los pequeños que comulgaba ese día, o cuando accedió a bautizar al hijo de otro amigo y, al final, se encontró con que la ceremonia era para cuatro niños más. «Ningún problema», dijo el arzobispo. «Vive para los demás, no se guarda nada para sí mismo», coinciden todos los que le conocen. «Y por eso está siempre tan feliz», añaden.
Lo malo de vivir para los demás, sin reloj y sin horarios, es que, a veces, la logística falla, y entonces don Carlos se va, paseando, hasta un Pans and Company para procurarse la cena. «Pero, usted es el obispo, ¿no?», le pregunta el joven que le atiende. «Sí, hijo». -«Pues a este bocadillo, le invito yo».
Rosa Cuervas Mons
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