jueves, 23 de octubre de 2014

LA HERMANA PACIENCIA PIDE QUE NO ESTIGMATICE A TERESA.



La Hermana Paciencia Melgar, que superó el ébola en Monrovia, ha agradecido a Teresa Romero su «generosidad y entrega por ofrecerse a cuidar a los misioneros». La religiosa de la Inmaculada Concepción, que viajó a España para donar su plasma primero a García Viejo, y ahora a Teresa, reconoce que no guarda «rencor a nadie por no haber podido venir a España cuando tenía el virus, pues no soy española. Me alegro de estar aquí hoy haciendo el bien y poder ayudar»
Noticia digital (22-X-2014)

¿Esta capacidad de donación le viene de familia?
Mi familia es una familia muy religiosa, sencilla y con mucha fe. Todos los días, cuando éramos pequeños, rezábamos el rosario antes de ir a descansar. Mis padres, a mis diez hermanos y a mí -sin contar a los fallecidos- nos enseñaron a vivir para los demás.
¿Cómo supo que quería ser misionera?
Unas vacaciones de verano se presentaron dos sacerdotes españoles en mi pueblo, en Guinea Ecuatorial. Iban a darnos clase. Su manera de tratarnos me llamó la atención. Yo me preguntaba por qué esta gente dejaba su país y venía a ayudarnos, y quise ser como ellos. Más adelante supe que eran salesianos.
Y de ese vuelco al corazón hasta ser Misionera de la Inmaculada Concepción, ¿cómo fue el proceso?
Me enteré que había en el pueblo unas religiosas que iban a construir una casa de formación. Me puse contenta y supe que ése era el momento. Tenía 16 años. Terminé mis estudios y pedí entrar a la congregación con religiosas guineanas y españolas.
Y además de religiosa, quiso ser enfermera
Sí, para estar más cerca de los que más sufren. Cuando terminé de estudiar, estuve dos años trabajando en Malabo, en un quirófano. Luego cambié de tercio, y fui a cuidar a niñas de un internado.
¿Cuándo llegó a Liberia?
En 2003 me destinaron a la capital, Monrovia, a trabajar con mi congregación en el hospital de San José, con los Hermanos de san Juan de Dios. Allí, a parte de ser superiora de la Comunidad y enfermera, era supervisora de la cocina, compraba alimentos para los enfermos, el material de limpieza, supervisaba la lavandería y el ropero… También teníamos un centro para la promoción de la mujer. Gracias a Dios, con este centro,  hemos podido ayudar a muchas mujeres que no pudieron terminar sus estudios y han querido hacer algo para salir adelante. Las mujeres en África son las que sacan la familia adelante.
Y el ébola, ¿cómo llegó al hospital?
En enero nos enteramos de que había una enfermedad que mataba a la gente en Guinea Conakry, y que había llegado a la frontera con Liberia. Pero estaba muy lejos de donde estábamos, así que no le dimos mucha importancia. Pero un día, en julio, llegó una señora con los síntomas. Su hermano fue a hablar con el director pidiendo ayuda. El director la tomó el pulso… y ahí empezó toda la historia. La mujer murió al día siguiente, y unos días después, él presentó fiebre. Nos lo dijo, y él mismo mandó que le hicieran el test. Al principio dio negativo. Nosotros decidimos cuidar a nuestro director  y hermano. Todavía no conocíamos las vías de contagio ni las medidas de seguridad. Sólo nos decían que nos lavásemos las manos, que no tocásemos y que no abrazásemos. Cuidándole todos nos contagiamos; nueve murieron y seis sobrevivimos.
¿Cómo fueron esos días de angustia?
A finales de agosto cerramos el hospital y nos quedamos con un doctor que nos cuidaba. Nadie iba a casa para evitar contagiar a los familiares. Desde que sentí fiebre, fui consciente de que tenía ébola. Y me lo tomé con calma, con mucha oración. Vi a mi Hermana Chantal muerta en su cuarto, pero ni siquiera eso me angustió. Tenía claro que si esa era la voluntad del Señor, adelante. No me daba miedo morir. De verdad que estaba preparada. Creo que esa paz fue el secreto.
Cuando se curó, quiso venir a España, sin guardar rencor, a curar al Hermano Manuel…
Cuando supe que el Hermano lo necesitaba, dije que quería ayudar, si con mi sangre podía recuperarse. Los Hermanos de San Juan de Dios tuvieron que agilizar el trámite para que yo llegase a tiempo. Aunque, desgraciadamente, no fue posible. Él murió el día que llegué. Ni pude verle. Eso me dolió mucho. Después, me preguntaron que, ya que había venido, si quería donar sangre para ayudar a Teresa, y claro que acepté.
Usted tuvo ébola, y no pasó miedo. Aquí se contagia una vecina, y entramos en pánico. ¿Qué le diría a los españoles?
Que no se escandalicen, que no es para tanto. Hasta he escuchado quejas por repatriar a los misioneros… pero no es el momento de echar la culpa a nadie, sino de unirse como ciudadanos, y  tomarse  las cosas con calma. También es el momento de apoyar  a los países que están en crisis, donde la gente muere cada día. Es el momento de pensar qué podemos hacer por los hermanos africanos, y no encerrarse a pensar en uno mismo.
¿Cree que estigmatizarán a Teresa?
Espero que la sigan ayudando a recuperarse bien y que ella se sienta bien, como antes. Espero que no la estigmaticen. Lo que tenemos que hacer es celebrar con ella esta victoria. Y que se sienta querida como antes, incluso más. Ella es una gran mujer, generosa, entregada, profesional, que quiso voluntariamente cuidar a esos hermanos. Nuestra profesión es esto: tú no puedes ver a alguien enfermo abandonarle.
C.S.A

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