Saber callar, cuando hay que callar, es toda una sabiduría; pero saber hablar, cuando hay que hablar, no es menor sabiduría.
Hablar cuando es conveniente callar, es condenarse al fracaso; es echar a perder las cosas o quizás empeorarlas.
Callar cuando es prudente hablar, es signo indudable de cobardía; es no cumplir con el deber.
El silencio será beneficioso cuando sea más prudente callar, será dañino cuando surja la obligación de hablar.
La palabra será útil y productiva cuando salga de un generoso deseo de ayudar al hermano; será contraproducente cuando vaya envuelta en sentimientos egoístas o en deseos de humillación para los demás.
Silencio y palabra, callar y hablar..., habrá que irlos moderando y aplicando con prudencia; con esa prudencia que los convertirá de vicios en virtudes.
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