Cuando se traspasa esa “barrera”
imaginaria que separa la madurez de lo que no lo es, cuando ya hace tiempo que
transitas por ella con sus ventajas e inconvenientes, cuando ya te puedes
permitirte el lujo de pararte a pensar en lo hecho, en lo que estás realizando
y en lo que te queda por hacer es cuando ves, con tus propios ojos, que estás
pagando un “precio”, un “peaje” por todo el camino que has recorrido con sus
tropiezos y sus aciertos.
Desde la profunda intimidad
hablo en voz alta para decir que a mis cuarenta y tres años, ya llevo caminado
un corto trecho del largo sendero que es la madurez y veo, observando
detenidamente, que todo lo que pueda haber hecho en mi vida siempre habrá
demasiado poco.
En el transitar por esta vida
que nos ha regalado Dios e intentado vivir con coherencia personal, no
transgredir nunca el código de honor que me inculcaron desde mi infancia y
vivir con principios, aunque sean los tuyos, no es para nada fácil sino todo lo
contrario. Los que te alaban por ser firme en ideas, pensamientos y creencias
cuando, por los mismos motivos, no les das la razón acaban por darte la
espalda, evitarte, rehuirte. ¡Así se paga y así se cobra el tener una
personalidad definida y unos principios intocables! ¡Por luchar por lo que
crees!
En mucho de lo que he podido
hacer, no sólo me he equivocado sino que he fallado estrepitosamente: A Dios, a
mis hermanos, a las personas que podían confiar en mí en un momento
determinado. Otras habré acertado aunque os puedo decir que, al día de hoy,
puedo conciliar el sueño y dormir profundamente.
Sé que por mis convicciones y mi
forma de entender lo que es la lealtad, la amistad, el sentido del deber, la
responsabilidad he podido ser injusto con muchas personas que he tenido lazos
de amistad en estos años y que por defender lo indefendible, por meterme en más
de un “berenjenal” ante atroces injusticias que estaban cometiendo con personas
que tenía afecto y que quería he perdido más que ganado en el terreno de la
amistad. Se da el caso que por defender la honra y el honor de un amigo, perdí
a unos cuantos y a ese amigo en concreto. Es el peaje que tengo que pagar por
llevar a cabo mi forma de pensar y de ser. En otros casos, en similares
circunstancias, he perdido a otros que podía considerar amigos pero se ha
reforzado los lazos con aquellos que fueron perseguidos hasta la extenuación.
Es otra forma de pagar el tributo a tu libertad de acción.
El peaje a pagar, algunas veces,
es demasiado elevado porque el precio es la soledad más radical y extrema.
Ahora, con mis años, mi
experiencia en la vida, con lo realizado y con lo que todavía me queda, con una
enfermedad crónica que es el mayor precio que estoy pagando por sufrir, me doy
cuenta de que esos peajes algún día terminarán porque dicen que “no hay mal que
cien años dure ni cuerpo que lo resista”.
En estos momentos sé lo que voy
queriendo, atisbo el horizonte de mi vida con más claridad donde lo
verdaderamente importante tiene preferencia a lo secundario. Dios, la fe, mi mujer, mi familia, mis verdaderos amigos,
pocos porque si no no lo serían, los lugares y las pocas cosas que pueden ser
imprescindibles son mi lucha, mi motivo por el que me levanto todos los días
con buena cara y dándole gracias a Dios. Que hay personas que no me miran, me
rehuyen o me esquivan, como dice mi director espiritual, “tiempo al tiempo”,
que otros me atacan, se ríen, me menosprecian, me persiguen o intentan
humillarme, les diré que los perdono, que rezo todos los días por ellos y que
si en algún momento de nuestras vidas los he decepcionado, les ruego que tengan
esa misma actitud para con este humilde pecador que está lleno de
imperfecciones y que camina por esta vida intentando no hacer daño sino
viviendo en la fe, en sus principios y en su particular código de honor.
Muchos podréis pensar el por qué
escribo tanto del pequeño pueblo de Villaluenga del Rosario y os puedo decir
que no tengo un interés más particular que disfrutar de un lugar prodigioso que
ha cautivado mi alma y mi corazón desde la sencillez, un lugar donde me puedo
“perder” para encontrarme desde la soledad gracias a la oración, a la profunda
meditación con Dios. Algunas veces vamos tan deprisa, corriendo por todas
partes sin apenas tiempo para nada y por eso tener un lugar donde el tiempo se
para, y a la vez pasa tan deprisa, para ocuparte de lo que verdaderamente
importa es un privilegio, un regalo que me ha hecho Dios.
Sigo viviendo en mi coherencia
personal, adecuando mi vida al código de honor que me enseñaron desde
chiquitito, intentando ser un discípulo de Cristo y evangelizar para que todos
conozcan la auténtica felicidad que es el Reino de Dios así como defendiendo
con “uñas y dientes” lo imprescindible en mi vida: Mi mujer, mi familia, mis
verdaderos amigos, mi fe.
Y por vivir de esta manera sigo
pagando un elevado precio, un peaje que nunca será demasiado alto si ese es el
precio estipulado, en esta Sociedad, por tener honor y unos principios éticos,
morales.
Jesús Rodríguez Arias
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