Despertaba en Villaluenga del
Rosario el primer día de este mes de marzo, despertaba otro día mucho mejor que
el anterior. A las siete y media de la mañana me levantaba, sin hacer ruído
para que Hetepheres siguiera durmiendo, abrí las ventanas y un cielo claro sin
atisbo de nubes me recibía. Allí en lo más alto de las montañas amanece más
temprano. Preparé la leña y encendí la chimenea y me puse a rezar con la mirada perdida en mis pensamientos,
meditaciones, con los ojos fijos en ese horizonte en cual solo veía la sierra y
que me transportaba espiritualmente a otra dimensión. Así estuve cerca de una
hora, aunque no puedo decirlo con exactitud porque cuando rezo, cuando medito
ante Dios y con Dios pierdo el sentido de esa realidad que llaman tiempo.
Cuando se levantó Hetepheres nos
preparamos porque queríamos realizar una buena caminata que duraría toda la
mañana. Nos vestimos, organizamos nuestras mochilas y cogimos los necesarios
palos que afianzan el paso y te salvan de más de una dificultad que se presenta
en el camino.
Nos fuimos a desayunar temprano,
el Casino no estaba aún abierto por lo que lo hicimos en la antigua pensión
“Ana Mari”. Un café, una tostada con matequilla porque al ser viernes de
Cuaresma no podíamos tomar carne, cosa que no le sentó muy bien a la dueña del
lugar porque hizo un comentario algo fuera de lugar, Hetepheres y yo nos miramos y nos dijimos, sin pronunciar
palabra, que pocas veces íbamos a desayunar más por allí. A pesar de todo debo
decir, lo cortés no quita lo valiente, que tienen una zurrapa que quita el
sentido y unas buenas croquetas caseras aunque estas últimas no las he probado.
El señor que había en la barra, en cambio, era muy educado y servicial.
Ya nos encaminábamos para hacer
nuestra ruta cuando nos encontramos con Fernando abriendo el Casino. Nos dio
mucha alegría el verlo porque nuestro amigo es un hombre bueno, servicial y
lleno de buena voluntad.
Atravesamos el pueblo, el frío
nos acompañaba, y empezamos a caminar sin prisas aunque sin pausas. Caminar por
medio de la manga de Villaluenga rodeado de las montañas, con el verdor propio
de una zona donde la pluviosidad es muy alta. Las nevadas del día anterior
trajeron un frío muy intenso. Poco más de una hora tardamos de Villaluenga,
pasando por la calzada romana, hasta llegar a Benaocaz. En vez de seguir por la
carretera hasta un sendero llamado “el ojo del moro”, preferimos recorrer todo
el pueblo. ¡Brillante idea! Pudimos conocer este bello lugar paso a paso. Nos
paramos frente a la fuente de Allá así como sus bellas y recoletas callejuelas.
Pasamos por delante del Ayuntamiento y recorrimos el pueblo hasta el final,
justamente donde empezaba otro sendero: “El salto del cabrero”. A pesar de que
ya las piernas estaban algo cansadas decidimos adentrarnos un poco en el mismo.
Os puedo decir que tiene cierta dificultad, sobre todo porque había mucho fango
que hacía que al pisar las cuantiosas piedras se hiciera el trazado muy
resbaladizo a la vez que peligroso. Al llegar a un puente donde un discurría un
río con sus cascadas y con un sonido que embriagaba los sentidos más
auténticos, decidimos volvernos por lo peligroso que se estaba poniendo todo y
porque el cansancio se hacía notar. Hicimos el camino de vuelta hasta llegar a
la entrada de la ruta y comprobamos que la misma tiene una longitud de ocho
kilómetros y medio, solo la ida, con lo cual hubieran sido 17 kilómetros más
los los 14 restantes que van desde donde comienza el mencionado sendero hasta
llegar a Villaluenga.
Volvimos a recorrer Benaocaz y
al llegar a la fuente de Allá nos limpiamos en los pilones las botas que
estaban manchadas por el barro así como bebimos del agua pura de manantial que
brotaba de la misma. Refrescante y revitalizadora agua fresca de la sierra
cristalina que amortiguó en algo el inmenso calor que teníamos. Pese al frío
reinante nosotros estábamos empapados en sudor por el esfuerzo que estábamos
realizando.
Antes de salir del pueblo camino
de Villaluenga nos sentamos en un banco cuyo paisaje era las inmensas montañas
que se sucedían unas a otras y que hacen de la Sierra de Cádiz un lugar único y
especial. Aprovechamos para coger fuerzas y nos tomamos un bocata de queso
fresco y un buen sorbo de bebida isotónica. Restituídas las fuerzas, cuando el
cuerpo se empezaba a relajar, volvimos al camino porque si hubiéramos estado
mucho tiempo más seguro que nos tienen que venir a recoger.
El camino de vuelta fue igual
que el de la ida. Por la carretera hasta llegar al cruce donde se coge por la
calzada romana, pasamos por una edificación en ruinas donde tenían proyectado
un hotel, admiramos el paisaje inmensamente bello que transporta a otra
dimensión el observarlo con los ojos del corazón y del alma.
Cuando cogimos la manga el calor
se había adueñado de nosotros, el calor y el cansancio porque nuestras piernas
ya empezaban a estar bantante cargadas y el esfuerzo de caminar cinco
kilómetros cuesta arriba con un sol de justicia era una buena prueba de
resistencia. Menos mal que soplos de aire frío atenazaba en algo el esfuerzo
que estábamos realizando.
Los últimos cinco kilómetros me
los pasé rezando, meditando, cavilando y alimentado mi espíritu ante una
inmensidad natural como es la Obra Creadora de Dios. Mi mujer iba unos pasos
más deprisa, en cambio yo suelo ir un poco más despacio en las subidas porque
con mi rinitis seca me dificulta más el respirar y así aprovecho, esos momentos
de soledad y sufrimiento, para rezar y ofrecer estos “sacrificios” personales
por todo lo que tengo encomendado. Siempre digo que el rezar crea adicción, te
hace ser más dependiente de Dios, necesitas hablar con Él a todas las horas,
estar cada vez más cerca del que es Vida hace que cambie la tuya y donde antes
podía haber rencor ahora hay Amor.
Todo lo que nos hacen, dicen de nosotros, las
humillaciones y persecuciones que padecemos no son nada más que simples
anécdotas cuando Dios está a tu lado, te protege y te cuida como lo que eres:
Su hijo.
Así, entre meditación y
meditación, entre pensamientos que hacían que el cansancio se disipara y
disfrutara como siempre y como nunca de la inolvidable experiencia que esta
viviendo llegamos a las dos y media a nuestro querido pueblo. Cansados hasta la
extenuación, agobiados por el calor, sudando por todos los lados. Le dije a
Hetepheres que íbamos a comer en el Casino con lo cual ella se fuera para allá
mientras yo iba a casa a dejar las mochilas y los palos. Cosas que hicimos.
Al llegar a casa dejé los
“bártulos”, me cambié de zapatos, de chaquetón que estaba chorreando por
dentro, y me fui para el Casino que estaba abarrotado de gente. Todas las mesas
cogidas y algunos clientes esperando mesa. ¡Qué alegría me dio ver a Fernando
tan ocupado y despachando tanta y tan buena comida!
Esperamos un buen rato aunque no
nos importó. En la barra nos tomamos un refresco de cola y una copa de rioja
con unas aceitunas. Charlando con varios amigos que estaban allí. Rubi, su
novia y unos amigos estaban dando buena cuenta a la suculenta comida que ofrece
Fernando en el comedor de abajo. Nos saludamos y me presentó a su amigo y
“tocayo” Jesús, mientras estabámos esperando mesa charlamos sobre los
diferentes sitios que uno puede visitar en este envidiable lugar.
Al final nos pudimos sentar en
una mesita del salón de abajo, estaba puesta la chimenea y el recinto lo
suficientemente caldeado para no pasar nada de frío aunque, será por la
costumbre, ya voy notando menos el frío cosa que no le pasa a los visitantes
que vienen a mi querido pueblo.
Gallo empanado y puntillitas fue
nuestra comida, nada de carne por ser viernes de Cuaresma, al terminar serían
las cinco de la tarde por lo que cogimos directamente para casa. Una duchita
para entrar en calor y relajarnos de todo el esfuerzo realizado y sentarnos
frente a la chimenea fue todo una. Pasamos toda la tarde leyendo, agotados,
pero disfrutando de la casa. Hubo un momento, sobre las ocho, que la casa
estaba tan caldeada que optamos por darnos un paseo por el pueblo. El frescor
impregnó cada uno de los poros de nuestra cara y nos despejó. Fuimos hasta la
Avenida de Los Arbolitos y nos volvimos tranquilamente hacia el hogar que nos
esperaba. Una cena rápida, ver algo de televisión y quedarnos medio dormidos
fue todo una.
Pasó el segundo de los días que
íbamos a estar en Villaluenga del Rosario, un día de conocer, de disfrutar, de
orar, de leer, de investigar. Nada como investigar el tema al que llevo
dedicado más de diez años en un lugar donde el silencio invita a prestar la
ateción necesaria para que los datos que se manejan sean provechosos.
Un día radiante, aunque frío, ha
dado lugar a una noche más cálida que envolvió con sus sombras y oscuridades
cada callejuela, cada rincón de este bello pueblo, al que quiero tanto y tanto
me da en todos los sentidos, que se llama Villaluenga del Rosario.
En la próxima entrega de estos
artículos relataré el resto de los días allí pasados.
Jesús Rodríguez Arias
Por la Manga de Villaluenga.
Vistas de Benaocaz
Fuente de Allá.
Ayuntamiento Benaocaz.
Vistas desde "El salto del cabrero".
"Salto del cabrero".
En la Avenida de los Arbolitos por la noche (Villalluenga del Rosario),
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