Escribí días atrás que al fin, teníamos un Gobierno. No me desdigo, pero me permito añadir que ya hemos recibido la primera bofetada de una mentira. El aumento de los impuestos aprobado por el Consejo de Ministros es la constatación del hurto de una promesa. Y su aplicación más se parece a una gamberra improvisación del anterior Gobierno socialista que al resultado de una reflexión profunda de un Gobierno liberal. Porque es falso que «pagarán más los que más tienen». Los que más tienen, como siempre, se irán de rositas. Pagarán más los que más trabajan, o los que han alcanzado a golpe de esfuerzo una situación privilegiada en el mundo laboral ajena a herencias, sociedades superpuestas, capitales evadidos y bolsas millonarias que no han creado ni un puesto de trabajo. Ésos son los que más tienen, no los que van a pagar los impuestos –hogaño imprescindibles, antaño innecesarios–, improvisados por el Gobierno de Mariano Rajoy. El saqueo fácil, el IRPF, no la búsqueda de los millones dormidos o escondidos o meramente depositados para vivir de las rentas.
Albert Einstein, del que dicen era el ambulante poseedor de la mayor inteligencia humana afirmó «que la cosa más difícil de comprender en el mundo era el impuesto sobre la renta». En los Estados Unidos se considera un asalto a la honradez ingresar al Estado más del 30% del rendimiento personal. Ronald Reagan, que no tenía complejos, dijo que el contribuyente es una persona que trabaja para el Gobierno sin haber hecho las oposiciones a funcionario. El socialismo de izquierdas se distingue del socialismo de derechas sólo en el desparpajo cuando toca mentir. Rajoy nos había prometido que no subiría los impuestos hasta el día anterior a la celebración de las elecciones generales que le auparon, con mayoría abrumadora, a la presidencia del Gobierno. Y una semana más tarde, los ha subido. Mentira consumada.
Todos estamos orgullosos de pagar impuestos por nuestra nación y sociedad. Pero como decía Arthur Godfrey, estaríamos mucho más orgullosos si los políticos administraran mejor el dinero público y nos quitaran la mitad de los que nos roban. La sentencia colbertiana de que el arte de los impuestos consiste en desplumar al ganso en orden a obtener el máximo de plumas con el mínimo de alaridos, no se ha cumplido con eficacia. Los contribuyentes engañados y los votantes decepcionados estamos ya con los alaridos dispuestos. Para gobernar con la misma improvisación que los socialistas no son precisas alforjas colmadas de tanta preparación académica e inteligencia demostrada.
Vivimos y trabajamos atemorizados por los impuestos y las multas, las sanciones, las amenazas y los expedientes. Ilusión y libertad empapeladas, Pero al final, todo son impuestos para los que trabajan y azules horizontes para los que tienen. Al fin y al cabo, la multa es un impuesto por portarse mal y el impuesto una multa por portarse bien. Si «El Corte Inglés» estuviera administrado por nuestros más renombrados economistas, no duraría ni un trimestre. El gran Art Buchwald, dueño de la expresión sintética, apuntaba que el economista es un hombre que conoce cien maneras de hacer el amor, pero que no conoce a ninguna mujer. Sirve el ejemplo al revés con las economistas. Cien maneras de hacer el amor y no conocen a hombre alguno. Porque si los economistas fueran tan buenos para la administración del dinero y los negocios –eso es el Estado–, serían ellos los millonarios, y no los asesores de los millonarios. Hay excepciones claro, no se me vayan a enfadar todos los economistas al unísono, que hay más economistas que aficionados al fútbol.
Pero la yema del asunto no está en los impuestos, ni en quienes los van a pagar, ni en quienes los van a regatear de nuevo. Está en el incumplimiento de una promesa formal y continuada. Y ahí no hay otras conclusiones que la frivolidad o la mentira. Y ninguna es decente.
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