Javier Lozano
En un mundo lleno de ruido y que va a un ritmo vertiginoso se corre habitualmente el peligroso riesgo de no escuchar bien a Dios o al menos de no tener un encuentro con Él sosegado y profundo. Frente a esta velocidad, la vida monástica ha ofrecido desde sus orígenes el ritmo pausado necesario para poder vivir la fe de una manera que alimente realmente el alma.
Sin embargo, no todo el mundo está llamado a una vocación monástica. De hecho, la gran mayoría de los católicos han sido llamados a la vida matrimonial y a realizar su vocación en familia.
Paul Sheller es actualmente director de vocaciones de una importante comunidad benedictina en EEUU
A pesar de ello, hay elementos de la vida de los monjes que se pueden adaptar y aplicar a todos los creyentes, sea su condición la que sea, y que pueden ser un aliciente importante para su relación con Dios. El benedictino Paul Sheller, director de vocaciones de la Abadía de la Concepción, en Estados Unidos, ofrece en Catholic Gentleman “cinco formas de vivir como un monje sin ser uno de ellos”:
1. Cultivar el silencio
Explica este benedictino que el silencio es el ambiente que permite escuchar de manera adecuada la voz de Dios y de las personas cercanas. Pero son muchos los que se sienten incómodos con el silencio y necesitan llenar sus días con ruidos o distracciones. Apagar un poco la música o moderar el consumo de televisión e internet pueden ser un desafío para escuchar esta voz que está en el fondo del corazón. Al evitar ruidos innecesarios en la vida se aprende a cultivar el silencio interior, lo que es ideal para la oración.
2. Sé fiel a la oración diaria
Dice la Regla de San Benito: “La oración debe ser breve y pura, a no ser que se prolongue por un afecto inspirado por la gracia divina”. Por tanto, esta instrucción es bastante reconfortante para aquellas personas que tienen una jornada laboral muy exigente, un horario complicado o muchas obligaciones en el hogar, algo que les impide tener largos ratos de oración.
Sin embargo, se debe encontrar tiempo para alabar a Dios por la mañana antes de iniciar el día y dar gracias a Dios por la noche antes de dormir. Además, durante el día siempre surgirán oportunidades para realizar pequeñas oraciones. El objetivo de los monjes (y de todos los cristianos) es orar sin cesar, y se puede hacer manteniendo la memoria de Dios viva en el corazón y en la mente en todo momento.
3. Formar una comunidad auténtica
En una comunidad monástica los monjes se apoyan y animan entre ellos cuando hay dificultades y lo celebran cuando hay momentos difíciles. De este modo, en un mundo donde prima el individualismo, las redes sociales y las relaciones superficiales, las personas anhelan un profundo sentido de pertenencia y comunión entre ellas.
La vida espiritual es un viaje que es mejor hacer en comunidad y con otros hermanos. Por ello, se debe estar dispuesto a invertir tiempo y energías en acercarse a otras personas, mostrar interés por sus vidas permitiendo que las conversaciones pasen de temas superficiales a áreas importantes de la vida. Compartir la experiencia de Dios y escuchar a otros sobre la suya propia es un bien para toda la comunidad.
4. Buscar tiempo para la Lectio Divina
La antigua práctica monástica de la Lectio Divina o “lectura sagrada” pone énfasis en una lectura lenta y orante de las Sagradas Escrituras. Por ello, la reflexión sobre la Palabra de Dios, si se hace con intensidad y en oración, tiene el poder de llamar a una continua conversión. Este benedictino recomienda a los creyentes familiarizarse con el método y tomarse entre 15 y 30 minutos al día para, en un ambiente tranquilo, leer las Escrituras, los escritos de los santos u otras grandes obras espirituales. La lectura espiritual nutre mente y alma y, a menudo, proporciona palabras inspiradas que la persona necesitaba escuchar.
5. Practicar la humildad
En la Regla de San Benito hay numerosas referencias a la importancia de la humildad. En el capítulo siete la describe como una escalera de doce peldaños que el monje debe subir. El primero de ellos es mantener el “temor de Dios”, pues cuando se teme a Dios se mantiene una relación verdadera con Él pues la persona sabe que es una criatura y no es Dios.
La humildad es una virtud que necesita ser desarrollada, y que conlleva ser sensato, honesto y sincero, tanto en la oración como en el trabajo y las acciones cotidianas. Además, ser humilde significa ser agradecido por las bendiciones y oportunidades que Dios da a cada uno, así como reconocer que los dones y talentos provienen de Dios.
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