Con el último (por ahora) manifiesto de los intelectuales animando al pacto a sus amados líderes de izquierdas para lograr un gobierno de progreso, etc., algunos han vuelto a preguntarse por qué no existe un manifiesto de derechas ni nada parecido. Buena pregunta.
No todos los intelectuales son de izquierdas, como se sabe de sobra; pero, en sentido vulgar o mediático, intelectual es quien los políticos de izquierdas a los que ese intelectual apoya deciden que es un intelectual. Por eso, Rafael García Serrano, un escritor como la copa de un roble, afirmaba: "Cuando oigo hablar en ciertos sitios de defensa de la cultura, elijo un lugar seguro, algo elevado, con agua abundante, retaguardia firme, accesos batidos, y me parapeto en él".
Tal usurpación conceptual tiene muchas causas. La primera, una paradójica mezcla de desdén social y de complejo de inferioridad de la derecha ante la cultura, que regala al rival entre aplausos bobos. En cambio, los políticos de izquierda han mostrado a menudo un enorme interés, a veces cosmético, pero siempre envidiable, por la intelectualidad. Los intelectuales de derechas acaban, pues, despreciados por los intelectuales, por ser de derechas, y por la derecha, por ser intelectuales.
Pero no hay que culpar exclusivamente a los políticos. Otro factor es la querencia del tímido creador de derechas por lo concreto de su oficio, y no por los grandes sistemas ideológicos ni por las proclamas. Además, gastan una resistencia cerril a la disciplina de grupo, por la aguda conciencia de su libertad individual y de su dignidad personal. Antes o después, terminan como Dante, fundando un partido con uno mismo como miembro único. Exactamente lo contrario del partido único. Encima, suelen sostener la existencia de una verdad de los hechos que no altera en absoluto el número de firmas a favor o en contra, sino su adecuación a la realidad. ¿Qué falta hace entonces buscar abajo firmantes para mantener que la hierba es verde o que dos más dos son cuatro?
Esto no implica desinterés. De hecho, me gustaría que se considerasen mis columnas políticas como manifiestos, aunque firmados por mí. O sea, minifiestos, si vamos a medirlos cuantitativamente. ¿Que a quién le importan? Ah, claro, esa es la otra cuestión, pero yo (y otros muchos y mejores escritores conservadores y reaccionarios), manifestarnos, nos manifestamos. O nos minifestamos, si prefieren.
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