Cinco de la tarde. En la calle Velázquez compite el olor del incienso con el del adobo. Hay relevo de costaleros. Gente con costal y faja que se alegra el gaznate y el estómago. Uno de ellos se lleva una tapa de boquerones en una fiambrera. Aún quedan muchas horas bajo las trabajaderas. Lucen cuellos rojos. Escocidos. Pasa el Sol. Una cofradía muy cómoda de ver. Lo que se tarda en comer una tapa en el Blanco Cerrillo. Al palio de la Dolorosa se le cayó un remate del varal a escasos metros del puente de San Bernardo. Pináculos de flores en espiral. Mantolín de San Juan con bordados turcos. Ruán verde. Capirotes largos. Nazarenos cansados. Llegan de avenidas largas, soleadas y con escueto público.
En la Plaza del Duque hay otro relevo de costaleros. Son del palio de los Servitas. Tatuajes en los brazos. Camisetas que dejan hombros y axilas de abundante vello al aire. Vienen en piña y piden paso. La Virgen de los Dolores y el Cristo de la Providencia ya pasaron. Delante de él, el cura Curro con su sotana y manteo. Un cura vestido de cura. En esta cofradía todo está medido. Al milímetro. Y al dictado del diseño. Nada escapa a la improvisación. Llega la Virgen de la Soledad. Entran los costaleros. Un turista se ha confundido pensando que era la Trinidad. Fanales con flor de jarro. Marchas fúnebres. Sones del último sábado. Del día final.
Por Alfonso XII discurren hombres con chaqué y condecoraciones en la solapa. Ya hay gente sentada para ver el desfile del Santo Entierro. Existe un amplio público encantado de ver pasar autoridades. Dos nazarenos de San Bernardo llevan por San Eloy el estandarte de su hermandad. Cromatismo del Sábado Santo. Representaciones de cofradías en un cortejo que suma lo civil, lo militar, lo religioso y lo teatral. Con sus romanos, tan severos y distintos a los que vinieron de la Resolana hace dos madrugadas. Por parte del Ayuntamiento, amplia representación del PP, con 11 concejales. Empataron el PSOE y Ciudadanos a tres. Y por delante de todo el desfile, la verdad que nos deja el sábado, la que precede al oropel: la Canina. Hueso y yedra. El destino final.
El viento vuelve a soplar fuerte. Deja las candelerías huérfanas de llamas. Un aire preñado de melancolía. A la tarde le salen los violetas. El cuadro se compone para recibir a la Soledad. La que no necesita apellidos. Es la Soledad de Sevilla. La del porte regio. Solemnidad hierática. Majestad de siglos. Los monaguillos dibujan la sonrisa cuando el alma se presta a la nostalgia. El aire, la luz y el sonido. Cierre de sillas en la carrera oficial. La otra música del día.
Todo se consuma. Y se consume. Entre filetes empanados y cervezas en el Bar Trini se aguarda a la Esperanza. La última de la Semana Santa. La que deja el mejor sabor de boca. El más bello envoltorio de siete días que duermen ya en el baúl de la memoria. El arca de la vida.
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