domingo, 1 de abril de 2018

LOS DÍAS ANODINOS; POR ENRIQUE MONTIEL



Tengo para mí que hoy se cierra la semana más corta del año. Porque largo es el dolor y la tristeza, corta la alegría y la felicidad. Y hoy, con las últimas músicas y la imagen del Resucitado por las calles matinales de La Isla, se cierra la Semana Santa, esa cronología a la que tanto esfuerzo dedican muchos vecinos y en la que, en general, la ciudad participa desde las calles y plazas de la Isla. Todo empezó el viernes con la recogida de la Soledad. En mis recuerdos infantiles la Soledad, el jazmín de la cara en contraste con el manto negro del luto, cerraba la Semana Santa. Y muchos viernes santos, además, con aguaceros y recogida de los pasos apresurados. Todo empezó con palmas y niños y la entrada del Señor en Jerusalén, la popular borriquita o pollinica o todas las formas populares de resumir la estampa alegre de lo que devendría en una muerte horrenda en la cruz. Sí, los ecos de los tambores de hoy ponen el cierre definitivo a la puerta de una fe antigua, multisecular, con la que han vivido nuestros antepasados y nos han legado en herencia a nosotros. Los ecos de las trompetas y los tambores. Y la imagen del Resucitado, resumen final de nuestra fe y la que da sentido a todo. Porque se resucita en espíritu y en verdad, no lo olvidemos.


Ahora llegan las hormigas de los días anodinos, iguales, sin relieve. Los días laborables que nos conducirán -si Dios quiere- hasta el nuevo domingo de palmas y cánticos de alabanza al Hijo del Hombre. Otros serán los afanes, otros los pensamientos. Porque saltamos de fechas en fechas, en diciembre, en enero, para llegar casi compuestos al verano, que es un tiempo detenido bajo el calorón y los ventarrones. Y las noches de levante en calma o poniente suave, donde no queremos dormir por tanto goce. Vivir tiene eso, los recuerdos de los días vividos. Y las personas queridas, cercanas, inolvidadas. Hasta el olvido todo es vida, pudiéramos decir. Más hoy que conmemoramos la resurrección del Cristo y la tumba vacía. ¡Qué misterio! ¡Cuántos meterían el dedo en el costado! La imagen esplendente de hoy en tantos pueblos de la geografía española lo muestra. Creemos que se levantó de la muerte quien murió por nosotros, para nuestra vida eterna. Están gastadas las palabras con las que hemos venidos explicando lo inexplicable, el misterio en el que, por ser seres para la vida sin recuerdo alguno de haber muerto, afrontamos el hecho silente de cada expiración.

Como la luna azul de ayer, redonda y gloriosa, estos últimos días de la Isla. Lo que venga, haya de venir, que traiga su afán anodino. Ahora estamos todos como esas melodías de clarinetes y flautas, tambores, cornetas, bombardinos, tubas, saxos y trombones. Corren por las calles, nos llaman dulcemente, nos convocan para la próxima primavera de nuestras vidas.

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