Conocí a Manuel García en 1992. Era de Huelva pero conocido en el entorno de Camarón como Manuel de Marsella, pues vivía en la ciudad francesa donde nació el himno nacional de los galos desde que salió de la mili. Manuel fue cocinero, camarero. Durante algunos años estuvo trabajando en una residencia de sacerdotes Jesuitas. Listo como un lince había sobrevivido en Francia casi toda su vida, donde se casó y tuvo dos hijos "cent pour cent" franceses, que solía decir. Cuando supo que escribía la biografía de Camarón me invitó a que fuera a Marsella para hablar con él y con otros gitanos de Francia para mejor conocer esa parte de la vida de José Monje Cruz. Y fui. Entonces descubrí un personaje fascinante, cauteloso, inquieto a más no poder. No sólo hablamos de Camarón, que hablamos mucho, por cierto, porque estuvo cerca del cantaor hasta el final. Quiero decir hasta la mañana en que murió en el hospital de Badalona inclusive. Me hablaba mucho del carácter de los franceses, de España (siempre obligado en todo emigrante), de Huelva, del Flamenco, que era su droga, llegó a decirme. Y por eso quiso ser amigo de Camarón y de Paco de Lucía y de Paco Toronjo y de media nómina. Como soy pobre, me dijo, no puedo vivir en el Flamenco si no soy amigo de Camarón. Lo consiguió con fidelidad al cantaor, con una lealtad más allá de la muerte y con lo bien que sabía cocinar. Su mujer, de origen español, muy dulce y educada, me dijo que cuando ella se muriera la lloraría menos que lloró a José Monje. La creí.
Un mañana, sentados los dos, en el Vieux Port, junto a tenderetes con pescado fresco, me pidió una definición urgente y definitiva del mundo y las personas. Guardé silencio y pensé en una respuesta adecuada. No me dio tiempo. Me dijo poseído de una verdad febril que el mundo se dividía en dos: "los tontos y los listos". Y los tontos trabajan para los listos, añadió.
Confieso que era la respuesta en la que no habría pensado. Me quedé desarmado, desarbolado. Manuel puso como fuente de autoridad los años que había trabajado para los padres jesuitas, y el tiempo vivido en Francia, que era un país de listos y avariciosos. He pensado muchas veces en Manuel de Marsella y en su resumen del mundo. Tontos y listos era su gran descubrimiento, que sabía declinar (los listos no son listos siempre, pueden volverse tontos). Mucho más en estos días catalanes. ¿Es Rajoy el listo de la ecuación? ¿Puede que lo sean los independentistas catalanes? Los tontos, digo.
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