Ripoll es la capital de una de las comarcas más hermosas y con mayor índice de bienestar de España, una especie de Suiza pirenaica en la que no sabe uno qué admirar más, si la belleza de los paisajes, el nivel de los servicios, la calidad de las infraestructuras o el ambiente general de satisfacción con la vida, el país y sus tradiciones. También es tierra de riguroso catalanismo, en la que ya en los 90, cuando pasé allí varias semanas, había desaparecido de la vista cualquier señal de que nos encontrábamos en España y donde no era infrecuente que los niños no supieran expresarse en castellano, como ocurría con el menor de la casa que nos acogía, siendo profesor, por cierto, su padre.
Pero Ripoll es mucho más que eso. Ripoll debe su potencia histórica a su célebre monasterio benedictino, fundado nada menos que en siglo IX, y elevado a una de las cumbres culturales de la Cristiandad gracias a la personalidad del más sobresaliente de sus abades, Oliba, pacificador y verdadero padre espiritual de la Cataluña que, en las primeras décadas del siglo XI, hace exactamente mil años, y en lucha contra los moros, comenzaba a organizarse como comunidad política en torno a los condes de Barcelona, de los que Oliba fue principal consejero. Ripoll fue, por tanto, cuna y corazón de la Cataluña naciente, pero Oliba no la encerró en sí misma, sino que la abrió y relacionó todo lo que en aquel tiempo era posible con el resto de España y con Europa.
Es necesario recordar esto para así valorar lo que supone en el plano simbólico que la célula yihadista responsable del atentado de las Ramblas estuviera constituida por marroquíes asentados precisamente en Ripoll, alguno de ellos con claras simpatías secesionistas. Del Ripoll cristiano del abad Oliba se ha pasado al Ripoll nacionalista, multicultural y solar de fanáticos asesinos. Una advertencia demoledora sobre el fruto resultante de la proximidad que se ha propiciado entre el islamismo y la hispanofobia que lleva décadas manipulando la historia de Cataluña para inocular el odio a España y convencer a sus gentes de que su destino está fuera de la patria común. Que la más bella y profunda raíz de Cataluña haya alumbrado, justamente ahora, estas flores hediondas, es una señal, una traición, que habrá hecho estremecerse en sus tumbas al abad Oliba y a los buenos condes catalanes que allí reposan.
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