viernes, 25 de agosto de 2017

LA SANDEZ RAZONADA; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁÍQUEZ



Entre nuestra perplejidad y nuestra indignación, no profundizamos en las causas por las que el progresismo (en líneas generales, con sus excepciones) hace gala de una islamofilia por defecto y de una cristianofobia por sistema. Puede verse en sus chistes, en sus políticas, en sus reacciones, en la querencia a disculpar por allá y a epatar por aquí, en el tic constante y cotidiano, etc.
No hemos de quedarnos pasmados, sin más, sin comprender cómo una religión que no permite la libertad de expresión ni la de pensamiento ni la de religión ni la política ni casi ninguna ni la sexual y que trata a las mujeres con la punta de la babucha, despierta tantas simpatías automáticas en los más modernos de los modernos, mientras que el cristianismo provoca, en el mejor de los casos, ironías, cuando no sarpullidos. Hay una causa implícita.
Cuando aseguran que el islamismo no les da miedo, en el fondo, se retratan: es verdad. Lo que les aterroriza es el cristianismo. Nos hemos creído esta idea del catolicismo como una religión light, fuente de discursitos de autoayuda y mensajes medio hippies de paz; y se nos olvida su extraordinaria potencia espiritual. ¡Cómo será que el materialismo le tiene más miedo que a la versión más radical del Islam, incluso, que viene como viene!
El islamista mata y el cristianismo pone los muertos en Irak, en Siria, en Egipto…, replicará el escéptico, alucinando con mi planteamiento. Pero el terrorismo mata a unos cuantos y todo el mundo tiene la esperanza autista de que no le toque. La gente confía en esconderse en las estadísticas. El catolicismo, en cambio, exige la muerte a todos: negarse cada uno a sí mismo, ahí es nada. Sin posibilidad de escapar, porque el llamado cara a cara a ser otro Cristo es cada cual. Por supuesto, se trata de una muerte espiritual, incruenta y sólo de nuestro ego a sus mentiras. Pero muchos nos reconocemos, más que nada, en nuestros egotismos. El rechazo, por tanto, es instintivo, por el instinto de supervivencia del yo, que sabe latín.
Por supuesto, esto es subconsciente. Si explicas a un laicista que su incomprensible actitud responde a un miedo cerval a la interpelación que le hace el cristianismo, te dirá que ni en sueños. Ya. Pero, si no, ¿cómo explica su alergia, tan irracional si nos limitamos a los hechos culturales y civilizatorios y actuales de las dos religiones? Aquí pasa algo que escapa a la inteligencia.

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