No todos los días te levantas con el espíritu alegre y despreocupado; algunas veces ya desde la mañana te persigue el recuerdo de una adversidad que estás enfrentando hace tiempo.
Hace 300 años un prisionero grabó en la pared de su prisión esta frase, con la que pretendía conservar en alto su estado de ánimo:
"No es la adversidad la que mata, sino la impaciencia con que no soportamos la adversidad".
Es verdad; impacientándote en las adversidades, nada arreglarás; más bien lo echarás todo a perder o agravarás la situación; no es, pues, un remedio a la impaciencia o la ira.
Si a este consejo de orden meramente natural y psicológico sabes añadir otro de orden superior, de orden sobrenatural, como es el reconocer que Dios te ha permitido esa adversidad para que seas capaz de mostrar tu valer, tu fidelidad, tu capacidad de amar, entonces la adversidad serán llevada por ti no sólo con paciencia y resignación, sino aun con cierta alegría por saberte fiel.
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