domingo, 3 de julio de 2016

OBRAS DEL PADRE RUPNIK: IGLESIA DE NUESTRA SEÑORA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO Y DE LOS SANTOS MÁRTIRES CANADIENSES EN ROMA





Parroquia de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento y de los Santos Mártires Canadienses, Via G.B. de Rossi, 46 - 00161 Roma
El sacramento es una realidad escogida, por la voluntad de Dios, en el que Cristo en su Iglesia, por obra del Espíritu Santo, continúa amando, salvando y santificando de modo sensible a la humanidad. En la Pascua de Jesucristo, Dios ha realizado su obra de redención del género humano. Por eso, el corazón y la sustancia de cada sacramento es el acontecimiento pascual, el triduo, el paso de la muerte a la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Si queremos hablar del sacramento no podemos, pues, evitar la Pascua de Cristo, porque la Pascua es la forma en la que el amor de Dios vive y se realiza en la historia. La relación de felicidad entre el Padre y el Hijo en la historia se traduce en el drama del Calvario. Hay, pues, dos registros del sacramento: el martirio, la crucifixión, el abandono de Dios en nuestras manos, y el triunfo, la gloria, aparición de todo lo que ha asumido el amor de Dios. El cuerpo martirizado en el que hemos abierto las heridas aparece como un cuerpo de gloria donde las heridas se convierten en una luz sin ocaso.
Visión panorámica
Iglesia de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento y de los Santos Mártires Canadienses
Roma - Italia
Diciembre 2007

La Madre de Dios es, en cierto sentido, un sacramento, porque precisamente en ella, por obra del Espíritu Santo, Dios tomó un cuerpo; ella le dio su cuerpo, para que con su amor Dios pudiera tocar nuestro cuerpo mortal y arrancarlo de la muerte. Desde los primeros siglos, la Madre de Dios fue vista como imagen de la Iglesia. Ya para los Padres, la Iglesia era el sacramento de la salvación del mundo y el Concilio Vaticano II lo dijo explícitamente. Por lo tanto, si queremos hablar de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, debemos decir todo esto.
Así, se ofrece por sí sola la solución iconográfica: la Madre de Dios, en la actitud llamada en griego deisis. Es una actitud de oración, y se ha convertido en la actitud privilegiada para la Madre de Dios y para Juan Bautista, ya que estas dos personas que han afirmado verdaderamente que el único sentido de su existencia era convertirse en gesto que indica y comunica a Cristo. Ella lo dio a luz al mundo y el Bautista lo señaló. Por esta razón en la fachada, justo en el centro de los episodios, está la Madre de Dios: una mujer humilde, la sierva del Señor, que marcó la historia con su expresión: «Hágase como tu dices, aunque yo no entiendo todo».
La Madre de Dios que indica el pan partido sobre el costado de Cristo
Iglesia de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento y de los Santos Mártires Canadienses
Roma - Italia
Diciembre 2007

María indica la escena de su Hijo con los dos discípulos de Emaús. La imagen hace ver que Cristo rompe el pan en su lado, lo cual nos ayuda a entender que el pan que está dando es su cuerpo, es la carne de Dios. En cada Eucaristía ofrecemos el pan junto a todas nuestras ofrendas y luego, por obra del Espíritu Santo y de la liturgia de la Iglesia, este mismo pan se convierte en el cuerpo de Cristo. Se absorbe en Cristo y luego se nos da de nuevo. Comulgamos, entonces, con lo que hemos ofrecido, sólo que está transformado, transfigurado, impresa en la carne de Dios.
En la Última Cena, Cristo tomó el pan en sus manos y lo dio a comer a sus discípulos. Partió el pan, lo distribuyó y dijo: «Comed», y lo comieron. ¿Qué pasó con el pan? Lo comieron, es decir, lo destruyeron. Porque al comer, el alimento se destruye. Pero, al hacer esto, la persona que come, vive. Es como si Cristo dijera: Esto es lo que haréis conmigo. Este pan soy yo, es mi cuerpo entregado en vuestras manos. Y cuando me destruyáis, cuando me clavéis en la cruz, veréis y gustaréis lo bueno que es el Señor que se confía en esta medida en vuestras manos. Tenéis miedo de Dios y no os fiáis de Él, os fiáis más de vosotros mismos, pero él se fía de vosotros. En efecto, Dios, como dice el Apóstol, da el primer paso y nos ha amado primero (cf. 1Jn 4,19): se entrega a sí mismo en nuestras manos.
En la escena, el brazo del discípulo prolonga el brazo de Cristo, para indicar que el gesto del Señor continúa en los sacramentos de la Iglesia. El otro discípulo tiene las manos cubiertas. Es un gesto litúrgico de respeto absoluto delante de lo sagrado, muy significativo en nuestra época, en la que estamos frecuentemente acostumbrados a una relación profanada. El discípulo se da cuenta de que el pan ya no es simple pan, sino que está habitado por una presencia.
El pan partido
Iglesia de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento y de los Santos Mártires Canadienses
Roma - Italia
Diciembre 2007

Bajo la escena de Emaús está la crucifixión, el momento en el que este pan partido se hizo plena realidad. Cada pan partido nos abre la puerta a ese Calvario, donde, una vez por todas, Dios, por amor, se entregó en nuestras manos.
Esta iglesia está dedicada a los mártires canadienses. En Filipenses 3 o en Romanos 6, leemos que en el bautismo vivimos precisamente lo que ve en la imagen del mosaico: somos semejantes a Cristo en la muerte, morimos con él, estamos crucificados con él. En el bautismo, muere la vida del hombre viejo, y resucita una nueva vida, dada por el Espíritu Santo, la vida divina, que es la participación en el amor de Dios y que se realiza en la Pascua. Los mártires vivieron el bautismo en plenitud. Murieron con Cristo - y la imagen los muestra en una especie de con-crucifixión. En el arte cristiano, el santo no se parece a su fotografía: debe tener tres semejanzas. La primera semejanza es con otro santo – y como estos mártires son jesuitas, uno es semejante a san Ignacio. Luego, todos deben ser semejantes, de algún modo, a Cristo. Por último, un gesto debe pertenecer a ese santo. Así que aquí se indica que a uno le han arrancado el corazón de su pecho y a otro le han cortado la cabeza. Murieron en Cristo, y los encontramos con él en la vida eterna, en la luz que no tiene ocaso.
La Crucifixión: Cristo con los mártires canadienses
Iglesia de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento y de los Santos Mártires Canadienses
Roma - Italia
Diciembre 2007

Si estamos ofreciendo nuestra vida -y esto significa que nos estamos destruyendo a causa del amor -, no debemos desalentarnos en las largas noches, en el dolor, en la tristeza, sino tener fe. Siempre es un largo tiempo cuando la semilla muere y no se ve todavía el brote verde. Todo lo que se está consumando en el amor, se está ahorrando para Dios, para la salvación, para la resurrección. Por eso Cristo en alto es más grande, Cristo en gloria es mayor, y por lo tanto, está más cerca de nosotros que el Cristo de la crucifixión. Entonces, la perspectiva crece justo al contrario: cuanto más se sube, más grande se es, porque nos es más cercano.
Cristo en gloria con los santos mártires
Iglesia de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento y de los Santos Mártires Canadienses
Roma - Italia
Diciembre 2007

El artífice de todo lo que hemos hablado es el Espíritu Santo. Está presente en la fachada de la iglesia, pero no es fácil verlo, hay que buscarlo un poco en el símbolo de la paloma en blanca, oro y rojo. El Espíritu Santo es la Persona divina más kenótica, más humilde, que siempre está a la obra y al servicio de otro: o de Dios Padre, o del Hijo, o de la humanidad, o de la creación. Siempre hace que otro emerja. Pero es justamente él quien nos hace cambiar el pan en Cristo. Es Él quien nos convence de que el amor vence perdiendo y vive muriendo. Es Él quien nos convence de la verdad del amor. Es Él quien hace hablar incluso a las piedras...
El Espíritu Santo
Iglesia de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento y de los Santos Mártires Canadienses
Roma - Italia
Diciembre 2007

No hay comentarios:

Publicar un comentario