«¿Qué nos depararán los próximos años? ¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos saberlo. Sin embargo, es cierto que, además de los nuevos progresos, no faltarán, por desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la misericordia divina iluminará el camino de los hombres del tercer milenio», dijo san Juan Pablo II durante la canonización de santa Faustina Kowalska. Era el 30 de abril del año 2000, y el Papa que conoció de cerca los horrores de los totalitarismos del siglo XX proponía el mensaje confiado a la monja polaca como el mejor equipaje para adentrase en el nuevo milenio.
Desde su juventud hasta su muerte en 1938, santa Faustina recibió numerosas revelaciones de Jesús, todas ellas en torno a un mismo tema: la misericordia divina, el amor de Dios por los pecadores, la necesidad de confiar en su amor y en su perdón…, junto con indicaciones para propagar por todo el mundo este mensaje: la coronilla de la Divina Misericordia, la fiesta de la Divina Misericordia el segundo domingo de Pascua, el cuadro con la inscripción Jesús, en Ti confío…
En torno al convento de las Hermanas de la Madre de la Misericordia, donde santa Faustina pasó los últimos años de su vida, fue naciendo una devoción que no tardaría en arraigar en el pueblo polaco. El mismo Juan Pablo II reconocería que de joven se detenía allí todos los días cuando se dirigía la fábrica Solvay, donde se vio obligado a trabajar durante la ocupación alemana. En aquellos años, las hermanas se dedicaron a dar clases clandestinas y regentar un comedor de beneficencia, al mismo tiempo que veían crecer con rapidez tanto la devoción de la Divina Misericordia como la fama de santidad de sor Faustina, al principio solo en Polonia, más tarde ya en todo el mundo. Hoy en día, el barrio entero de Cracovia donde está el santuario se paraliza a las tres de la tarde para rezar, en la abarrotada capilla del convento, la coronilla de la Misericordia, y son numerosas las peregrinaciones de todo el mundo hasta este lugar. Por este motivo se levantó en los alrededores una basílica que fue consagrada por el Papa polaco en agosto de 2002, desde la que consagró al mundo entero a la Divina Misericordia.
Una montaña de mentiras
Durante la canonización de sor Faustina, san Juan Pablo II mencionó expresamente como destinatarios del «mensaje consolador» de la misericordia «sobre todo a quienes, afligidos por una prueba particularmente dura o abrumados por el peso de los pecados cometidos, han sentido la tentación de caer en la desesperación».
Uno de estos hombres es el militar polaco Marek Miekinski, casado y con dos hijos. Él creció «abrumado por el peso de mis pecados»… y solo halló la paz en el santuario de Cracovia. Marek, cuyo testimonio recogen las hermanas de santa Faustina dentro de sus recursos para la JMJ, recuerda su juventud como «una gran mentira». Durante veinte años acudió a la confesión «con la mentira en el corazón», porque le daba «vergüenza y miedo realizar una confesión sincera». Hoy lamenta que «en los momentos más importantes de mi vida: mi boda, los bautizos de mis hijos, recibí a Dios con el corazón impuro».
Como no pasa mucho tiempo desde que un corazón está triste hasta que deja paso a la maldad, Marek pronto se llenó «de una ira enorme», aunque «fingía ser un buen tipo, en medio de la ira, la rabia y la montaña de mis mentiras». En aquellos años el tiempo libre lo llenaba saliendo de fiesta con sus compañeros de trabajo. Fueron ocho años de ir tocando fondo cada vez más, una situación a la que contribuyeron dos noticias graves: un amigo cercano se suicidó –«pensaba que pronto yo también terminaría así»– y sobre todo la enfermedad de su hijo Simón: «Por primera vez me puse de verdad a rezar a Dios». Cuando oyó que se estaba preparando una peregrinación al santuario de Cracovia, precisamente para la fiesta de la Divina Misericordia, no dudó en apuntarse. Y ese viaje cambió su vida.
«Mi Damasco»
«Lo que experimenté allí superó mis expectativas. Durante la Misa sentí que algo sucedía en mi corazón, y empecé a sollozar y a llorar. ¡No se puede describir! Aunque todavía estaba en pecado mortal, para Jesús esto no fue un problema. Fui para pedir la salud de mi hijo y regresé a la casa con la experiencia del enorme amor de Dios, un toque tangible de Jesús», rememora Marek, que recuerda aquella peregrinación como «mi Damasco».
Al cabo de poco tiempo, hizo una confesión general de toda su vida. Desde entonces, Marek ha experimentado lo que ha mencionado en varias ocasiones el Papa: «El confesionario no es un tribunal de tortura, sino experiencia de perdón y misericordia»; y ha conocido también que «Dios no se cansa nunca de perdonar».
Su hijo se curó a los pocos meses, un tiempo en el que Marek se recuerda «enamorado de Jesús». El sello definitivo del paso de Jesús fue la noche en que él y su mujer rezaron juntos por primera vez: «Fue maravilloso. Jesús me liberó de la vergüenza, y me dio mucha valentía para empezar a dar testimonio de que ¡Jesús está vivo!».
Hoy, «cuando contemplo la imagen de Jesús Misericordioso solo puedo alegrarme por las grandes gracias que Dios nos ha concedido a mí y a toda mi familia en el santuario», unas gracias que comenzaron cuando «Jesús me dio a conocer lo débil que soy, que solo por su gracia vivo y funciono», y cuando le permitió conocer «lo mucho que Jesús me ama».
Desde su conversión hace cuatro años, Marek se dedica a difundir el mensaje de la Divina Misericordia, y es miembro de Oddani, un grupo musical de alabanza con el que participa en oraciones y retiros. Si el siglo XX fue el siglo de las guerras mundiales, de los totalitarismos, de la sospecha de Dios, el siglo XXI solo puede ser el siglo de la misericordia, con la que Dios quiere abrirse paso hasta el corazón de hombres. Como hizo con Marek, que ha podido experimentar en su vida el poder sanador de las palabras: Jezu, ufam Tobie. Jesús, en Ti confío.
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
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