jueves, 28 de julio de 2016

"NOS DA PENA QUE EL TÍO YA NO ESTÉ PARA SEGUIR PREGUNTÁNDOLE COSAS"




Piotr y Teresa Malecki, jóvenes de Juan Pablo II
Teresa (musicóloga, 72 años) y Piotr (ingeniero, 77) Malecki son parte de Srodowisko (Ambiente), el grupo de jóvenes en Cracovia que aprendió a llamar a Karol Wojtyla Wujek(Tío) para no levantar las sospechas de los comunistas durante las salidas al campo que enseñaron a Wojtyla a ser el Papa de los jóvenes
¿Cómo conocieron a Karol Wojtyla?
Piotr: Yo vivía con dos tías en Cracovia porque mis padres habían muerto en la II Guerra Mundial. En 1949, cuando tenía 10 años, Karol Wojtyla vino de sacerdote a la parroquia de San Florián. Era encantador, a los monaguillos –yo lo era– nos caía muy bien. Pronto los jóvenes empezaron a juntarse con él. También introdujo algunas novedades [como promover el uso de misales y hacer partes de la Misa dialogadas] para que la gente participara más en las celebraciones, que eran en latín. Una de mis tías montó un grupo con los monaguillos y sus familias. Ya siendo Papa, Juan Pablo II me dijo: «Tu tía Elena se adelantó al Vaticano II implicando a la gente en la Iglesia». El padre Wojtyla nos acompañaba, y jugaba al fútbol con nosotros. Tuvo una influencia importante en estos chicos, en un contexto de posguerra, pobreza, alcoholismo en algunas casas…
Pero Srodowisko aún no existía.
P: Dos años después, el padre Wojtyla se dedicó al mundo académico y dejó la parroquia. El grupo fue naciendo en esa época, por su contacto con estudiantes. Le llamaban Tío, porque un sacerdote que pasaba tiempo con jóvenes podía ser acusado de conspiración. Él seguía viniendo a casa y se lo contaba a mis tías, y al empezar la carrera, me metí en el grupo.
Teresa: Mi hermana entró en Srodowisko por su novio, cuando yo tenía 12 años. Yo quería unirme a ellos, no tanto por el Tío como por las acampadas, los bailes… Cuando yo tenía 16 años, el Tío –ya obispo auxiliar– dijo que podía entrar con permiso del jefe del grupo. Este era mi futuro cuñado, y puso una condición: poder cargar una mochila pesada. Así que empecé a entrenar, subiendo colinas con una mochila de 15 kilos. Me dio gran placer ir por primera vez con ellos. Al principio, el Tío me prestaba especial atención por ser la más joven.
Con ustedes aprendió la importancia de estar con los jóvenes.
T: Fue un pionero de este tipo de actividades, una idea muy original para acercar a los jóvenes a Dios.
¿Cómo funcionaba el grupo?
T: Lo central eran las vacaciones. Pasábamos dos semanas navegando en kayak unas 30 personas, y otros 15 días en zonas despobladas de montaña. A esto venían unas 20 personas. Tenía que ser clandestino, y no solo por los comunistas. Mucha gente de la Iglesia no lo hubiera entendido, por eso éramos discretos. Comenzábamos el día con la Misa, celebrada por el Tío sobre un kayak del revés. Desayunábamos y nos poníamos en marcha. Después de la cena, alrededor del fuego, cantábamos canciones: patrióticas, religiosas, divertidas o inventadas, muchas por el Tío. Al final, cantábamos a la Virgen. En otros momentos hablábamos de temas culturales o leíamos libros, por ejemplo de historia.
P: Sus homilías sobre las lecturas del día eran obras maestras, breves y claras. Cuando él era joven sus sermones eran muy difíciles, pero en la montaña nunca tuvimos ese problema.
T: Nos ayudaba mucho su forma de estar con nosotros y tratarnos… y también su forma de desaparecer de vez en cuando para rezar. Sabíamos que no debíamos interrumpirle.
¿No había un acompañamiento más personal?
T: Sí. Cada día preparaban la cena dos personas distintas, y él estaba con ellas. Era un tiempo personal con él. También en su kayak dejaba un sitio libre para quien quisiera hablar con él.
P: Yo no me beneficié tanto como otros por culpa mía. Me daba miedo abrirme, no estaba preparado para hablar de cosas personales profundas. Fui estúpido. Pero en la conversación normal también surgían chispas que te sorprendían. A veces hablábamos de cosas banales, aunque con él el blablablá nunca era solo eso. Antes o después dirigía la conversación hacia algo valioso. Un día, hablando del alpinismo y sus riesgos, dijo: «Pero es una ocasión fantástica para la contemplación».
¿Qué hacían el resto del año?
T: Seguíamos viéndonos. A veces íbamos al teatro, y nos juntábamos en la capilla del palacio arzobispal; o celebrábamos cumpleaños, santos y Navidad en las casas. Tomábamos algo, cantábamos y nos divertíamos. Él nos casaba y bautizaba a nuestros hijos. Se acordaba de los aniversarios y nos llamaba para celebrar una Misa. Estaba al tanto de todo. Para nosotros, el Tío era la persona más importante después de mis padres y las tías de Piotr.
P: También hacíamos días de contemplación. Algunos que eran físicos organizaron con él unas reuniones sobre ciencia y fe. Nuestros encuentros no eran muy frecuentes, pero nos protegieron de la intensa propaganda comunista que llegaba por todos lados. Nos dieron una referencia de qué era lo verdadero y lo importante.
¿Srodowisko dio a monseñor Wojtyla ideas para la pastoral juvenil?
P: No le hizo falta. Algunos sacerdotes, no sabemos si bajo su influjo o no, habían empezado a hacer lo mismo. Pero todo era con mucha discreción, y solo lo descubrimos más tarde.
Karol Wojtyla era un intelectual. ¿Se notaba en sus encuentros?
T: En esa época, él estaba escribiendo libros como Amor y responsabilidad (1960) o Persona y acción(1969). Reconozco que no los leí, eran muy complicados. Cuando fue elegido Papa, su estilo se hizo más fácil.
P: Bromeábamos con que Persona y acción valía como penitencia al confesarte. Pero en el día a día eso no era un problema. Algunos de sus textos posteriores son complicados también, pero tienen un lenguaje muy bonito si tienes tiempo para leerlos bien.
Del grupo salieron bastantes matrimonios, incluido el de ustedes.
T: Nos conocimos cuando yo entré, en 1960. En 1962 nos hicimos novios, y en 1964 nos casó el Tío. [En el libro Testigo de esperanza, Teresa le cuenta a George Weigel que monseñor Wojtyla le planteó si, con 20 años, no era demasiado joven para casarse. Tuvo que convencerle de que estaba preparada].
P: Teresa era muy joven, y el Tío se tomó nuestra relación muy en serio. También habló con mis tías y con sus padres para prepararnos a todos.
¿Qué es Srodowisko ahora?
T: Cada generación se reúne por su cuenta. Todos juntos nos reunimos, con hijos y nietos, dos veces al año, una en Czestochowa y otra en Kalwaria. También hemos creado un grupo para leer y debatir los escritos de Juan Pablo II. Profundizamos en su pensamiento, y lo entendemos mucho mejor que de jóvenes.
P: Yo nunca había leído su poesía. Con tiempo y la interpretación que vamos haciendo entre todos, te das cuenta de lo bonita que es. Eso sí, nos da pena que ya no esté con nosotros para seguir preguntándole cosas.
¿Sus nietos participan en la JMJ?
T: No. Tenemos dos nietas de 20 años, pero no están muy cerca de la Iglesia. Es difícil para nosotros, nunca sabes cuándo presionar un poco y cuándo dejarlo estar. Nuestro hijo pequeño sí vive la fe, con su mujer, en el Camino Neocatecumenal.
María Martínez López

Fuegos de campamento en Castelgandolfo
Los Malecki con sus tres hijos, de visita en Castelgandolfo en 1985. Foto: Archivo personal del matrimonio Maleck
Los Malecki con sus tres hijos, de visita en Castelgandolfo en 1985. Foto: Archivo personal del matrimonio Maleck
¿Cómo consiguieron mantener el contacto con Juan Pablo II cuando fue elegido Papa?
T: Cuando le eligieron obispo, había dicho: «El Tío sigue siendo el Tío. No cambia nada». El día de la inauguración del pontificado, nos escribió una carta diciendo lo mismo. «El único problema –añadía– es mantener el contacto entre Polonia y el Vaticano. Eso es cosa vuestra». Le mandábamos cartas a través de personas que viajaban a Roma, dirigiéndoselas a don Stanislaw Dziwisz, su secretario. Y todas tenían respuesta. Por eso, intentábamos no escribirle demasiado.
¿Y más allá del papel?
T: En el verano de 1979, viajamos un grupo grande a Roca di Papa, cerca de Castelgandolfo. Todos los días íbamos a la residencia del Papa, hacíamos una hoguera en el jardín y nos sentábamos alrededor, con él. Lo pasamos estupendamente, también él. Teníamos la sensación de que era lo que necesitaba. Después, cada tres o cuatro años viajaban los que podían, con sus hijos, a Roma o Castelgandolfo. Allí podíamos verlo varios días, conversar sobre política, religión, la situación de la Iglesia, sus viajes… Era tan interesante que, al volver, yo siempre escribía unas notas para recordarlo. Él nos preguntaba por nuestras familias, y por cómo reaccionaba la gente a lo que hacía. Le interesaba mucho cómo había sido acogida [la JMJ de] Czestochowa.

KAROL WOJTYLA, ANTES DE CONVERTIRSE EN JUAN PABLO II

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