
Recuerdo que
fue un día de Santiago Apóstol, un martes para ser más exactos, de hace
justamente 10 años cuando la llamé.
La semana
anterior me la volví a encontrar después de unos meses que nos conociéramos en
un congreso que se celebró en Jerez de la Frontera.
En esa
semana del 21 de julio se estaba celebrando unas jornadas de Defensa de la que
era un asiduo y esta vez asistía sin muchas ganas, todo hay que decirlo, pues
el calor también hacía mella en el cuerpo. No obstante me convencí de que sería
interesante.
¡¡Y lo fue!!
No tanto porque la materia y los ponentes lo eran sino porque el primer día me
encontré con aquella chiquilla que hace meses viera en el Palacio de Villapanés
de Jerez como ponente en una mesa redonda.
Viva y
extrovertida, como siempre, nos vio sentados en uno de los cómodos sillones que
hay alrededor del Claustro del Hotel
Monasterio de San Miguel, lugar donde se ofrecía el sempirterno curso de verano
sobre Defensa, nos saludó con alegría y se sentó. Charlamos de todo, nos reímos
pues estaba ante una mujer transparente, con una vitalidad enorme aunque
mantenía perfectamente las distancias como una señorita que se precie.
Ese día ni
nos pudimos despedir pues salió casi al acabar el ponente. Al día siguiente nos
la volvimos a encontrar aunque en verdad el que se la encontró fue un pequeño
árbol que había en la zona de aparcamiento de la calle y su volvo pues al
aparcar “rozó” levemente con el morro torciendo un poco más tan escuálido
arbusto.
De pronto
salió con su inmensa sonrisa y nos dijo: ¡¡Hola!! ¿Ha pasado algo? ¿No, verdad?
Y nos fuimos para el hotel tan tranquilamente.
La iba
conociendo muy poquito a poco, como una dulce fragancia, en las escasa horas
que estábamos en dicho curso, en los escasos minutos de conversación entre
ponencia y ponencia. Lo que también me sorprendió gratamente fue su interés por
cuando se decía con mirada fija en los intervinientes, moviendo la cabeza con un sí o un no según los pareceres, levantando la mano y haciendo esa clase
de pregunta que tienes que estar muy preparado para contestarla.
Todavía
recuerdo dos anécdotas algunos años después; una en la Parroquia del Cristo de
San Fernando, ofrecía una conferencia sobre la Familia una señora muy conocida
en Cádiz, y tras terminar se le hizo la pertinente pregunta que la dejó muda,
no supo que contestar y fue el Padre Salvador, Párroco de entonces, quién
solventó ese delicado momento con un aplauso que puso fin a la conferencia y al
entuerto de la enmudecida ponente.
Otro fue en
un Congreso de Católicos y Vida Pública en Madrid con destacados y reconocidos
ponentes. Después de su pregunta todos se miraron, se callaron y solo uno supo
contestar: Ese uno era José Manuel Otero Novas mientras un sonoro aplauso
felicitaba a la autora de la pregunta. ¡¡Así es ella!!
El último
día del curso se celebró un pequeño ágape en los jardines del hotel y entre
aceituna y almendritas saladas pude hablar un poco más con ella. La verdad os
diré que me gustaba a rabiar, por fin había encontrado una persona interesante,
ávida en conocer cosas, culta, franca, con una sonrisa siempre en sus labios y
unos ojos cuya mirada atravesaba el mismo alma.
Tenía un
nombre raro y no me atrevía a pronunciarlo porque hubiera errado como la inmensa
mayoría. Le pedí el teléfono y me lo dio en una tarjeta con su nombre. Nos reímos
con el significado del mismo aunque le saqué el tema con la intención de
aprendérmelo mientras lo escuchaba.
Nos
despedimos y mientras yo cogía el tren ella se fue con su volvo. Creo que el
que más se alegró de la finalización de ese curso de verano fue ese escuálido
arbolito lleno de magulladuras.
Desde el 22
de julio hasta el mismo 26 que la llamé estuve pronunciando su nombre,
ensayando como si de la más importante exposición se tratara, no podía
equivocarme pues no quería causar mala impresión a esta chica, atractiva a más
no poder, que tanto me había impactado, que tanto me había gustado.
Afloraban en
mí unos nervios hasta entonces desconocidos y a media tarde teclee los números
que contienen su línea móvil y llamé.
Sonó una,
dos, tres... ¡¡Se cortó!! ¡¡Deje usted un mensaje!!
¿Qué mensaje
ni cacho cuarto? Yo quería hablar con ella, dirigirme pronunciando su nombre
que llevaba mejor aprendido que las lecciones de la escuela.
Otra vez
llamando...
Sonó una,
dos, tres: ¡¡¿Siii?!!
¡Hola
Hetepheres, soy Jesús!
¿Qué Jesús?
¡No me acuerdo!
¡Jajajaja
después de días enteros aprendiéndome su nombre ni se acordaba de mi!
Luego ya
cayó y conversamos minutos. Me dijo que si quedábamos al día siguiente, en la
Estación de Jerez para tomar algo y conocernos.
Me recogió
en la misma Estación, estaba guapísima, con una sonrisa clara y transparente y
unos ojos que traspasaban el mismo alma. Nos fuimos hacia un antiguo Pub
llamado Canterbury y allí en una mesa, con aire acondicionado pues caía fuego
del cielo, con dos refrescos empezamos una larga conversación donde desde el
principio me puso todo muy en claro, donde las cartas siempre estuvieron encima
de la mesa, donde me demostró que Dios había puesto en mi camino a la mujer que
por principios, valores, creencias y forma de ser buscaba no con desesperación
sino con anhelo.
Diez años de
esta primera cita con Hetepheres, nombre que llevo grabado a fuego en el
corazón y en la memoria, diez años ya y parece que fue ayer pues cuando la miro
la veo igual que antes aunque yo tenga barba, más arrugas, canas y un poco de
barriguita. ¡¡Cosas de la edad y de los años que no cambio por nada del mundo
si estoy junto ella!!
¡¡Felicidades
y muchas gracias Hetepheres por ser simplemente como eres!!
Te quiero mi
vida.
Jesús
Rodríguez Arias
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