Hoy me siento delante de mi ordenador con la única pretensión de compartir con vosotros algunas nuevas pinceladas de mí. Lejos de querer parecer lo que no soy y de esperar que me veáis con una imagen desenfocada de lo que no me atrevo a ser, solo busco con mis líneas una cosa: compartir.
Aunque alguno de los que me leéis algo conocéis de mí, la gran mayoría ni se imagina porqué pienso a como pienso; porqué me presento ante el mundo a pecho descubierto abierto a recibir los envites por mi condición de cristiano convencido, de admirador y seguidor de Jesús de Nazaret a la vez de no esconder mis ideas sobre la sociedad, unas ideas teóricamente incompatibles con mi condición de cristiano: no solo por mi respeto, sino mi cariño y amistad hacia los homosexuales, no solo mi oración, sino también mi actuación hacia los desfavorecidos, no solo el conocimiento teórico de lo que me rodea, sino por convivir y compartir momentos y vivencias con las vidas de las gentes de las que opino y por cuyas vivencias y opinión también recibo críticas o lo que es peor: silencioso recelo.
Hoy lo que quiero compartir con vosotros es una parte de mi yo, que al contrario de lo que se pueda pensar, ha hecho que afronte la vida como la conocéis, que me rodee de la gente que me rodeo, que me permita opinar de todo lo que opino desde mi conocimiento directo.
En alguna ocasión me han dicho que tengo pinta de cura; que se me ve el plumero en cuanto abro la boca o simplemente cuando se me trata un poco íntimamente; y no les falta razón, y es que todo empezó cuando solo contaba con 11 años.
El año 1982, cuando en España solo se pensaba en futbol, porque por primera vez éramos sede de un acontecimiento deportivo mundial, en que en mi Valladolid natal durante unas semanas convivimos con los dueños del petrodólar kuwaití que se ganaron, sin motivo explicable, el apoyo futbolístico de los vallisoletanos además de las selecciones de la desaparecida Checoslovaquia y de nuestros “odiados” vuelca camiones franceses. Pues eso, aquel año para mí fue diferente, yo además de en futbol pensaba en que en septiembre, con el nuevo curso, comenzaría mi vida de seminarista. Hoy día eso no suele suceder, pero entonces las vocaciones se sembraban a esas edades tan tempranas y si para otros aquello era simplemente un internado para mí fue y es el comienzo de mi paso por el seminario.
Un poco por tradición familiar; ese mismo año mi primo Luis había sido ordenado sacerdote, además de tener ya tres hermanos seminaristas, y un mucho como esfuerzo y sacrificio de mis padres porque recibiésemos una buena educación, ingresé en el Colegio San Agustín regentado por la Orden de los Agustinos Recoletos, donde unos cien seminaristas/internos, convivíamos con cerca de mil quinientos “externos”, muchos de ellos gente “vip” de la sociedad vallisoletana. Allí terminé la E.G.B. (¡¡¡aysssssssssssss cómo la añoro conociendo los posteriores sistemas educativos!!!) y tuve que decidir, con catorce años, si quería continuar mi camino vocacional en el Seminario San José de Lodosa (Navarra), o daba por finalizada mi etapa. Yo opté por seguir unos años más…
De esos años, además de cientos de historias que recuerdo como si de ayer se tratase y que habrá tiempo en desarrollar, me quedo con más que una idea, un espíritu: el de Agustín de Hipona, un perenne buscador de la Verdad como cantaría mi compañero por aquel entonces y actual Maestro de Novicios en la Congregación, José Manuel González Durán. Agustín pasó media vida buscando, es más, la otra media vida estoy seguro que aun habiendo encontrado su camino, siguió buscando, porque el auténtico Encuentro solo se tiene cuando se llega al final del camino.
Con casi 17 años, supongo que porque la vida así me lo tenía marcado, dejé el seminario para continuar mi particular búsqueda, y puesto que siempre he pensado que Dios a cada uno nos llama para algún fin, comencé mi vida activa como parte de la parroquia de mi barrio; como catequista, miembro del coro y del grupo juvenil Hoguera Viva, otra de las “bisagras” de mi vida que me abrió la puerta de un nuevo encuentro.
Hoguera Viva me sirvió entre muchas cosas, para descubrir a los Misioneros del Verbo Divino. Gracias a ellos conocí a Andrés Lorenzo, y si los Agustinos Recoletos me enseñaron a buscar, los Verbitas me enseñaron un camino, que aunque ya conocía por mi etapa “agustiniana”, revivieron en mí ilusiones que parecían querer huir: la vocación misionera. En el pupilo de Arnoldo Janssen descubrí una vitalidad y una energía por la entrega a los demás que solo los que le conocemos y le hemos tratado conocemos. Andrés Lorenzo lleva ya más de veinte años entregado a la misión con los niños de la calle en el altiplano boliviano con el proyecto CINCA y si bien me queda la espinita de no haber podido tener mi experiencia en el Sur, esa llama misionera se mantiene y se hace efectiva allá donde esté mi persona.
Durante años colaboré codo con codo organizando y participando en encuentros juveniles, Pascuas, campamentos, Camino de Santiago y otras muchas actividades dirigidas hacia la concienciación y promoción de las misiones junto con el P. Gervasio, heredero a la postre de la labor del Hermano Andrés después de comenzar su vida en El Alto boliviano.
En esos años además, de la mano de unos amigos que trabajaban en una parroquia, casualmente que regentan los Agustinos Recoletos, en el barrio madrileño de La Elipa, descubro la figura de Juan Bosco y con ello el mundo y el espíritu salesiano: “Me basta que seáis jóvenes para amaros”. Paso a formar parte del equipo de Responsables del grupo “Amigos de Don Bosco” con la misión de fundar un grupo hermano en mi parroquia de Valladolid, cosa que junto a los chavales que habían sido mis pupilos de catequesis cumplo.
En el año 94 mi vida da un giro y me traslado a vivir a Madrid y después a Alcorcón por cuestiones de trabajo, y en mi continua pasión: búsqueda de la misión a través de los jóvenes continúo mi trabajo en la Parroquia Virgen del Alba, regentada por la SVD, y en la ONG Alba. Un año después participé en un Campo de Trabajo con ellos en la comarca de Aliste, zona rural de Zamora y en el que conocí a la persona que Dios quiso poner en mi camino: Mara, mi mujer. Posteriormente, por ser gaditana ella, este pucelano de pro se trasladó a vivir a Cádiz, donde me reencuentro con mis “orígenes vocacionales” en Chiclana además de con distintos sacerdotes que en su día me marcaron que con los años han asumido responsabilidades dentro de la Congregación: Los Padre Miró y “Ximeno”.
En resumiendo, que diría el otro, ya veis que casi toda mi vida ha sobrevolado sobre mí la figura de la Iglesia. La he conocido como ya he dicho en otras ocasiones desde dentro, y eso ha hecho que la sienta como Madre porque sus gentes me han dado más de lo que yo podría haberles entregado a ellos: una visión de la vida y unas pautas a seguir y a conseguir.
Esa es la conjunción que la gente puede encontrar cuando me mira a los ojos: Cuatro pilares; una mezcla de todo lo que me ha ido llenando y marcando en la vida. Hoy día sigo sintiendo esa llamada a seguir buscando, como Agustín de Hipona, a reconocer mi misión en la tierra donde viva como me enseñaron los Misioneros del Verbo Divino y por supuesto, y realmente es lo que más he hecho en los años que llevo de vida, rodearme de jóvenes, como siempre se podía encontrar a Don Bosco, para intentar hacer de donde viva un mundo mejor.
Si bien esta es una parte de mi vida, a Juan, a mi persona, no se la entendería sin la otra mitad guerrera e inconformista que la madurez en la vida y en mis ideas político-sociales han ido creciendo y evolucionando en mí; aunque de eso ya hablaremos cuando toque…
Recibid todos un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.
Juan J. López Cartón
No hay comentarios:
Publicar un comentario