miércoles, 4 de junio de 2014

EVANGELIO DEL DÍA Y MEDITACIÓN.

dominicos.org

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 20, 28-38

En aquellos días, decía Pablo a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso: - «Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre. Ya sé que, cuando os deje, se meterán entre vosotros lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso algunos de vosotros deformarán la doctrina y arrastrarán a los discípulos. Por eso, estad alerta: acordaos que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular. Ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra de gracia, que tiene poder para construiros y daros parte en la herencia de los santos. A nadie le he pedido dinero, oro ni ropa. Bien sabéis que estas manos han ganado lo necesario para mí y mis compañeros. Siempre os he enseñado que es nuestro deber trabajar para socorrer a los necesitados, acordándonos de las palabras del Señor Jesús: "Hay más dicha en dar que en recibir."» Cuando terminó de hablar, se pusieron todos de rodillas, y rezó. Se echaron a llorar y, abrazando a Pablo, lo besaban; lo que más pena les daba era lo que había dicho, que no volverían a verlo. Y lo acompañaron hasta el barco.

Sal 67, 29-30. 33-35a. 35b y 36c R. Reyes de la tierra, cantad a Dios.

Oh Dios, despliega tu poder,
tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo. R/.

Reyes de la tierra, cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz poderosa:
«Reconoced el poder de Dios.» R/.

Sobre Israel resplandece su majestad,
y su poder, sobre las nubes.
¡Dios sea bendito! R/.

Lectura del santo evangelio según san Juan 17, 11b-19

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: - «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad.»

II. Compartimos la Palabra

  • “Tened cuidado de vosotros”

Tanto el Evangelio de este día como el relato de Hechos de los Apóstoles que ahora se comenta, tienen un carácter de despedida. En este caso es Pablo el que, ante su inminente marcha, dirige unas palabras, una especie de testamento a “los principales de la Iglesia de Éfeso”. El texto comienza con una recomendación: “Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar.” Pablo sabe de los peligros que van a amenazar a la comunidad cuando él falte; concretamente habla del peligro de deformar el Evangelio recibido y de dejarse llevar por otros vientos que no son los del Señor Jesús. Llama la atención que ese futuro incierto no impide a Pablo marcharse, no se siente imprescindible, porque sabe que deja la comunidad en las buenas “manos de Dios y de su palabra, que es gracia y tiene poder para construiros y daros parte en la herencia de los santos”. Estas palabras me sugieren la importancia de vivir desde la confianza en que Dios, a través de su Espíritu, envía su gracia y verdad a aquellos que nos ha encomendado cuidar, frente a la necesidad que a veces sentimos de “tenerlo todo bajo control” como si sólo si estando nosotros las cosas funcionaran.
Pero Pablo, a la vez, no es ingenuo y por eso invita a los destinatarios de su discurso a estar alertas, vigilantes. ¿Pero cómo hacerlo? Pablo mismo nos muestra un estilo de vigilancia que no consiste en estar al acecho de los errores propios y ajenos condenando sino cuidando. Esta palabra tan hermosa tiene un sentido muy hondo de solicitud y atención al otro porque nos importa, porque le queremos hasta “las lágrimas”, esas con las que Pablo aconsejaba “a cada uno en particular” imagino que en tiempos largos de diálogo, de encuentros personales, de oración.
Aprendamos también nosotros a cuidarnos y guardarnos con ternura y creyendo siempre en la verdad y belleza que se esconde en el interior de cada persona.
  • “Para que sean uno, como nosotros”

El texto del Evangelio de este miércoles es un fragmento de la oración sacerdotal que Jesús dirige al Padre, una larga oración de despedida, en el contexto de la última cena, antes del inicio de su pasión. Jesús es consciente de la que se avecina para los suyos y quiere orar por ellos, presentarlos al Padre para que éste “los guarde”, para que “que sean uno, como nosotros”.
Refleja la situación de la comunidad cristiana unos años después de la muerte de Jesús, la misma que a lo largo de la historia se ha dado entre nosotros, los creyentes: la dificultad para permanecer fieles al Evangelio, para no traicionar el don recibido, para no romper la unidad. Y es que la Iglesia es un barco muy frágil y al amor primero, a la pasión que llevó a sus discípulos y que nos llevó a nosotros a entregarlo todo, sucede el tiempo de reconquistar espacios personales, seguridades y puestos; al entender la propia vida como servicio, el desear ser servidos; a la generosidad, la defensa de “lo mío”; al amor que descentra, el centramiento en uno mismo que desune, que favorece que de nuevo se alce “la torre de Babel”, aquella que es signo de los muros que levantamos unos contra otros cuando tenemos demasiado que defender.
Son esta pequeñas o grandes “raposillas” que se nos van metiendo las que constituyen ese “mundo” del que nos habla Juan; el mundo que se opone a los valores del Reino y que, más que estar fuera, está dentro de cada uno haciéndonos vivir fragmentados. En el fondo, la ausencia de unidad que vemos a nuestro alrededor no es sino reflejo de la falta de unidad personal que existe en nuestro interior.
Jesús pide al Padre que podamos ser uno, porque esta unidad, no es un añadido a la misión a la que Él nos envía, sino el rostro verdadero de ella. Dios es comunidad y el ser humano está llamado a reproducir esta comunión que es fruto del amor. Esta es la misión a la que los discípulos y también nosotros somos enviados en medio de nuestra gente. ¿Cómo reflejaremos al Dios que es amor, si nuestras vidas hablan de divisiones, si “unos somos de Pablo y otros de Apolo”?
Que El Espíritu de la Verdad renueve, en este tiempo de Pascua, nuestras comunidades cristianas y nos fortalezca en la unidad.
Hna. María Ferrández Palencia, OP 
Congregación Romana de Santo Domingo 

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