Pasquale llevaba ocho meses en la cárcel y comenzó a ir a las catequesis del Camino Neocatecumenal sólo para ganarse al sacerdote y poder salir de prisión. Pero «el Señor quería hacer nacer algo dentro de mí», y poco a poco lo fue consiguiendo. En una celebración de la penitencia, «vi cómo, con todo el mal que he hecho a la pobre gente, con toda la droga que vendí a los pobres chavales inocentes, el Señor me perdonó», escribe en una carta a Kiko Argüello
Noticia digital (03-IV-2014)
Pasquale estuvo en la cárcel de Poggioreale (Napoles) y allí conoció a la comunidad neocatecumenal. Gracias al Camino, este ex preso pudo reencontrarse con el Señor y mediante una carta le cuenta a Kiko Argüello, iniciador del Camino, cómo fue su proceso.
«Cuando me mandaron los anuncios de las catequesis, fui a escuchar sólo por asuntos personales, porque quería meterme en el bolsillo al sacerdote, porque ya llevaba ocho meses en la cárcel y pensaba que el sacerdote podía hacerme salir de la cárcel. Sin embargo no sabía que el Señor tenía para mí un proyecto bien distinto», comienza la misiva en la que explica cómo al principio de las catequesis «no me importaba absolutamente nada, porque sólo pensaba en salir de la cárcel».
Pasquale pasaba el tiempo pensando en los problemas de fuera y en cómo vender droga o robar a la gente. Mientras tanto, los catequistas le hablaban de cómo «el Señor nos libraría de nuestras esclavitudes». Continúa: «Yo, sinceramente hablando, no me lo creía, y decía: No son más que chorradas, ¿qué quieren estos pelmas?..., ellos ahora se van a casa, mientras que nosotros estamos encerrados aquí dentro y nos vienen a decir todas estas chorradas..., pero a mí, ¡qué me importa!»
«Algo estaba naciendo dentro de mí»
Sin embargo, «durante las catequesis estaba naciendo algo dentro de mí, cada catequesis que escuchaba me hacía estar clavado en la silla, ya no era capaz de oír la voz de mis amigos, el Señor quería hacer nacer algo dentro de mí, pero todavía no quería aceptar esa realidad», explica Pasquale mostrando cómo fue el inicio de su conversión.
No fue fácil, nada fácil; y Pasquale explica cómo empezaron las persecuciones y la gente se mofaba de él: «Pero, ¿cómo consigues estar sentado y escuchar esas bobadas?»
Pero el Señor no le dejaba ir y sin darse cuenta, en una celebración se encontró delante del sacerdote: «En aquella celebración penitencial vi cómo el Señor, con todas las maldades, con todo el mal que he hecho a la pobre gente, con toda la droga que vendí a los pobres chavales inocentes, vi que el Señor me perdonó; entonces entendí que había un Dios que no me condenaba, sino que me había perdonado todos los pecados».
«El Señor hablaba a mi corazón»
Pasquale va explicando distintas etapas de su conversión, como cuando abrió la Biblia al azar y leyó: «Lázaro, sal fuera»; o cuando por fin pudo celebrar la Eucaristía: «El Señor empezaba a hablar dentro de mí, hablaba a mi corazón, lo sentía cada vez más cerca con el canto».
A partir de ahí, cambió su vida. Cuenta sobre su primer permiso: «Los ocho días de permiso pasados en casa con mi mujer y mis dos hijos fueron muy bonitos, porque era muy distinto de las otras veces», cuando «no me importaba nada estar en casa, porque salía corriendo a buscar a mis amigos para ver cómo debía conseguir dinero; hablando claro: a dónde tenía que ir a robar».
Finalmente, Pasquale salió de la cárcel y tiene una nueva vida, entre otras cosas «gracias a continuar el Camino en la décima comunidad de San Giacomo». Si no hubiese conocido el Camino, «estaría todavía vendiendo droga, estaría todavía haciendo daño a la gente, pero el Señor ha sido realmente bueno, realmente me quiere como un padre. Es el único padre que he tenido en la vida, porque crecí sin padre, es el único padre que me ha querido, con todos mis pecados».
La carta a Kiko Argüello finaliza con el testimonio de la hija de Pasqueale: «Soy una niña de nueve años y también yo he tomado el Camino del Señor como ha hecho mi padre, que era un drogadicto y un ladrón. Pero yo he entendido que lo más importante es tener alegría, amor, fraternidad con Dios y con nuestro prójimo».
Álvaro Real
Aleteia
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