Dos grandes escritores del siglo XX, ante la Pasión de Cristo
Como una segunda Resurrección
Esta carta del gran escritor Paul Claudel, al señor Girard-Cordonier, que reproducimos tal como fue publicada, en 1936, en la obra ¿Tú quién eres?, expresa cabalmente, partiendo de la contemplación de la Sábana Santa de Turín, la huella de la Pasión de Cristo en el alma de los hombres de nuestro tiempo. Completamos este texto con otro, bellísimo, del dramaturgo italiano Diego Fabri, tomado de su Proceso a Jesús
Brangues, por Morestel
(Isière)
16 agosto de 1936
Querido señor:
He leído con vivo interés el opúsculo que ha tenido la amabilidad de remitirme: Cristo en su pasión revelada a través del Santo Sudario de Turín. He considerado largamente las cautivadoras imágenes que lo acompañan. Deseo que lleguen al gran público y ayuden a la cristiandad de Francia, para realzar la importancia de este acontecimiento religioso, como es el descubrimiento del Santo Sudario de Turín. Tiene una importancia tan grande que la puedo comparar a una segunda Resurrección.
Época de materialismo
Medito en este siniestro período, que me ha tocado vivir, desde 1890 hasta 1910, en el que se desarrolló mi juventud y mi edad madura, período de materialismo y escepticismo agresivo y triunfal en el que dominaba la figura de Ernest Renan. ¡Cuántos esfuerzos para oscurecer la divinidad de Cristo, para velar este rostro cautivador, para aplastar el hecho cristiano, para borrar sus contornos bajo panfletos entrecruzados por la erudición y la duda! El Evangelio, hecho pedazos, no constituía más que un amasijo de materiales incoherentes y sospechosos en el que cada uno iba buscando los elementos de una reconstrucción tan pretenciosa como provisional. La figura de Cristo había sido negada hasta desaparecer en la niebla de la literatura histórica, mistagógica y romántica. Por fin, ¡se había acertado! Jesucristo no era más que un pálido contorno, algunos despojos próximos a disiparse. Magdalena ya podía ir ahora al sepulcro. Se habían llevado a su Señor.
Una presencia
Pero, he aquí que, después de siglos pasados, la imagen olvidada reaparecía, de golpe, bajo este lienzo, con total viveza y veracidad, con la autenticidad no sólo de un documento irrefutable, sino también de ser un hecho bien actual. El intervalo de diecinueve siglos es aniquilado de un solo golpe; el pasado es trasferido a lo inmediato. Lo que nuestros ojos han visto -dice san Juan-, lo que nosotros hemos contemplado, lo que nuestras manos han palpado: al Verbo de la Vida.
Todo esto no es un argumento oficial como sería, por ejemplo, un proceso verbal, un minucioso juicio debidamente firmado y transmitido: es un calco, una imagen que lleva consigo su propia garantía. ¡Más que una imagen, es una presencia. Más que una presencia, es una fotografía, algo impreso e inalterable. Es más que una fotografía, es un «negativo», es decir, una actividad ocultada (un poco como la Sagrada Escritura misma, me tomo la libertad de sugerir), y capaz, por sí mismo, de producir en positivo una evidencia!
De golpe, en 1898, después de Strauss, después de Renan, en el mismo tiempo de Loisy, y como coronación de este trabajo prodigioso, de investigación y de exégesis realizado para el siglo que viene, estamos en posesión de esta fotografía de Cristo.
Tu rostro buscaré
Cristo y Poncio Pilato. Óleo de Lorenzo Prato
¡Es Él! ¡Es su rostro! Su rostro, que tantos santos y profetas desearon contemplar, siguiendo esta palabra del salmo: Busco tu rostro, Señor; buscaré tu rostro. ¡Está entre nosotros! ya desde esta vida nos es permitido, en la medida que nos es posible, ¡ver a Dios cara a cara! Pero esta fotografía no es retrato hecho por mano de hombres. Entre este retrato y nosotros no hay intermediario humano. Es Él mismo quien ha impreso esta placa y ella, a su vez, quien toma posesión de nuestro espíritu.
¡Qué rostro! Se entiende que sus verdugos no hayan podido soportarlo y que, para acabar, intentasen, como hoy, ocultarlo. Expresaré mi pensamiento diciendo que lo que trae esta aparición formidable es menos una visión de majestad rota que un sentimiento del pecado, de nuestra indignidad completa y radical, de la conciencia total de nuestra negatividad.
Hay en estos ojos cerrados, en esta figura definitiva y como pintada para la eternidad, alguna cosa destructora. Como un golpe de espada en el corazón, que lleva a la muerte, que llama a la conciencia. Algo tan horrible y tan bello que no hay posibilidad de escapar más que por la adoración.
Algo cautivador
Pero estas líneas no están escritas para registrar una impresión personal. El inquisidor más frío no sabría discutir cómo la personalidad, cuya imagen ha sido extrañamente conservada en el Sudario de Turín, tenía en su aspecto algo extraordinario y cautivador. Encontramos, de repente, una concordancia entre los rostros de Baudelaire y Beethoven y la impresión que nos produce la obra de estos artistas. ¿Quién negaría que entre el Resucitado de 1898 y el personaje del cual los cuatro evangelios narran los gestos, hechos y discursos hay también una concordancia irrefutable?
La declaración va aún más lejos. El documento escrito y el documento gráfico se adaptan, se entrelazan perfectamente. Sentimos que estamos ante un original cuyas interpretaciones, por efecto del arte, no tienen más que un valor sincero, sin duda, pero parcial y torpe, como trabajos de segunda mano. El Cristo de
Leonardo da Vinci, el de Durero o Rembrandt va con ciertas partes de Evangelio, pero éste va con todas. Más aún, las domina.
Hay importancia subjetiva. Pero ¿qué decir de la coincidencia material o de la superposición minuciosa, detallada, del documento así colocado en nuestras manos, y del cuádruple relato de la Pasión? Todas las huellas están aquí inscritas, imborrables: Las huellas de las manos, las de los pies; la del costado hasta el corazón, la de la espalda, la corona de espinas, que nos recuerda la pregunta de Pilatos: ¿Luego, tú eres rey?, y las huellas de la flagelación tan reales, y cuya vista, aun hoy, nos hace estremecer.
Carne sagrada
Via Crucis de Valchiampo (Italia).
Jesús cae por segunda vez
La fotografía nos ha devuelto este cuerpo que los más grandes místicos apenas sí se han atrevido a mirar, martirizado literalmente de pies a cabeza; rodeado de golpes de látigo, vestido de heridas; de tal manera que ni una parte de esta carne sagrada ha escapado a la atroz inquisición de la Justicia; aquellas correas previstas de broches de plomo que sobre Él descargaron.
Todo ello no son sólo simples frases sobre las que podemos vislumbrar paso a paso; es toda la Pasión presentada de golpe lo que se nos ofrece. La misma hora: es la tarde, y hay que apresurarse; la prisa con la cual se enrolló este cuerpo ensuciado, en la sábana, sin tiempo para limpiarlo, para obedecer a las órdenes y prescripciones del Sábado inmediato; el tiempo durante el cual este embalsamiento ha durado y que está marcado por el comienzo del trabajo destructor sobre el cadáver.
La obligación clara impuesta a los amigos de Cristo de proceder a este suplemento de limpieza fúnebre y que las prescripciones sabáticas hicieron posponer. En fin, a pesar de las explicaciones ingeniosas de los sabios que se han ocupado del Santo Sudario, es muy difícil ver en esta impresión detallada del Cuerpo de Cristo, en negativo, sobre una tela no preparada, y gracias únicamente a unos aromas dispuestos al azar, un fenómeno puramente natural. No hay, en la vasta experiencia que poseemos de los embalsamamientos antiguos, algo análogo. Una virtud que ha salido de Él y ha dejado esta huella milagrosa.
No es menos notable que la sucesión de siglos y acontecimientos, y los diferentes incendios que ha sufrido el Sudario, hayan respetado esta imagen sagrada, y que sus huellas no constituyan, en torno a ella, más que una especie de encuadre.
Por tanto, ¡qué agradecimiento hemos de tener a las autoridades civiles y eclesiásticas que han permitido hacer un examen minucioso de la insigne reliquia a los hombres de ciencia que han estudiado con tanta ingeniosidad y buena fe, como el señor Paul Vignon!
Ha llegado el momento de que sea conocido, y con este título. He acogido con alegría este trabajo tan notable que me ha enviado y del cual deseo la mayor difusión.
Paul Claudel
La luz de la Resurrección hizo una fotografía sobre la Sábana Santa. He aquí el rostro
No hay comentarios:
Publicar un comentario