Jaime Septién
Desde el 20 y hasta el 24 de diciembre, de Estados Unidos a México, y del 3 al 6 o 7 de enero en sentido contrario, se pueden observar inmensas caravanas de “paisanos” que, escoltados por policías y por autoridades de migración –no faltan diputados y senadores que se introducen en los convoyes en busca de popularidad--, regresan a sus lugares de origen para pasar la Navidad y el Año Nuevo con sus familias.
Bienvenidos, pero no tanto
Estados como Zacatecas, San Luis Potosí, Jalisco o Durango reciben a cientos, miles de “paisanos” en una operación retorno que –por ejemplo—en la carretera 57, la carretera del Tratado de Libre Comercio, puede ocupar varios kilómetros de automóviles de mexicanos que cruzan la frontera legalmente para visitar a su gente y celebrar las tradiciones navideñas y de año nuevo.
Desgraciadamente muchos son extorsionados, ultrajados, robados por bandas de criminales y por las mismas policías que saben que traen dinero a sus casas, fruto del trabajo de un año en Estados Unidos. El gobierno mexicano ha instalado el programa “Bienvenido paisano” con un éxito relativo. La Iglesia católica es quien más ha trabajado por los que regresan, tanto como por los que se van del otro lado de la frontera en busca de mejores horizontes de vida.
En ese sentido toma relevancia la declaración del obispo de Querétaro (México), monseñor Faustino Armendáriz Jiménez en el sentido de que “emigrar a un país extranjero ha sido una oportunidad que voluntaria o involuntariamente la Providencia les ha dado, con el fin de vivir una vida mucho mejor” a los varios millones de mexicanos que están del otro lado de la frontera (cuando menos diez millones de ellos de forma ilegal y otros tantos de manera legal.
“Esta oportunidad les ha llevado a encontrarse con ustedes mismos, en el clima del duro trabajo, de la soledad, del dolor, de la enfermedad y del hecho de sentirse extranjeros, en una cultura y en un país que no son suyos”, subrayo el prelado mexicano que se ha distinguido, sobre todo en su anterior período como obispo de la diócesis fronteriza de Matamoros, como uno de los principales defensores de los derechos humanos de los migrantes en el país.
Valorar lo que cada uno es
Para monseñor Armendáriz Jiménez, “esta experiencia les ha llevado a constatar personalmente que nuestras sociedades están experimentando, como nunca antes había sucedido en la historia, procesos de mutua interdependencia e interacción a nivel global, que, si bien es verdad comportan elementos problemáticos o negativos, tienen el objetivo de mejorar las condiciones de vida de la familia humana, no sólo en el aspecto económico, sino también en el político y cultural”.
La Iglesia católica de ambos países, de México y de Estados Unidos, está pugnando por una reforma migratoria integral en la Unión Americana y, al mismo tiempo, porque el tema de la migración no solamente de México, sino también de Centroamérica se vea desde una perspectiva multilateral.
El prelado mexicano –nativo de un Estado como lo es Sonora, también fronterizo con Estados Unidos—insistió en el concepto de que el mundo “sólo puede mejorar si la atención primaria está dirigida a la persona, si la promoción de la persona es integral, en todas sus dimensiones, incluida la espiritual; si no se abandona a nadie, comprendidos los pobres, los enfermos, los presos, los necesitados, los forasteros; si somos capaces de pasar de una cultura del rechazo a una cultura del encuentro y de la acogida”.
El operativo para que los “paisanos” vuelvan a casa con tranquilidad y regresen a principios de enero a la Unión Americana, ocupó a miles de elementos policiacos y de otras dependencias gubernamentales, pues en años pasados las extorsiones estuvieron a la orden del día. En ese sentido, monseñor Armendáriz Jiménez –en un mensaje publicado tanto en la página de la diócesis de Querétaro como en la página oficial de la Conferencia del Episcopado Mexicano—deseó que “esta experiencia de volver a casa les ayude a valorar lo que cada uno es, las tradiciones y la cultura que han recibido y heredado de sus padres, principalmente el don de la Fe y sobre todo, a fortalecer las bases de su vida cristiana”.
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