DE TODO UN POCO
ENRIQUE / GARCÍA-MÁIQUEZ | ACTUALIZADO 06.03.2013 - 01:00
YA opino yo, señor ministro; usted gobierne. Para opinar estamos los columnistas, los tertulianos, quizá los intelectuales, los parlamentarios del montón, que están para eso y se conforman con ser culiparlantes bien retribuidos, y, sobre todo, está la buena gente en la barra de los cafés y en las sobremesas, que lo hace gratis. Los ministros también, desde luego, si quieren, siempre que no se olviden de gobernar.
Pero como la democracia es un régimen de opinión, y a ellos les gusta el protagonismo, se concentran en soltar trinos al aire, tan ufanos. Y así retrasan o paralizan la adopción de medidas, que era lo suyo. Ejemplos abundan. ¡Cuánta saliva gastaron con el apoyo a los emprendedores, oh…, pero han tardado un año y medio en sacarles una ley, y muy cortita! Y ahí, al menos, salió. Gallardón, en cambio, opinó contra el aborto eugenésico con espléndidos argumentos de pura humanidad, y se lo aplaudimos unos, y se lo criticaron otros…, y aún estamos esperando todos a que mueva ficha. La ley Wert a ver si la llegamos a ver.
Fernández Díaz ha expuesto sus reservas al matrimonio homosexual, pero ésa no es talmente labor de un ministro, como digo. Si el ministro piensa, y con razón, que tener hijos es un hecho esencial para la supervivencia de la sociedad y el mantenimiento de sus servicios, a él como miembro del Gobierno le corresponde aumentar significativamente las ridículas ayudas a la natalidad en España y fomentar en serio la conciliación. Y plantear la posibilidad de conceder efectos jurídicos al matrimonio canónico, para quien lo quiera. No se quitaría a nadie ningún derecho, ni real ni de diseño, y se concedería a algunos voluntarios la posibilidad de casarse para toda la vida. Ahora mismo, con el divorcio exprés, el matrimonio sólo se mantiene en tanto en cuanto lo quiere cada una de las partes. Es una donación que tiene que estar renovándose continuamente: "Laica Rita, laica Rita, / un regalo que se quita". Hay quienes quisiéramos que el derecho civil nos permitiese comprometernos para siempre.
Serían medidas sencillas, que no desatarían polémicas. Y serían fuentes, quizá, de profundos cambios sociales muy necesarios. Pero nuestros ministros no gobiernan: se dedican a dar sus opiniones, y creen que así ellos han cumplido. Y las opiniones -si lo sabré yo, ay, que me dedico a esto- se las lleva el viento casi siempre. Un viento huracanado casi siempre.
Pero como la democracia es un régimen de opinión, y a ellos les gusta el protagonismo, se concentran en soltar trinos al aire, tan ufanos. Y así retrasan o paralizan la adopción de medidas, que era lo suyo. Ejemplos abundan. ¡Cuánta saliva gastaron con el apoyo a los emprendedores, oh…, pero han tardado un año y medio en sacarles una ley, y muy cortita! Y ahí, al menos, salió. Gallardón, en cambio, opinó contra el aborto eugenésico con espléndidos argumentos de pura humanidad, y se lo aplaudimos unos, y se lo criticaron otros…, y aún estamos esperando todos a que mueva ficha. La ley Wert a ver si la llegamos a ver.
Fernández Díaz ha expuesto sus reservas al matrimonio homosexual, pero ésa no es talmente labor de un ministro, como digo. Si el ministro piensa, y con razón, que tener hijos es un hecho esencial para la supervivencia de la sociedad y el mantenimiento de sus servicios, a él como miembro del Gobierno le corresponde aumentar significativamente las ridículas ayudas a la natalidad en España y fomentar en serio la conciliación. Y plantear la posibilidad de conceder efectos jurídicos al matrimonio canónico, para quien lo quiera. No se quitaría a nadie ningún derecho, ni real ni de diseño, y se concedería a algunos voluntarios la posibilidad de casarse para toda la vida. Ahora mismo, con el divorcio exprés, el matrimonio sólo se mantiene en tanto en cuanto lo quiere cada una de las partes. Es una donación que tiene que estar renovándose continuamente: "Laica Rita, laica Rita, / un regalo que se quita". Hay quienes quisiéramos que el derecho civil nos permitiese comprometernos para siempre.
Serían medidas sencillas, que no desatarían polémicas. Y serían fuentes, quizá, de profundos cambios sociales muy necesarios. Pero nuestros ministros no gobiernan: se dedican a dar sus opiniones, y creen que así ellos han cumplido. Y las opiniones -si lo sabré yo, ay, que me dedico a esto- se las lleva el viento casi siempre. Un viento huracanado casi siempre.
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