En medio del invierno,
desafiando sus rigores, ya se abren las flores del almendro presagiando una
nueva primavera. El invierno está pasando, el tiempo de las lluvias comienza a
declinar y se alarga el crepúsculo del atardecer. El sol tiene un sendero más largo que andar y
su presencia aumenta cada día. Ya despuntan las plantas de primavera, de las
azucenas brotan nuevas hojas llenas de vida preparando el camino de la flores
para inundar de su fragancia la vida. Todo se mueve al paso imparable del
tiempo, el transcurrir de las estaciones.
Así
es Dios, siempre antiguo y siempre nuevo, pero siempre dispuesto a volver a
empezar. Siempre a la espera, una espera sin prisas, paciente, eterna y
enamorada.
Ya
se abren las flores del almendro y Dios anuncia su nueva primavera, una nueva
primavera pascual, una primavera gozosa y fecunda, su deseo de una resurrección
definitiva y eterna.
Siempre
hay una nueva resurrección, siempre hay una nueva esperanza. Este es el actuar
de Dios, su ser enamorado es su esencia y de ella brota este nuevo y constante
anuncio. Dios, el incansable, el amante que siempre espera, el amante paciente
esperando la respuesta de la amada, una respuesta que a veces tarda en llegar. Dios,
el amante deseoso de encontrarse con la amada, demostrando su amor
incondicional y eterno. Dios, el amante deseoso de que la amada responda a sus
gestos de enamorado, a su entrega generosa, gratuita y sin límite.
Aún
está la primavera lejana, aún está el tiempo de la resurrección lejano pero ya
se vislumbra la nueva luz de la Pascua.
Dios,
el amante perfecto, sin tacha, inmaculado, esperando esa respuesta definitiva,
clara y tajante de la amada: la aceptación definitiva de la resurrección de
nuestra vida vivida en alternancia de otros amores pasajeros. Dios reclama su
amor exclusivo y eterno, amarlo a Él y sólo a Él. Y amar lo que de Él sale, la
obra de sus manos y amar a las criaturas por Él amadas. Dios, paciente en su
espera a nuestro "fiat" sin exigencias ni condiciones, a la espera
del si eterno como Él hace.
Cuaresma
nos prepara esta nueva primavera de Dios. Cuaresma nos prepara este nuevo paso
de Dios por nuestra azorada existencia y nuestras venturosas vidas. Cuaresma
nos prepara la nueva Pascua de Dios y la nueva resurrección. Es el tiempo de la
reflexión, es el tiempo de sentir el amor del amante. Es el tiempo de abrir
todos los sentidos para despertad a la nueva manifestación de Dios: los deseos
de amor hacia los hombres y de amor entre los hombres.
Cuaresma
es el momento del amor sufriente de Dios. El amor de un Dios que no se queda en
las nubes sino que baja a la tierra y que se ha hecho hombre en los rigores del
invierno. Es el amor encarnado en la humanidad y el amor deseoso de rescatar a la
humanidad. El amor sufriente del Amado que se abaja para pasar por las
debilidades de la amada. Cuaresma nos prepara para pasar por los desamores de
la vida cotidiana, para culminar en el encuentro definitivo con la vida
completa, la vida permanente. El regalo de Dios
desde la eternidad de los tiempos, el deseo ardiente de Dios de que el
hombre viva en plenitud con Él, en una unión permanente del amante y de la
amada.
Cuaresma es el momento de reconocer nuestras
infidelidades, desamores y debilidades. Y es el momento de descubrir la enorme,
fiel e intemporal misericordia de Dios y su amor por nosotros.
Os pongo unos textos del Cantar de los Cantares,
traducción de Reina Valera (1960)
Sustentadme
con pasas, confortadme con manzanas; Porque estoy enferma de amor.
Su
izquierda esté debajo de mi cabeza, y su derecha me abraza.
Mi
amado habló, y me dijo: Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven.
Porque
he aquí que ha pasado el invierno, se ha mudado, la lluvia se fue;
Se
han mostrado las flores en la tierra, el tiempo de la canción ha venido,
y
en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola.
La
higuera ha echado sus higos, Y las vides en cierne dieron olor;
Levántate,
oh amiga mía, hermosa mía, y ven.
Paloma
mía, que estás en los agujeros de la peña, en lo escondido de escarpados
parajes, muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz; Porque dulce es la voz tuya, y
hermoso tu aspecto.
Ven,
oh amado mío, salgamos al campo, moremos en las aldeas.
Levantémonos
de mañana a las viñas; Veamos si brotan las vides, si están en cierne,
si
han florecido los granados; Allí te daré mis amores.
José Antonio Sigler Bernal
"Familias Invencibles"
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