Un balance o un examen de conciencia que diría el clásico para ver cómo marcha lo que llevamos entre manos: un negocio, los frutos de unas tierras, la familia. lo hace hasta la Iglesia Católica. Lo sé porque en el Discurso del Papa a la Curia Romana el 22 de diciembre pasado, o sea al final del año, les dirigió un discurso, del que, si no lo han leído, les expongo el párrafo que habla de ese examen, por cierto, nada, aparentemente alagüeño, porque observamos “con preocupación –dice Benedicto XVI- cómo los que van regularmente a la iglesia son cada vez más ancianos y su número disminuye continuamente; cómo hay un estancamiento de las vocaciones al sacerdocio; cómo crecen el escepticismo y la incredulidad. ¿Qué debemos hacer entonces?”.
El Papa está además de preocupado, está con los pies en el suelo. No dice “aquí no pasa nada” o, con frase que a nosotros nos es más conocida “aquí no hay crisis”. El sucesor de Juan Pablo II dice que, sí, “ciertamente, es necesario hacer muchas cosas”. Y, quizá a nosotros se nos ocurre, ante el problema ponernos a hacer “cosas”. Pero va, y el sabio, Benedicto XVI, que además es santo dice que “el núcleo de la crisis de la Iglesia en Europa es la crisis de fe. Si no encontramos una respuesta para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces”.
Yo pienso que este discurso de Benedicto XVI a la Curia Romana aunque nosotros no pertenezcamos a ese organismo, vale la pena, al cien por cien, que lo leamos, y, si queremos ser buenos católicos, vayamos más allá: que lo meditemos. Yo les prometo que pronto volveré sobre este discurso en próximo artículo.
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