miércoles, 18 de septiembre de 2019

"LOGRAMOS QUE SE RIERA COMO NUNCA SE HABÍA REÍDO"




Raquel es la hija rebelde de una familia humilde que un día decide romper con todo por amor y sumergirse arrastrada por el mundo de las drogas. La de unos padres que la comprenden, y sufren. La de unos hermanos, como Sonsoles, que sostienen, perdonan y buscan sin descanso, para devolverla a casa. Sin esperar nada a cambio. También la de un hijo adolescente, el único fruto dulce de un amor amargo, que conoce a su verdadera madre cuando la enfermedad se la revela. Porque hasta entonces, solo había conocido la máscara dura de una persona esclavizada y sometida por la adicción
Sonsoles, esta es la historia de una vida desafortunada y difícil con un desenlace feliz, a pesar de lo que pueda parecer.
Éramos una familia feliz, nunca nos había faltado nada, pero tampoco nos había sobrado. Mi hermana era una niña rebelde desde muy joven, independiente y libre. Fue al instituto y con 14 años hizo amistades que no la ayudaron demasiado. Con 16 o 17 años se enamoró de un chico que tenía problemas con las drogas. Era su primer amor, estaba completamente loca por él y quiso ayudarle. Pero la que cayó en el mundo negro y maldito de las drogas fue ella. A partir de ahí y hasta el final de sus días, estuvo siempre con altibajos. Mis padres siempre quisieron que se rehabilitase y tuviera una vida feliz, pero solo lo logró al final.
¿Y cómo es vivir con una persona que sufre una adicción de este tipo?
La vida de una persona drogodependiente es dura. Tuvo cientos de recaídas y fue a muchas instituciones para rehabilitarse. Mis padres se arruinaron literalmente, llevándola a centros en los que duraba tres o cuatro meses, hasta que se iba sin decir adiós. Eran idas y venidas sin saber si seguía con vida, yendo a comisaría a ver si la encontraban, preguntando en hospitales y en poblados a los que sabíamos que acudía para comprar drogas... Así, se relacionó con personas de este entorno y cogió enfermedades que, por su estado de salud, hicieron que se acelerase su recta final. Una de estas personas fue el padre de su hijo.
Y entonces…
Entonces vino Juan, mi sobrino. Prácticamente le hemos criado entre mis padres y yo, porque Raquel no estaba en condiciones de hacerlo.
Y de puerta en centro y de calle en plaza, la enfermedad la encontró.
Sí. La operaron, pero las esperanzas de vida que le dieron, con sus antecedentes, fueron muy cortas. En nuestra total desesperación, pedimos ayuda, porque ella tenía un hijo adolescente en casa. Nos ofrecieron la posibilidad de ir a la Fundación Vianorte-Laguna para recibir paliativos.
Cuando llegasteis a paliativos, por así decirlo, volvisteis a vivir, aunque suene un paradójico, ¿no?
Al principio, cuando nos dijeron que venía a este centro se nos vino el mundo encima. Pero en Laguna ella cambió. Estuvo un mes y una semana, y fue uno de las mejores etapas de nuestra vida, en cierta manera. La enfermedad, el cariño, la cercanía de las personas... la cambiaron. Los doctores Raquel, Yolanda, Carmele, Ana y Javier; los psicólogos y trabajadores sociales Alonso y Teresa, las enfermeras... Y especialmente don José, el capellán. No somos muy practicantes pero nos ayudó bastante y transmitió tranquilidad. Sin sentirse juzgada y sin el lastre de lo que había vivido, Raquel volvió a ser la hermana que conocí a los 16 años.
¿Podemos decir que los últimos días de Raquel fueron felices?
Así lo creo. Todos nos volcamos porque estuviera contenta y viviera los mejores días de su vida, toda la felicidad que no había sentido jamás. Lo que queríamos es que se riera como nunca se había reído, recordar cosas de cuando era pequeña, y lo logramos. Sin reproches. Todo el equipo y los voluntarios se sumaron a nosotros y se volcaron. Incluso como Raquel era fan de Melendi, se pusieron en contacto con él para que viniera a verla.
En lo de Melendi apoyó también la fundación 38 Grados. Son cosas que pasan en cuidados paliativos.
Estuvimos todos junto a ella día y noche. Conseguimos en un mes y una semana más unión que durante muchísimos años. Hubo muchas confesiones que nunca se habían hablado. Ella se arrepintió por la vida que había llevado y el daño que había hecho a la familia. El arrepentimiento le dio mucha paz a ella y también a nosotros. Me confesó que nunca había sido tan sincera con nadie como con el cura... Yo creo que, si no hubiera sido por la enfermedad, no hubiéramos llegado a este momento que ella tanto necesitaba, y nosotros también.
Perdona que te pregunte esto, pero… ¿cómo fue el final?
Lleno de paz. Yo estoy segura de que Raquel me estaba esperando. Mis padres estaban con ella, y me llamaron para decirme que fuera porque estaba muy mal. Cuando llegué les convencí para que se marcharan a descansar un rato, llevaban muchos días sin moverse de la habitación. Cuando estuvimos solas entonces le dije: «Estate tranquila, Raquel, que solamente estoy yo. Sé que vas a ser feliz». Y entonces se fue.
Ana Pérez
Directora de comunicación de Fundación Vianorte-Laguna

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