No será el proyecto más extravagante, pero sí posiblemente el más ilustrativo sobre las satrapías megalómanas y absurdas en que se han convertido muchas administraciones públicas. Me refiero al desvelado por El Mundo el pasado domingo, referido al empeño de la ya ex alcaldesa Carmena y su sobrino y asesor predilecto, un tal Cueto, de levantar en Madrid, y en una gran parcela prevista para uso educativo, un templo presidido por una monumental estatua de bronce, de casi cuarenta metros de altura, de Buda. Un expediente muy avanzado ya, mantenido en el mayor secreto, que el cambio de gobierno municipal ha convertido en papel mojado. Sólo el terreno que debía cederse estaba valorado en más de diez millones de euros.
Muchos de los cientos de comentarios que la noticia ha generado inciden, como era previsible, en la chocante contradicción de que una alcaldesa que se negó a instalar un belén municipal en Navidad aduciendo que la fe católica no es la de todos los ciudadanos, promoviera semejante santuario sin la menor demanda social y en beneficio de una religión que en Madrid no alcanza el nivel de testimonial. Pero, ¿cuándo ha importado a cierta izquierda caer en las más flagrantes incongruencias cuando se trata de difuminar la huella cristiana? Sin embargo, no merece la pena divagar sobre las creencias, manías o intereses de una señora que, como tantas otras a su edad, pudiera haber descubierto los beneficios de una religión. Más importante me parece constatar el inmenso poder discrecional que las formas corrompidas de democracia depositan en manos de los gobernantes, incluso en niveles meramente municipales. Una simple alcaldesa, aunque sea de Madrid, y un oscuro asesor se sienten legitimados para levantar templos y estatuas gigantescas a dioses ajenos a la población y a la cultura del lugar con la intención, dicen, de potenciar su personal idea de la paz, el diálogo y vaya usted a saber qué otras vulgaridades al uso. Sin duda confiaban, llegado el momento, en la acostumbrada campaña de prensa y marketing capaz de justificar lo que haga falta y en las inmensas tragaderas de un electorado hecho al aplauso de cualquier extravagancia con tal que venga de los suyos. ¿Qué diría esa misma prensa y opinión si el ahora alcalde utilizara esa misma parcela y presupuesto para dedicarla, desde luego con más fundamento cultural, a san Isidro o a la Almudena?
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