Si durante un test de asociación inmediata de palabras de C. G. Jung, le proponen la palabra «Lepe», es muy probable que a usted lo primero que se le ocurra sea «chiste de». Salvo quizá el caso de los más gastrónomos o agrónomos, que podrían responder «fresa». Me temo que ninguno contestaría «Cuentos de Canterbury» o Geoffrey Chaucer o Inglés Medieval.
Ninguno contestaría así, pero deberíamos. El vino de Lepe sale nombrado en The Canterbury Tales, nada menos. Si sumamos la de veces que William Shakespeare habló del vino de jerez y Dickens, también partidario, o Chesterton, naturalmente, podemos establecer una corriente de simpatía entre el sur de España e Inglaterra que transitan nuestros vinos con enorme facilidad, que no nos extraña. El caso del vino blanco de Lepe es más sorprendente. Dice Geoffrey que «ese vino español es preferido a cualquier otro», que no es poco decir. Advierte de su peligroso poderío: "Desprende tales vapores, que después de beber tres vasos, a un hombre que vive en Cheapside le parece encontrarse en España, no en la Rochela ni en Burdeos, sino en la mismísima población de Lepe, cantando sin cesar…". Aunque el texto nos prevenga, moralista, contra el abuso, se nota el retintín irónico y la gran afición a los vinos leperos de Chaucer, que sabía de lo que hablaba porque su padre se dedicaba al muy benevolente oficio de importador de vinos.
A pesar de todo, no vengo hoy a hablar de vinos, ay, sino a lamentar la querencia española a querernos mal. ¿Será posible que los vinos de Lepe no tengan a estas alturas ni denominación de origen ni demasiado mercado propio? Con lo que fueron en los siglos XIV y XV y con la publicidad eterna que les daría su aparición estelar en una de las obras esenciales de una de las literaturas más espectaculares del mundo. De las referencias shakesperianas a los vinos de Jerez, ha dicho Peyró que es la mejor campaña publicitaria de la historia. Los vinos de Lepe ya tendrían su marketing cultureta hecho entre nosotros y en el Reino Unido.
Hemos de aprender a valorar más lo nuestro. Decía Joseph Joubert que "cuando mis amigos son tuertos, los miro de perfil". Del perfil bueno, quería decir él, no del malo para hacer un chiste, como tantas veces hacemos nosotros. La próxima vez que nos nombren Lepe, digamos, de inmediato, con la máxima naturalidad: "Famosísimos caldos, muy añorados de cuatro o cinco siglos para acá".
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