Se debe buscar el conocimiento propio de la etapa que se está viviendo para poder crecer en el amor mutuo
Por: Redacción | Fuente: Catholic.net
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Es sumamente importante que los novios sepan dialogarentre sí, que conversen con apertura, escuchando al otro no sólo con los oídos, sino con el corazón. Sólo el diálogo, por el que el otro se nos comunica, puede hacer posible nuestro conocimiento de él en cuanto persona humana.
1- Dialogar, dialogar mucho; no reducir sus relaciones a charlas insustanciales, no ocultar al otro el propio yo por miedo a quedar mal, a perderlo; decir con sinceridad la propia opinión, aunque no concuerde con la del otro. No hay veneno que corroa más el matrimonio y el noviazgo que la mentira, la insinceridad, la desconfianza.
2- Dialogar con el Otro, con Dios Nuestro Señor. Tratar a solas con Él todos sus progresos, problemas e ilusiones. Ponerse ante Él tal cual son, y pedirle que les ayude a conocerlo mejor a Él, a conocerse mejor a sí mismos, a la persona amada y a la pareja que forman los dos. Tratar que Dios Nuestro Señor sea siempre un “Tercero” que esté junto con los dos. Pregúntenle: "Señor, ¿qué quieres de mí? ¿me creaste para el matrimonio o para que me consagre sólo a ti? Señor, ¿estás contento con nuestro modo de vivir el noviazgo?".
Es evidente que no se podrá alcanzar un conocimiento perfecto del otro desde el inicio. Será de toda la vida. Pero si se debe buscar el conocimiento propio de la etapa que se está viviendo, el noviazgo, y que permita crecer en el amor mutuo como adhesión afectiva y de voluntad al otro en su verdadera realidad.
3- Aceptarse a sí mismo y al otro: ¡Acéptate!. No basta conocer, hay que saber aceptar. A veces resulta difícil, pero es una medida muy sabia y muy sana.
4- El discernimiento: Precede a la aceptación. Lo primero será pensar serenamente si ese joven o esa chica es una persona adecuada al propio modo de ser y pensar. La reflexión sobre el otro y sobre uno mismo debe llevar a una resolución madura y práctica. Si se ve que los temperamentos de ambos o el modo esencial de ver la vida, o las creencias religiosas de cada uno, etc., son incompatibles habrá que pensar seriamente si conviene seguir con esa relación o es mejor cortar con ella.
Las simples diferencias, aún notorias, entre ambos -pueden incluso ser motivo de mutuo enriquecimiento complementario-, pero hay situaciones de grave y clara incompatibilidad que en ocasiones se da entre dos personas. Es cierto que el amor cambia muchas cosas, pero hay que ser realistas y pensar que los rasgos fundamentales de la persona permanecen siempre, y que el matrimonio es para toda la vida. ¿Estoy dispuesto a casarme con una persona con la que tendré siempre graves desavenencias y disgustos? ¿Puedo cargarme la responsabilidad de la posible infelicidad de ella, mía, y de los hijos que traigamos al mundo? En algunas ocasiones será mejor romper a tiempo y quedar como amigos. Cuesta, duele, porque en ese momento parece el único amor posible. Pero con frecuencia se entiende después que fue mejor así, y aquella experiencia dolorosa se convierte en un auténtico faro de luz.
1- Dialogar, dialogar mucho; no reducir sus relaciones a charlas insustanciales, no ocultar al otro el propio yo por miedo a quedar mal, a perderlo; decir con sinceridad la propia opinión, aunque no concuerde con la del otro. No hay veneno que corroa más el matrimonio y el noviazgo que la mentira, la insinceridad, la desconfianza.
2- Dialogar con el Otro, con Dios Nuestro Señor. Tratar a solas con Él todos sus progresos, problemas e ilusiones. Ponerse ante Él tal cual son, y pedirle que les ayude a conocerlo mejor a Él, a conocerse mejor a sí mismos, a la persona amada y a la pareja que forman los dos. Tratar que Dios Nuestro Señor sea siempre un “Tercero” que esté junto con los dos. Pregúntenle: "Señor, ¿qué quieres de mí? ¿me creaste para el matrimonio o para que me consagre sólo a ti? Señor, ¿estás contento con nuestro modo de vivir el noviazgo?".
Es evidente que no se podrá alcanzar un conocimiento perfecto del otro desde el inicio. Será de toda la vida. Pero si se debe buscar el conocimiento propio de la etapa que se está viviendo, el noviazgo, y que permita crecer en el amor mutuo como adhesión afectiva y de voluntad al otro en su verdadera realidad.
3- Aceptarse a sí mismo y al otro: ¡Acéptate!. No basta conocer, hay que saber aceptar. A veces resulta difícil, pero es una medida muy sabia y muy sana.
4- El discernimiento: Precede a la aceptación. Lo primero será pensar serenamente si ese joven o esa chica es una persona adecuada al propio modo de ser y pensar. La reflexión sobre el otro y sobre uno mismo debe llevar a una resolución madura y práctica. Si se ve que los temperamentos de ambos o el modo esencial de ver la vida, o las creencias religiosas de cada uno, etc., son incompatibles habrá que pensar seriamente si conviene seguir con esa relación o es mejor cortar con ella.
Las simples diferencias, aún notorias, entre ambos -pueden incluso ser motivo de mutuo enriquecimiento complementario-, pero hay situaciones de grave y clara incompatibilidad que en ocasiones se da entre dos personas. Es cierto que el amor cambia muchas cosas, pero hay que ser realistas y pensar que los rasgos fundamentales de la persona permanecen siempre, y que el matrimonio es para toda la vida. ¿Estoy dispuesto a casarme con una persona con la que tendré siempre graves desavenencias y disgustos? ¿Puedo cargarme la responsabilidad de la posible infelicidad de ella, mía, y de los hijos que traigamos al mundo? En algunas ocasiones será mejor romper a tiempo y quedar como amigos. Cuesta, duele, porque en ese momento parece el único amor posible. Pero con frecuencia se entiende después que fue mejor así, y aquella experiencia dolorosa se convierte en un auténtico faro de luz.
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