martes, 25 de junio de 2019

EL VERDADERO IMPACTO DEL PATRIMONIO ECLESIÁSTICO







La imagen, de la materia a lo divino es el tema que se abordará este año en las Jornadas de Patrimonio Cultural de la Iglesia, que tienen lugar en Oviedo del 24 al 27 de junio de 2019. La Comisión Episcopal para el Patrimonio Cultural, organizadora del encuentro, ha programado ocho ponencias en las que se hablará sobre la materia, palabra icónica; el sentido del arte cristiano; el invisible en el arte contemporáneo; imagen y religiosidad popular en la posmodernidad; las peregrinaciones: el camino de Santiago y el Pórtico de la Gloria; El culto a las reliquias: el santo sudario; el impacto de la imagen en la percepción humana, y la imagen virtual: del espectáculo a la evangelización. El director del secretariado de la Comisión Episcopal de Patrimonio Cultural, Pablo Delclaux, desvela en este escrito cuál es el «verdadero impacto del patrimonio eclesiástico»
El patrimonio cultural de la Iglesia es, indudablemente, un tema de actualidad, por diversos motivos: su conservación, las exposiciones culturales, la propiedad, el uso común, el turismo cultural… Prácticamente todo el mundo coincide en la importancia y en la repercusión que este patrimonio tiene en la sociedad, tanto en el pasado como en el presente. Sin embargo, no todos entienden de la misma manera en qué consiste su impronta, esa huella indeleble que deja entre nosotros. Para comprenderlo creo que es necesario entender el origen de estas expresiones artísticas.
El cristianismo nace en el territorio de la actual Palestina, dentro del ambiente cultural judío que prohibía las representaciones de lo divino. En este contexto, se desarrolló dentro de la cultura grecorromana, plagada de imágenes. La misma presencia de Cristo, el hecho de que Dios se hiciera visible, permitió, dentro del ambiente de la cultura clásica, la representación del que hasta entonces era invisible e infinito. Poco a poco la sociedad de aquel momento se dio cuenta de que las imágenes eran expresión viva de la fe, creada por el pueblo para transmitirla y celebrarla; de modo que san Gregorio Magno, en el siglo V, las llamó “la Biblia de los pobres”; y san Juan Damasceno, en el siglo VIII, justificó su uso, porque al rezar ante un icono su alma se elevaba hasta la realidad superior que representaba.
Por tanto, el patrimonio cultural de la Iglesia (documental, bibliográfico y artístico) fue creado con una finalidad concreta: la transmisión de la fe a través de las enseñanzas catequéticas y de las celebraciones cultuales. Esta es la razón de ser de este patrimonio, y el motivo último por el que hay que conservarlo. Conservarlo, sí, pero también ampliarlo con nuevas formas de expresión, adaptadas al mundo actual.
Hoy en día se habla mucho del impacto económico de este patrimonio, tanto material como inmaterial: celebraciones como Navidad, Semana Santa, las fiestas populares, las peregrinaciones, etc. No le falta razón a quien argumenta su importancia dentro de la economía de nuestro país. No obstante, hay impactos mayores que el puramente material. En primer lugar, la riqueza cultural de la Iglesia ayuda al pueblo a vincularse con su pasado, a no perder las raíces que le ayudarán a enfocar debidamente su futuro.
Por otro lado, la función educativa y celebrativa de la que hablaba anteriormente sigue vigente. El patrimonio de la Iglesia tiene que seguir anunciando y celebrando el Misterio de Cristo, porque para eso fue creado. Musealizar un bien cultural de la Iglesia, como si de un objeto arqueológico se tratara, limitándose a estudiar la autoría, estilo y valor en el mercado, vaciándolo de contenido religioso, debería ser tan escandaloso como los conocidos casos en que encontramos una obra repintada, anulando así su valor estético.
El valor del patrimonio de la Iglesia es inmenso, e indudablemente cuesta mucho esfuerzo mantenerlo. Pero renta mucho para nuestra economía (por lo menos eso dicen los expertos). Aunque lo más importante es que, siglos después, sigue ayudando al hombre a encontrarse consigo mismo, con sus hermanos y con Dios, debiendo ser este su principal impacto en la sociedad.
Pablo Delclaux
Director del secretariado de la Comisión Episcopal de Patrimonio Cultural

El palacio de Gaudí en Astorga
El palacio episcopal de Astorga, también conocido como palacio de Gaudí, es el monumento más diferenciador y distintivo de la ciudad de Astorga, el que más visitantes atrae y el que mayor proyección ofrece. En él confluyen dos de las marcas internacionales más reconocidas: la figura del gran arquitecto Antonio Gaudí y el Camino de Santiago, ya que alberga en su interior el Museo de los Caminos. Su construcción, en el año 1889, encargada por el obispo Juan Bautista Grau a su amigo y paisano Gaudí, y rematada en el año 1913 bajo la dirección de Ricardo García Guereta, en el episcopado de Diego y Alcolea, ha marcado un antes y un después. El impacto de tener en una población de poco más de 11.000 habitantes una de las tres obras fuera de Cataluña del genial arquitecto confiere a la ciudad un estatus propio a nivel turístico. Al mismo tiempo, la acertada decisión del entonces obispo Don Marcelo González, en el año 1964, de abrirlo al público como Museo de los Caminos lo convirtió en una parada obligada no solo para los peregrinos del Camino de Santiago, sino para todo aquel apasionado de la arquitectura, el arte y el turismo. Se podría decir que la Asturica Augusta no sería la misma sin su edificio más emblemático, que atrae anualmente a una media de 100.000 visitantes a la ciudad, diez veces su población.
Víctor Manuel Murias
Director del palacio de Gaudí

No hay comentarios:

Publicar un comentario