Resulta inexplicable que la primera medida que toman los concejales de ciertos ayuntamientos (Sevilla, Málaga, tal vez otros…) sea subirse el sueldo. Quiero poner por delante que soy ferviente partidario de que todo el mundo (incluyéndome) gane sueldos muy altos. El obrero merece su salario. El dinero también es un indicador de la dignidad del trabajo. Lo que he peleado y peleo por cobrar mis escritos no está en los escritos, aunque sí en la tradición oral y en la memoria de algunos que hasta se molestaron para siempre.
Mi empatía, por tanto, está fuera de duda. Lo inexplicable es el momento y el modo. Todos los que se presentaban en las candidaturas sabían bien lo que cobraba un concejal o un alcalde o un asesor personal y cuántos había. De modo que, si se quería empezar cambiando eso, hubiese sido más honesto prometerlo en la campaña electoral. Tendría su gancho: "Y ahora voy a hacer una promesa que sí voy a cumplir…" Y qué incredulidad de la gente a bote pronto; hasta que la oyesen.
Nunca hay que empezar (ay, el burrito delante) por uno mismo. Si los sueldos son muy inferiores a los que se pagan en el sector privado, hubiesen quedado mejor con este discurso: "Queridos vecinos, estos sueldos son ridículos para la categoría que merecéis que tengan vuestros representantes públicos, etc., pero no nos los vamos a subir hoy, por respeto a todos los que no pueden entrar en una empresa decidiendo qué van a cobrar y en consideración a todos los becarios que sudan la camiseta. Dentro de un año, siempre y cuando el grado de satisfacción de los administrados sea muy bueno y sólo entonces, procederemos a subirnos el sueldo hasta los niveles equitativos".
Ese discurso sería convincente por tres razones. 1) Nadie renunciaría a una aspiración legítima; 2) tampoco habría un agravio comparativo a bote pronto a los trabajadores normales; y 3) se haría depender ese aumento de sueldo de la satisfacción de los administrados. De estos tres puntos, con estas prisas por subirse el sueldo, el que se cumple es el primero y, a veces, ni eso, porque a los partidos en la oposición les entra la vergüenza y pueden votar que no.
¿Qué hace que unos políticos (a los que el maquiavelismo, como el valor a los soldados, se les supone) tomen una decisión tan impopular como irracional? No es una pregunta retórica, sino angustiosa, porque la única respuesta que me sale es el título de esta columna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario