Todos se uncen al carro. El tema de la mujer proporciona importantes beneficios de distinta índole. Partidos políticos, medios de comunicación masiva y reiteradamente (recuérdese la cobertura sin precedentes dispensada a la manifestación del 8 de marzo), centros educativos e instituciones en general se apuntan, con escasos matices, al movimiento feminista.
Desde hace algunos años se ha incorporado también el cine. Los casos de mujeres corajudas, independientes, liberadas, agresivas viene siendo una constante en las pantallas, al margen de los que tienen como protagonistas alguna mujer vejada, acosada por el hombre o violada, temas que tampoco son del todo ajenos a la cinematografía actual. Sin embargo, el último grito es, sin lugar a dudas, las superwomans, las supermujeres, que inundan con gran éxito de taquilla las propuestas del cine actual.
Éxito asegurado. Lejos, olvidadas y hasta despreciadas han quedado esas mujeres componedoras de familias estables, preocupadas por la suerte de sus miembros, especialmente los más débiles y pequeños; madres, a la vez que dotadas de un especial encanto, dulzura y feminidad. El cine ha apostado decididamente por las mujeres superhéroes, masculinizadas, caracterizadas por su descomunal fuerza y arrojo, similar al que esgrimieran otrora los superhombres. Son mujeres desinhibidas, dispuestas a la acción, a restablecer el orden, pero también a robar y matar si preciso fuera sin que les tiemble en ningún momento el pulso. Son Alita, la Viuda Negra, Wonder Woman, la Capitana Marvel, Hayvire y tantas otras. La llave de la vida humana, convertida hoy en dispensadora de la muerte. Ciertamente, la mujer vende. Pero entonces, ¿qué modelo se nos propone?
Por supuesto, los rasgos con que la Madre Naturaleza parecía haber dotado a la mujer han sido deliberadamente olvidados. Su vínculo con la maternidad pasa por sus peores horas. La ternura, uno de sus sentimientos otrora más identificativos del componente femenino, se ha esfumado. El hogar se ha convertido para ella en una cárcel. Fémina que se queda en casa, mujer desaprovechada, errada, oprimida, inútil para este tiempo, víctima de una injusta sociedad patriarcal. La oficina, el despacho, el vehículo, el barco o el cuartel, en definitiva la calle es ahora su nuevo hogar. ¿Qué mejor espacio que éste para una mujer liberada, dueña de sí misma, de su cuerpo y de su inteligencia? Evidentemente, aunque algo quisiera rebelarse en lo más hondo de su corazón, ¿quién, salvo las heroínas, se atrevería a reconocerse en aquellas anticuadas mujeres? Las ya mayores han de recobrar con premura el tiempo que perdieron.
Al margen de la necesidad de tareas compartidas y de los avances técnicos que hoy alivian los trabajos domésticos, los niños se han convertido en una carga cada vez más insoportable, en un obstáculo en el camino hacia la promoción personal y la autoafirmación. El choque de intereses está servido. Incompatibilidad con los horarios de trabajo, con las preocupaciones perentorias del día a día, que las nuevas regulaciones legislativas y empresariales no llegan a solucionar. No podemos asombrarnos que nuestra natalidad descienda abismalmente.
Pero, en el fondo de esta perspectiva, qué duda cabe, existe asimismo un problema de vuelta de calcetín, de sesgada interpretación de la realidad humana. La cultura hoy dominante en Occidente ha lanzado un órdago a la mayor: negar la existencia de una naturaleza diferenciada entre el hombre y la mujer, considerando por tanto que nada hay de determinante en cada uno de ellos por separado, que todo es cultural y, en consecuencia, sometido a los intereses de un solo sector de la sociedad (los hombres) y de las oligarquías dominantes, visibles e invisibles, de cada momento. A ambos, aliados entre sí, corresponde, mediante la fuerza que poseen, establecer como perennes y universales las reglas de juego que a ellos les convienen. Reglas que, no obstante su carácter unilateral, afectan directa o indirectamente a todos, gracias a su influencia durante siglos a través de poderosos medios (educativos, culturales, ideológicos) a su alcance.
Así, la liberación plena sólo puede venir de la mano de la revocación de esas oligarquías y de su visión del mundo, de la desobediencia a lo establecido, creando después una realidad nueva. A pesar de conocerse por experiencia que, a la postre, no se seguirá sino un mero traslado de la dominación desde el varón a la fémina.
En el tema de la mujer, como en el de la familia, ambos pilares esenciales de la sociedad, han recalado los liberticidas actuales, con importantes apoyos en todos los frentes (político, económico, mediático). Inquietante futuro el que nos espera con esta versión reinventada de la vieja lucha de clases marxista, a la que tantos se aferran con escasa reflexión propia, siguiendo los eslóganes al uso, y sin apenas conocer a qué causa se está de verdad sirviendo, ni a quienes se hace realmente el juego.
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