Estoy muy impresionado. Walt Whitman, el gran poeta por antonomasia de la democracia, iba por ahí escribiéndose reseñas laudatorias que colaba anónimamente en los periódicos. Teniendo en cuenta el peso que en la democracia tiene la publicidad, su autopromoción me parece una alegoría a la altura, casi, de su poesía. He empezado a preguntarme, además, si no podría buscar yo, ingenuo ingente, algunos mecanismos para conseguir más lectores del mismo modo subrepticio.
Enseguida he encontrado una solución. Si lograse colarme en cualquier lista para el Congreso, tendría ipso facto cientos de insaciables lectores de mis obras completas, todos buscando aquella metedura de pata que me presente como impresentable. No creo que tuviese un gran éxito político, no, pero en lo literario no me habría visto en otra. Con un poco de suerte, encontrarían algo escandaloso y sería hasta viral en Twitter y Facebook.
El PlagScan y el Turnitin que pasan los medios a los nuevos candidatos de los partidos, alimenta el morbo (en sentido coloquial) del respetable, pero alienta un morbo (en sentido clínico) del sistema. Se dificulta en extremo que nadie que haya mantenido un nivel medio de participación en el debate público como particular pueda dar el salto a política. Porque los estándares son otros y profundamente contradictorios. Del intelectual, periodista o columnista, no digamos del tuitero o del tertuliano, se espera que mantenga opiniones firmes y a menudo a contracorriente; del político, un tono blando, tibio, correctito.
Ese PlagScan y ese Turnitin se pasan también a la vida profesional, social y personal de cada candidato. Casi nadie consigue salir impune del escrutinio. Con eso se propicia que sólo puedan dedicarse a la política los que son políticos desde las juventudes del partido, porque ya venían inspeccionados desde chiquillos. El paso de la vida civil a la vida pública es un salto triple mortal sin red de seguridad.
Aunque yo soy partidario de limitar esa inquisición preelectoral a casos realmente flagrantes (como una condena por asesinato, digamos), entiendo que, solicitando más umbral de tolerancia, pido lo imposible y, para mi caso hipotético, lo inconveniente. Si alguna vez me presento, espero que se lean mis traducciones, mis artículos de prensa, mis haikus y todo mi twitter. Yo tendría al fin lectores exhaustivos y dejaría exhaustos, con toda seguridad, a los censores.
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