La catedral de Tarragona acogió, por primera vez en su historia, una ceremonia de beatificación. La de Mariano Mullerat, asesinado por odio a la fe en 1936, que antes de morir perdonó a su captores e incluso curó a uno de ellos
El 23 de marzo quedará para siempre marcado en rojo en la historia del Arzobispado de Tarragona. Su catedral acogía, por primera vez, una ceremonia de beatificación. Fue especial por eso, pero también porque son menos habituales que los nuevos beatos sean laicos y padres de familia, profesionales reconocidos, y, como en este caso, un político. Se trata de Mariano Mullerat, cuya memoria se celebrará por primera vez el próximo 13 de agosto, cuando se cumplan 83 años de su martirio.
Si algo ha caracterizado la vida del nuevo beato fue siempre su espíritu de servicio. Estudiante muy aplicado, desde muy joven se implicó en la profesión y la defensa de la fe. Tanto es así, que durante sus vacaciones recorría pueblos impartiendo conferencias sobre temas católicos y sociopolíticos. Ya como médico se mantuvo siempre muy cercano a los más pobres y sufrientes, a quienes siempre invitaba a recibir los sacramentos.
Esta labor la compatibilizó más tarde con la dirección de un periódico local y, a partir de 1924 y hasta 1930, como alcalde de Arbeca (Lérida), donde vivía. De nuevo, su elección estuvo motivada por el servicio a sus conciudadanos más que por una opción política concreta y por ello era muy respetado.
Con la llegada de la República, Mullerat tomó conciencia de que profesar la fe católica públicamente podía ser problemático, pero nunca se arredró. Se mantuvo siempre al lado de los suyos, en especial de los enfermos hasta que el fatídico 13 de agosto de 1936 fue sacado de su casa y apresado en un cuartel. En ese momento, pidió a su mujer que perdonara a sus perseguidores como él lo hacía también. En su casa, quemaron todos los objetos religiosos que tenía y amenazaron de muerte a sus familiares. Mientras, él curaba a uno de sus captores, que se había disparado por error su arma, y recetaba medicamentos para el hijo de otro. Consciente de que su paso por esta tierra se acababa, pidió papel y lápiz escribir los nombres de aquellas personas que esperaban su visita profesional en los siguientes días y los hizo llegar a otro médico.
De camino a la muerte, a un lugar conocido como el Pla, exhortó a sus compañeros a ponerse en oración y a arrepentirse. Alguien que pasaba por allí, oyó pronunciar al nuevo beato las siguientes palabras justo antes de que los mataran: «En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu». Después de dispararlos –alguno seguía vivo– los rociaron con gasolina y los prendieron fuego. Los familiares consiguieron más tarde reunir algunos de los restos de los asesinados, que guardaron hasta 1940, cuando los depositaron en aquel mismo lugar y levantaron un cruz. Allí siguen descansando hoy.
«Mariano Mullerat es un faro de luz, una insistente invitación a vivir el Evangelio de manera radical y con sencillez, ofreciendo un valiente testimonio público de la fe que profesamos», dijo el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Angelo Becciu, que presidió la ceremonia de beatificación. También destacó que a pesar de las dificultades y persecuciones siempre perseveró en el amor a Cristo y es por este motivo por el que la Iglesia reconoce sus santidad de vida. «A la violencia respondió con el perdón y al odio con la caridad. Su martirio representa para todos un importante estímulo que impulsa a la comunidad cristiana a reavivar para todos un importante estímulo que impulsa a la comunidad cristiana a reavivar la misión eclesial y social, buscando siempre el bien común, la concordia y la paz», añadió.
El arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol, que hace unas semanas presentó su renuncia al Papa, dijo que la celebración «quedará inscrita en la historia de esta catedral, pero también en mi corazón. Llegando al final de mi pontificado solo lo puedo recibir como un regalo del Señor para mí y para ti». Pujol tuvo palabras para los familiares del nuevo beato y, en especial, para las tres hijas –tuvo cinco– que todavía viven.
En la ceremonia participaron, entre otros, el cardenal Lluis Martínez Sistach, arzobispo emérito de Barcelona e iniciador de la causa de beatificación, así como el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, y numerosos obispos, representantes de la nunciatura, postuladores, sacerdotes y fieles.
F. Otero
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