sábado, 30 de marzo de 2019

ECHANDO UN CABLE; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Aprovechando que el presidente de México ha puesto de moda las culpas de racimo -hasta podemos remontarnos a Adán y Eva para exigirles que nos pidan perdón por nuestra pereza- voy a hablar del cargador de mi tableta electrónica. En principio, la culpa podría parecer de mi perra, que decidió, en un extraño acto de autodeterminación, comerse el cable y machacar el cargador.

Pero tampoco se libra de la culpa el llorado Steve Jobs, que quiso que los productos Apple fuesen tan quisquillosos que no les valgan los accesorios universales. No se pueden sumar peras 2.0 con manzanas 2.0. Ya podría haberse comido la perra cualquier otro cargador.



Los precios de los accesorios de Apple son para vender a la perra y recoger un gato callejero. Lo grave es que necesito que mi tableta esté operativa porque, cuando estoy fuera de casa, como es el caso, es gracias a ella como surfeo las olas (las horas) y llego a tiempo de entregar este artículo, aunque sea una espuma que vaya a morir en la orilla. Sin batería me quedo sin pilas.

Voy a una tienda y me venden un cargador oficial por un riñón de la cara. Dígole al dependiente que por qué no comprobamos que funciona. «Quiá, no hace falta», me asegura. Además dispongo de quince días para cambiarlo. Cuando lo pruebo, nervioso porque se me echa el tiempo encima, no trae el cable, sólo la base. Encima no es el modelo menos caro (porque barato no hay ninguno). Tengo que volver a la tienda acordándome de Steve Jobs, de Aspa, mi perra, de Apple, de la zona azul, del dependiente y su pereza, de Adán y de Eva.

No tenían más accesorio que ése, lo que lo explica todo. He de intentar otra tienda. Tampoco hay aparcamiento. La culpabilidad es universal a estas alturas, aunque empiezo a entrar en razón y ya me incluyo yo y lo descuidado que soy dejando las cosas al alcance de la perra y no teniendo todas mis columnas escritas con dos meses y medio de antelación, como me aconsejan los más amables de mis amigos.

Con el tiempo en los talones, encuentro un cargador y un cable. Me dispongo a escribir lo que sea y entonces caigo en que sólo puedo hablar del cargador y del cable porque llevo unas siete u ocho horas en las que no he pensado en otra cosa. La lástima es que lo va a pagar usted, que qué le importa el cable y que, encima, es el único completamente inocente de esta historia. ¡Con las ganas que usted tenía de que yo le hablase de Pedro Sánchez…!

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